sábado, 7 de julio de 2007

Visite nuestro bar

Llega el momento de desconectar, de olvidar la ficción para centrarse en la realidad. En mi caso la realidad de la playa y del no hacer nada: la retransmisión televisada de los sanfermines, el Tour de Francia por la tarde, la cansada luz sobre el mar a las nueve de la noche, la arena casi desierta y la sensación de que puedes acceder a una verdad fundamental. Estas tres semanas en blanco me servirán para recargar las baterías de la creatividad, encontrar nuevas paradojas sobre las que escribir y descubrir una cartelera casi nueva a la vuelta.

Mientras tanto os enlazo dos fragmentos de Paris je t'aime (2006), una película en la que no he dejado de pensar por diversas razones que no viene al caso detallar ahora. El primero es Faubourg Saint-Denis, de Tom Tykwer, por si quieres un subidón de adrenalina en consonancia con la eterna promesa que supone cada verano:



Y el segundo por si estás de bajón pero quieres un poco de lucidez que te ayude a remontar el bache: 14ème Arrondissement, de Alexander Payne (eso sí, ojito cuando hacia el final se detiene la música y la protagonista se sincera como casi nadie lo hace nunca), en versión original francesa y con dobles subtítulos japoneses e ingleses:



De momento eso es todo.

Nos leeremos!!!

lunes, 2 de julio de 2007

Blade runner: 25 años de mi última sesión continua

Recuerdo muy bien que la última película que vi en sesión continua en un cine fue Blade runner (1982). Gracias a las hemerotecas digitales y a las bases de datos oficiales puedo ofrecer aquí un completo panorama para contextualizar este recuerdo, el cual no renuncio a detallar puesto que la tentación de proporcionar tanta información inútil es demasiado grande.

La cartelera barcelonesa de la época era un magma indefinible en el que convivían clásicos de siempre --Siete novias para siete hermanos (1954), Los siete magníficos (1960)--, estrenos de género --Los locos del bisturí (1982), Porky's (1981), Víctor o Victoria (1982)--, secuelas míticas y no tan míticas --Rocky III (1982), Psicosis 2 (1980), Grease 2 (1982)--, triunfadores de los Oscars de ayer y hoy --Carros de fuego (1981), En el calor de la noche (1967)--, españoladas infumables completamente coyunturales --To er mundo e güeno (1982), Que vienen los socialistas (1982)--, restos de la cinematografía franquista --La familia y uno más (1965)--, nuevo cine español de intención normalizadora --Hablamos esta noche (1982), La colmena (1982), Demonios en el jardín (1982), Laberinto de pasiones (1982)--, clásicos recuperados y novedades de "arte y ensayo" --La kermesse heroica (1935), Fitzcarraldo (1982), Paseo por el amor y la muerte (1969), El estado de las cosas (1982)--, rarezas inclasificables --la versión parcial e híbrida de El Señor de los Anillos (1978) de Ralph Bakshi-- y, finalmente, los taquillazos que han quedado en nuestra carpeta de "cine de aventuras de juventud": El imperio contraataca (1980), Poltergeist (1982), En busca del arca perdida (1981), American graffiti (1973), ET (1982)...

Los filmes "S" (eufemismo legal que designaba entonces al género pornográfico) se proyectaban en versión original subtitulada (sin que a nadie importara ni escandalizara por razones obvias), y el infragénero que consistía en titular estos filmes parafraseando fonéticamente y en versión sucia los grandes clásicos del cine daba sus últimos coletazos (una práctica que ha marcado mi sentido del humor, ya que no me atrevo a afirmar que el de toda mi generación): El orgasmo y el éxtasis (1982), El triángulo de las desnudas (1980), Brigada del vicio (1978)... Luego vendrían títulos menos originales pero igualmente explícitos y divertidos: El higo mágico (1982), Muérdeme abajo, Drácula (1979), Mi conejo es el mejor (1982) o Colegialas lesbianas y el placer de pervertir (1982)...

