martes, 30 de octubre de 2007

Negro negrísimo Allen (Cassandra's dream)

¿Qué diríamos de un filme como Cassandra's dream (2007) si no hubiera sido dirigido por Woody Allen? Nos parecería un buen trabajo de guión y de dirección. Si fuera un director joven diríamos --igual que de los toreros-- que sus maneras prometen; si fuera un veterano consagrado, que mantiene afiladas las armas de su estilo. Pero como Cassandra's dream es de Woody Allen no tenemos más remedio que admitir el buen nivel del filme y a continuación compararlo con el resto de su filmografía, más concretamente con su particular evolución como cineasta. De un director que rueda una película al año, sobre el que existe consenso más o menos mayoritario acerca del final de su etapa de madurez --Celebrity (1998)-- sin descartar brillantes fogonazos --Match point (2005)--, y sobre el que cada nueva entrega es como una propina de su creatividad, es imposible valorar cada uno de sus estrenos de forma aislada. El cuerpo nos pide cotejar y yo no pienso resistirme.



Ahora más que nunca Allen repite sin apenas variaciones los elementos y los personajes que pueblan sus guiones trágicos: en Cassandra's dream --como en Delitos y faltas (1989), como en Match point-- retoma el caso del protagonista humilde y ambicioso que trata de acceder --a través de un familiar y de una perturbadora mujer que, según palabras de su padre "necesita mucho mantenimiento"-- a un mundo que le viene grande por ingresos y por educación. Ante las dificultades el camino elegido es siempre el mismo: soltar el oneroso lastre que le ata a un pasado que le avergüenza y recurrir al crimen ("la grapa que une toda tragedia", Allen dixit). Cassandra's dream le ha salido un filme negro; negro por el tema, negro por el retrato de una sociedad que defrauda, negro por las miserias que expone con tanta naturalidad (y negro brillante gracias a la banda sonora de Philip Glass). Allen lleva tiempo instalado en el desencanto vital (siempre ha vivido en sus arrabales), y ahora --parafraseando a Amanda, la protagonista de La flor de mi secreto (1995)-- cuando se pone a escribir en lugar de comedia le sale cine negro, muy negro.

La película sigue el esquema habitual de sus últimas entregas: presentación rápida y bien caracterizada de ambientes y personajes, planteamiento del conflicto y desarrollo a base de escenas perfectamente resueltas a base de una ligera aceleración narrativa a medida que avanza el argumento. Vuelta de tuerca imprevista y final semisorprendente (no a la altura del increíble doble salto mortal de Match point pero tampoco está tan mal) y cierre casi en falso, deprisa y corriendo. Si hay algo que Allen sabe hacer es cortar cuando --una vez más-- ya está todo dicho.

domingo, 28 de octubre de 2007

Balance creativo del cine mundial: ¿qué fue de los «20 directores para el futuro»? (y 2)

Balance creativo del cine mundial: ¿qué fue de los «20 directores para el futuro»? (1)

11- Mitsuo Yanagimachi (Japón, 42 años): cineasta de breve filmografía y conocido en Occidente por Saraba itoshiki daichi [Adiós a la tierra] (1982) --participó en el Festival de Berlín-- e Himatsuri (1985) --que ganó en los de Locarno y Rotterdam-- pero que no ha acabado de individualizarse como cineasta-autor japonés. Su último filme hasta ahora es Kamyu nante shiranai [¿Quién es Camus en realidad?] (2005), ganador del Festival de Tokio ese mismo año. Mismo síndrome que Leos Carax.

12- David Lynch (EE UU, 38 años): auténtico especialista en abortar de forma consciente obras maestras. La admiración que despierta su cine acaso provenga por el lujo de echar a perder sus filmes de esta forma. Los dos títulos clave de su filmografía (y los que más fama le han proporcionado entre el público) son El hombre elefante (1980), la serie de TV Twin Peaks (1990-1991) y --quizá su obra menos personal y más convencional, sin dejar de ser una gran filme-- Una historia verdadera (1999), precisamente donde el absurdo y la quiebra de la lógica están más contenidas, casi ausentes. Terciopelo azul (1986) --un auténtico clásico moderno-- es sin duda la razón de su inclusión en la lista, aunque quizá por eso debería haber estado en una mejor posición. Sin embargo, a medida que su cine se fue autoencriptando, huyendo de cualquier posibilidad de comprensión narrativa al uso, su legión de seguidores incondicionales crecía de forma exponencial. Aun así, fue capaz de completar Mulholland drive (2001), ejemplo de su impecable narración amputada que no abandona del todo la lógica con un final que es un auténtico coitus interruptus para el disfrute del espectador. El rotundo fracaso de Inland empire (2006) --retirada prematura de salas incluida-- alimentó todavía más entre sus admiradores esa artificial leyenda negra de cineasta incomprendido y despreciado por una elite que no soporta su presunto cine revolucionario. Lenta inmersión en el malditismo proporcional a su opacidad narrativa.

13- Otar Iosseliani (URSS, 54 años): otro maduro cineasta soviético, conocido a partir de sus triunfos en Venecia con Los favoritos de la luna (1984), y poco después con Y la luz se hizo (1989). Adiós tierra firme (1999) ganó un premio del Cine Europeo, Lundi matin (2002) arrasó en la edición de Berlín de aquel año y Jardins en automne (2006) en el Festival de Mar del Plata. Mantiene su nivel gracias al prestigio que le otorgan los premios en los diversos festivales del circuito internacional, sin haber traspasado en ningún caso la frontera del público mayoritario. Cineasta para iniciados festivaleros de limitada aportación al cine mundial.

14- Martin Scorsese (EE UU, 44 años): en la actualidad es el director estadounidense vivo --juntamente con Woody Allen, aunque con un público muy distinto, y quizá también con Steven Spielberg-- más prestigioso de Hollywood. Sus primeros filmes --Taxi driver (1976), Toro salvaje (1980), ¡Jo, qué noche! (1985), El color del dinero (1986)-- son un referente para críticos, escritores cinematográficos y público de mediana edad, pero además sus obras más recientes tampoco dejan indiferentes a los jóvenes. Inauguró su etapa de madurez con Uno de los nuestros (1990), un filme que sacudió el cine de gangsters tal y como se concebía desde la trilogía de El padrino (1972, 1974, 1990) de Coppola. Desde entonces su filmografía abarca muchos registros, pero casi siempre centrados en sus dos temas favoritos: la mafia y la ciudad de Nueva York. Entre estos dos hitos fundamentales se distribuyen títulos como La edad de la inocencia (1993), Casino (1995), Gangs of New York (2002) o Infiltrados (2006), que le ha consagrado finalmente ante la industria. En la actualidad hace las películas que quiere y como quiere, sin interferencias de ninguna clase, puliendo y renovando las señas de identidad de su estilo cinematográfico: aceleración del ritmo narrativo, entrelazamiento cada vez más complejo de un mayor número de tramas, recurso al suspense, desorden temporal. Lo más probable es que su filmografía culmine en un auténtico Finnegans Wake cinematográfico, una pieza única mitad rareza y mitad casi obra maestra. Autor cinematográfico por excelencia; si se confeccionara de nuevo la lista estaría en uno de los tres primeros puestos.

15- Chantal Akerman (Bélgica, 38 años): única mujer de la lista, de filmografía abundante y altibajos creativos. Los encuentros de Anna (1978) la situó en el atlas del cine mundial; participó en el filme colectivo de homenaje a la Nouvelle Vague Paris vu par... vingt ans après (1984), dirigiendo el episodio "J'ai faim, J'ai froid", y desde entonces este tipo de colaboración en obras de autoría compartida se ha convertido en una constante en su actividad como directora: Seven Women, seven sins (1986) (episodio "Portrait d'une Paresseuse"), Contre l'oubli (1991) (episodio "Pour Febe Elisabeth Velazquez, El Salvador") y la más reciente O estado do mundo (2007) (episodio "Tombée de nuit sur Shanghai"). Sus temas recurrentes son los habituales de cualquier artista comprometido al estilo de mayo del 68 --sexo, política, identidad-- pero con el añadido de un punto de vista femenino lleno de humor triste. Representante del cine espeso y experimental que hacían las mujeres --Agnès Varda, Marguerite Duras-- por aquella época convulsa y politizada, a falta de oportunidades profesionales de rodar un cine netamente comercial. Prestigio minoritario entre expertos aún más minoritarios que los que admiran a Godard.