En este paisaje aterrizó Blade runner, que se estrenó en Barcelona --coincidiendo prácticamente con Pink Floyd, The wall (1982) de Alan Parker-- el 14 de enero de 1983, aunque IMDB diga que fue el 21 de agosto de 1982. Por suerte las hemerotecas locales son más fiables y puedo afirmar que en Barcelona se proyectó por primera vez en el cine Novedades, al que se le unieron el 17 de enero el Niza y el Principal Palacio 1, en este último compartiendo programa con Duro de pelar (1978). El 20 del mismo mes Ángeles Masó firmaba la crítica en La Vanguardia: después de una larga introducción del argumento (el aspecto que más debate ha generado siempre en este filme es el mundo urbano donde se desarrolla la acción, las implicaciones humanas y sociales de un futuro colapsado por la tecnología, y no la acción misma) decía que era un filme vigoroso y que enlazaba con la mejor tradición del cine negro (por aquello del policía solitario que lo protagonizaba, en la mejor tradición del detective privado al estilo Marlowe). Continúa la autora repasando la filmografía reciente de los protagonistas (Harrison Ford, Rutger Hauer y Sean Young); y del director (Ridley Scott) un poco más de lo mismo: que venía de rodar Duelistas (1977) y Alien (1979) y Blade runner era su primer rodaje en Estados Unidos. Terminaba diciendo que la película era un hallazgo y que había que verla, como debe ser, aunque sólo fuera un tópico para finalizar la crítica de un filme que no nos ha disgustado, pero del que no se sospecha ni por asomo que se convertirá --en apenas una década-- en el clásico por excelencia de la juventud ochentera.



A lo que iba: no es que Blade runner fuera la última proyección en sesión continua en un cine de Barcelona, pues la cartelera de la ciudad se siguió exhibiendo de esta forma durante unos años más, sino que en mi recuerdo ha quedado grabada porque fue la última película de la que tuve que ver primero el final y luego quedarme a ver lo demás, "hasta que llegue lo que ya hemos visto" (la frase que define mejor la sesión continua). Ver primero el final es una experiencia que el tiempo convierte en surreal, de la misma manera que suena a marciano unos cines donde durante toda la tarde se proyectaran una o dos películas ininterrumpidamente y el público entrara y saliera a voluntad de la sala. Pero eso era la sesión continua, la forma más barata (y la mejor vía de escape a los azotes hormonales de la adolescencia) de pasar una tarde de sábado o domingo. Pero poco a poco, la práctica social y los cambios en el modelo de ocio y de vida, provocaron que los espectadores acudieran puntualmente a cada pase de película. La optimización del modelo de negocio de los exhibidores hizo el resto y la sesión continua se convirtió en lo que todavía sigue vigente: las sesiones independientes (un aviso/coletilla que perduró bastante tiempo en las carteleras de los periódicos).

Recuerdo perfectamente la imagen que se proyectaba en la pantalla cuando entré en la sala: Harrison Ford, entre precavido y acojonado, subiendo las escaleras del destartalado edificio donde vive J. F. Sebastian (William Sanderson), dispuesto a enfrentarse con el peor de los replicantes, el Nexus 6. Por supuesto que mis amigos y yo nos quedamos después a ver toda la película, pero el fragmento que vimos dos veces, como en toda sesión continua no sincronizada, servía no sólo para cerrar los enigmas que no podíamos explicarnos en la primera, sino --al menos en mi caso-- para empezar a entender la fragilidad racional del discurso cinematográfico. Intuía en esos minutos que el espectador siempre otorgará un significado a las imágenes, se le hayan proporcionado o no todas las claves para descifrar su sentido; para comprender años después que la sesión continua permitía llevar a cabo un experimento improvisado acerca de la importancia de la narración, la auténtica piedra angular del arte cinematográfico.

Epílogo: años después fui a la Filmoteca a una proyección conmemorativa a la que asistió Syd Mead, uno de los responsables de los efectos especiales. Por aquel entonces, Blade runner acumulaba ya una importante y unánime carga mítica entre jóvenes y no tan jóvenes, y aunque debo decir que sus palabras no estuvieron a la altura (tampoco nosotros lo estuvimos como oyentes, ya que no preguntamos nada interesante), al menos pudimos disfrutar de algunos segundos extra que habían sido eliminados en el momento del estreno. Era el anticipo del "montaje del director", que ahora, a los 25 años de su estreno, se convertirá en hasta cinco versiones diferentes, las que planea incluir la productora en la típica caja de DVD de coleccionista (el eufemismo social que designa hoy día al friki).