16- Jonathan Demme (EE UU, 38 años): empezó destacando gracias a Stop making sense (1984), un interesante documental sobre el grupo musical Talking Heads, para luego sorprender con un estilo controladamente transgresor en Algo salvaje (1986) y Casada con todos (1988), que le valieron la etiqueta de cineasta-cronista de los locuelos ochenta del siglo XX. Se hizo mayor con un thriller que supuso la mayor renovación en profundidad del género desde Psicosis (1962): El silencio de los corderos (1990). Su siguiente filme --Philadelphia (1993), la crónica lacrimógena de los adinerados enfermos de SIDA-- demostró que su estilo personal se diluía en los productos de género más convencionales de la industria. Su creatividad no se ha mantenido ni ha estado a la altura de las primeras expectativas.

17- Raúl Ruiz (Chile, 47 años): cineasta experimental exiliado en París por culpa de la dictadura de Pinochet, forjó su prestigio cinematográfico durante los ochenta. En los inicios de su filmografía destaca Tres tristes tigres (1968), para algunos la mejor película del cine chileno, así como numerosos cortometrajes y trabajos para televisión. Una vez en Francia consolida su producción dramática --Les trois couronnes du matelot (1983), Point de fuite (1984) o la adaptación de La vida es sueño Mémoire des apparences (1986). En los noventa su producción dramática alcanza finalmente circuitos más mayoritarios: Tres vidas y una sola muerte (1995), Genealogías de un crimen (1997), La comedia de la inocencia (2000), Klimt (2006) o "Le don", su aportación a Chacun son cinéma (2007). Su experimentación formal inicial desembocó al cabo de los años en filmes más comerciales que tratan de compatibilizar guiones más asequibles al público y actores famosos con los hallazgos de su etapa anterior, ciertamente con resultados desiguales. Mismo diagnóstico que Akerman.

18- Krzystof Kieslowski (Polonia, 47 años): este director marcó el paso del cine europeo durante los primeros noventa, gracias a su excelente serie televisiva sobre los diez mandamientos --Decálogo (1989-1990)--, algunos de cuyos episodios ("No amarás", "No matarás") saltaron a la gran pantalla debido a su calidad y originalidad argumental. Antes de eso y hasta su llegada a Francia, donde culminó su carrera, los méritos de su filmografía (que son los que le valieron entrar en la lista, no lo olvidemos) presentan los rasgos típicos de cualquier cineasta de Europa oriental anterior a la caída del Muro de Berlín: inicios documentales, temas sociales no directamente comprometedores para el poder político, tipologías humanas en las antípodas de las occidentales, incipiente experimentación narrativa, humor localista. Culminó su carrera (murió en 1996) con una curiosa trilogía sobre los colores de la bandera francesa --Azul (1993), Blanco (1993), Rojo (1994)--: iniciada al más puro estilo espeso, sin apenas resquicios para el espectador, cada una de las dos entregas siguientes mejora sensiblemente respecto a la anterior. En Blanco y Rojo los argumentos se llenan de personajes verosímiles, ironía sutil y, sobre todo, el retrato desencantado de un mundo que es como es gracias al egoísmo y las miserias humanas. El lugar que ocupa en la lista hace justicia a sus méritos cinematográficos.

19- Nanni Moretti (Italia, 35 años): paradigma de un cine fresco, sin complicaciones, acorde con su juventud en 1988. Su comedia La misa ha terminado (1985) le consagró en el Festival de Berlín y auguraba un futuro prometedor, de ahí su entrada en la lista; después rodó Caro diario (1993), una original reflexión --mediante una especie de ficción semidocumental-- acerca de determinadas perplejidades de la existencia. De pronto aquella frescura se convirtió en una apuesta arriesgada, en un filme realista y valiente, sin estridencias dramáticas, sobre las secuelas de la muerte de un hijo: La habitación del hijo (2001). Desde entonces su cine sobrevive gracias a un corto documental --The last customer (2003), ganador en Chicago--, las puyas a Berlusconi (una de sus obsesiones) --Il caimano (2006)-- y la dirección del episodio "Diaro di un Spettatore" en Chacun son cinéma (2007). Cineasta original sin suficiente filmografía para ver confirmadas sus posibilidades.

20- Eric Rohmer (Francia, 68 años): han pasado casi veinte años desde que se hizo la lista, en la que Rohmer entró gracias a su extraordinaria y personalísima filmografía. Quizá en último lugar porque --dada su edad-- su cine no parecía tener mucho futuro. Pero ahí está Rohmer, activo todavía a sus 87 años (superado únicamente por los 98 de Manoel de Oliveira). Rohmer agrupó la mayor parte de sus películas en grandes series temáticas: la primera los "Seis cuentos morales", compuesta por La boulangère de Monceau (1963), La carrière de Suzanne (1963), La coleccionista (1966), Mi noche con Maud (1968) --la primera que consiguió una cierta repercusión--, La rodilla de Clara (1970) y El amor después del mediodía (1972). Todas ellas fábulas dialogadas que reunían a personajes con puntos de vista enfrentados sobre temas tan poco habituales como la ética, la religión o la bondad, o gente enfrentada a dilemas nimios aunque subjetiva y vitalmente cruciales, y de los cuales solían salir modificados. Tras dos adaptaciones de clásicos de la literatura francesa --La marquesa de O (1976) y Perceval le Gallois (1978)-- le tocó el turno al ciclo de "Comedias y proverbios": La mujer del aviador (1980), Pauline en la playa (1982), Las noches de la luna llena (1984), El rayo verde (1986) y El amigo de mi amiga (1987), donde lo más destacado es el giro hacia una sutil y no siempre culminada comedia de enredo. "Cuentos de las cuatro estaciones" ha sido la última de sus series temáticas: Cuento de primavera (1989), Cuento de invierno (1991), Cuento de verano (1996) y Cuento de otoño (1998). Desde entonces, Rohmer se ha dedicado de lleno a lo que parece ser el cine que siempre quiso rodar: películas ambientadas en el pasado que toman como base sólidos textos clásicos (los cuales demuestra conocer a la perfección): La inglesa y el duque (2001), El romance de Astrea y Celadon (2007). Ha sabido mantener a su (escaso) público a lo largo de décadas. Todo un mérito.

jueves, 25 de octubre de 2007

Balance creativo del cine mundial: ¿qué fue de los «20 directores para el futuro»? (1)

Es imposible que yo pueda hacer un balance tan ambicioso en un solo post, así que --además de dividirlo en dos partes-- tomaré como punto de partida una iniciativa del Festival de Cannes en la edición de 1988: confeccionaron una lista de 20 cineastas que muy probablemente iban a determinar parcialmente el cine mundial de fin de siglo XX y/o influir en el del XXI. No era una lista de directores taquilleros ni comerciales, sino innovador o, por lo menos, coherente con un proyecto artístico, sin renunciar por eso a ciertos gustos del gran público. Tampoco era una lista confeccionada según criterios generacionales, en plan jóvenes-promesa, sino desde el punto de vista de la creatividad, la que por aquellos años exhibían en sus filmes más recientes. Además de lista pretendía ser una clasificación en función del prestigio acumulado hasta el momento, por lo que la posición que ocupan en la misma no es gratuita. Como suele pasar, en algunos casos acertaron de pleno, en otros el tiempo les desmintió, a otros los metieron un poco con calzador y los demás ni fu ni fa. Con ayuda de las enciclopedias y bases de datos al uso, aquí está en balance creativo --indico el país de origen y edad en 1988-- de los 20 directores de nuestro futuro (ya presente):

1- Win Wenders (RFA, 43 años): el número 1 de la lista lo ocupaba la gran esperanza europea del cine no comercial en aquella época. El éxito unánime de París, Texas (1984) --que arrasó en Cannes-- perduraba todavía, a pesar de que Cielo sobre Berlín (1987) --una obra de menor calidad-- pretendía apuntarse a la estela dejada por la Palma de Oro de hacía tres años. Desde entonces, Wenders modificó radicalmente el tono de su cine: de experimental sin perder de vista la inteligibilidad pasó a únicamente experimental, cambiando de ingrediente principal en cada entrega: Hasta el fin del mundo (1991), Lisboa story (1994), Buena Vista Social Club (1999), The Million Dollar Hotel (1999) son películas muy diferentes, pero todas son raras o malas. Ha llegado al extremo de rodar una segunda parte no declarada de París, Texas: Llamando a las puertas del cielo (2006). Dos años antes, por fortuna, Tierra de abundancia (2004) recuperó al mejor Wenders, la mezcla perfecta de documental, ficción y punto de vista humano. Se mantiene gracias a un prestigio pasado todavía vigente.

2- Jim Jarmusch (EE UU, 35 años): representante genuino del mejor cine alternativo hecho en EE UU. Jarmusch encandiló con sus obras de trama mínima llenas de sentido del humor y fina ironía: Extraños en el paraíso (1984), Bajo el peso de la ley (1986), Café y cigarrillos (1986). Noche en la Tierra (1991), y en menor medida Dead man (1995), justificaron el segundo puesto adjudicado en la lista, pero a partir de ahí descendió en frescura y calidad, incluyendo un enorme parón creativo entre El camino del samurai (1999) y Flores rotas (2005), un intento fallido de recuperar el estilo que le encumbró en los ochenta. Desciende por agotamiento creativo.

3- Hou Hsiao Hsien (Taiwan, 40 años): descubierto para Occidente gracias a Tong nien wang shi [Tiempo de vivir, tiempo de morir] (1985), premiada en Berlín, Turín y Rotterdam. A pesar de haber mantenido una prolífica carrera desde entonces, raras veces sus filmes han traspasado la barrera cultural que separa a Asia de ese mismo Occidente que le encumbró al número 3 de la lista: El maestro de marionetas (1993), Millenium mambo (2001), Tiempos de amor, juventud y libertad (2006). Colabora en Chacun son cinéma (2007), la película colectiva que toma el pulso al estado de ánimo del cine mundial, dirigiendo el episodio "The Electric Princess House". Se mantiene a pesar de un contexto cultural en contra.

4- Souleymane Cissé (Mali, 48 años): entró en la lista y en cuarta posición gracias a Yeelen (la luz) (1987), Palma de Oro en Cannes además de otros premios internacionales. La sencillez argumental y el aprovechamiento creativo de la precariedad de medios han sido siempre una garantía de éxito en Occidente, algo para lo que --por circunstancias sociopolíticas-- el cine africano está perfectamente dotado. Cissé tardó ocho años en dirigir otro filme --Waati (1995)--, y desde entonces su carrera se ha disuelto en silencio con la misma naturalidad que el drama africano recala en nuestros telediarios sin apenas provocar reacción. Su contribución al cine mundial ha sido un suspiro imperceptible. Se ha caído de la lista por motivos ajenos a su creatividad.

5- Peter Greenaway (Gran Bretaña, 46 años): en 1988 mantenía intacto su prestigio de cineasta original, culto, experimental e iconoclasta a la vez. El contrato del dibujante (1982) fue un hito brillantísimo que empezó a oscurecerse con El vientre del arquitecto (1987) y Drowning by Numbers (1988), hasta apagarse casi por completo en El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante (1989). La escasa repercusión de la trilogía Las maletas de Tulse Luper (2003, 2004, 2005) demuestra que Greenaway sólo mantiene activa la etiqueta de experimental, las demás han ido cayendo por el camino. Autoexilio elitista.

6- Chen Kaige (China, 36 años): aún faltaban cinco años para que Kaige triunfara en Europa con Adiós a mi concubina (1993), el primer filme chino que ganó en Cannes. En 1988 era la promesa de un cine chino que evidenciaba su adopción de temas y personajes más "occidentalizados". A pesar de que sus filmes han ido llegando a nuestras pantallas --la última es Suavemente me mata (2002)-- los recientes éxitos de otros directores de su generación --Wong Kar-wai y Zang Yimou sobre todo-- han provocado que sus películas hayan dejado de representar en Occidente la voz del cine chino. No obstante, también colabora en Chacun son cinéma (2007), dirigiendo el episodio "Zhanxiou Village". Eclipsado por otros compatriotas cineastas mejor dotados.

7- Jean Luc Godard (Francia, 58 años): el cineasta clásico francés vivo más importante en aquel momento (una vez muerto Truffaut), honor compartido en exclusiva con Claude Chabrol. Su filmografía de los años sesenta y los setenta --El desprecio (1963), Week end (1967), La chinoise (1968), Todo va bien (1972)-- es hoy referencia mundial de un cine político en cuanto a contenido y experimentación formal. Es más, el tremendo desmentido histórico de su valor ideológico (maoísmo, revolución) ha revalorizado el segundo aspecto, así como la enorme capacidad de Godard para rozar en sus filmes los límites físicos del lenguaje cinematográfico. Sigue siendo un director prolífico, aunque ahora su producción se orienta al cine y al DVD; lo más destacable es la miniserie de seis episodios Histoire(s) du cinéma (1997-1998). Prestigio intacto y al alza entre los expertos.

8- Leos Carax (Francia, 27 años): al lado del maestro francés, la joven promesa francesa en 1988, etiqueta que llevaba desde que estrenara Chico conoce chica (1983). Después llegó Mala sangre (1986), que se llevó un premio en Berlín, y poco más hasta Los amantes del Pont-Neuf (1991). Actualmente está rodando su primer filme desde 1999. Promesa no confirmada que sucumbe al síndrome del director de una sola buena película.

9- Stephen Frears (Gran Bretaña, 47 años): engarzó en los años inmediatamente previos a la confección de esta lista los mejores títulos de su filmografía. La trilogía crítica de la Gran Bretaña de Margaret Thatcher --Mi hermosa lavandería (1985), Ábrete de orejas (1987), Sammy y Rosie se lo montan (1987)-- y el filme por el que la mayoría le recuerda --Las amistades peligrosas (1988)--, demostraron su capacidad para adaptarse tanto a obras de estilo independiente como a guiones de género marca Hollywood (donde finalmente acabó recalando y triunfando). Héroe por accidente (1992) y Café irlandés (1993) fueron sus mejores aportaciones en EE UU hasta que llegó The Queen (2006), reivindicando a un cineasta que se ha convertido en un clásico al estilo Scorsese. Mantiene su nivel gracias a su facilidad para rodar buen cine.

10- Serguei Parajanov (URSS, 64 años): muerto en 1990, heredero indirecto y dudoso de la tradición del cine vanguardista soviético --razón por la cual seguramente se le incluyó en la lista-- ya que su filmografía arranca en 1951. También era una forma de incluir un representante del cine soviético (al que apenas le quedaban tres años con tal denominación) a falta de otros cineastas jóvenes más consolidados en la URSS. Sus títulos más destacados --Ukrainskaya rapsodiya [Rapsodia ucraniana] (1961), Tini zabutykh predkiv [Sombras de nuestros antepasados] (1964) y Sayat Nova (1968)-- son documentales o fábulas de exaltación de la naturaleza y la tierra basados en meritorias experimentaciones con el color y el montaje, pero en cualquier caso filmes fuera de su tiempo. Su última película en 1988 era Arabeskebi Pirosmanis temaze (1985). Dejó inacabada otra: The Confession (1990). Cineasta de temáticas ya superadas que se aferra a su estilo porque no tiene posibilidades de usar ni asumir otro.

(continuará)

miércoles, 10 de octubre de 2007

Vivir la pesadilla de George Orwell (La vida de los otros)

Ahora que me ha dado por reunir películas en ciclos, debo decir que con La vida de los otros (2006) se podría culminar uno estupendo --desde el punto de vista cinematográfico y educativo-- para ilustrar los totalitarismos (como distopía y praxis política): 1984 (1984) sería la que lo abriría, por ser la adaptación más fiel en lo formal, aunque también la más acartonada, de la novela de George Orwell. Luego pondría Brazil (1985) de Terry Gilliam, para mostrar las virtudes creativas que posee la ironía para suplir determinadas limitaciones visuales y argumentales sin perder ni un gramo de eficacia. Después pasaría El proceso (1962) de Orson Welles, para demostrar cómo la obsesión por las burocracias totalitarias viene de lejos --la novela de Kafka es de 1925-- y las enormes posibilidades de puesta al día que ofrece una imaginativa adaptación al cine. A continuación programaría Good bye Lenin! (2003), que serviría para familiarizar a los asistentes con la importancia que tuvo la caída del Muro de Berlín, y sus consecuencias desde un punto de vista cotidiano (y también sin renunciar al sentido del humor). El punto final del ciclo lo pondría, claro está, La vida de los otros, porque es un compendio perfecto de todos los aciertos parciales de las anteriores, y además posee el mérito de rodearlo de un argumento verosímil y contenido en lo dramático. A mí me parece que quedaría una serie muy equilibrada gracias a su doble enfoque: uno más teórico del totalitarismo como ideología al que se le añadiría un intento de llevarlo a la práctica, concretamente en la antigua República Democrática Alemana (RDA); y otro --igualmente riguroso-- pero mucho más mordaz e irónico, que resaltara exponencialmente sus miserias (ni que decir tiene que Brazil y Good bye Lenin! aportarían todo el capital en este segundo bloque).

La vida de los otros muestra un régimen que gangrenaba la sociedad por momentos, infectando a sus habitantes a medida que sus existencias entraban en contacto. Fue un proceso silencioso y terrible llevado a cabo ante las mismas narices de Occidente y que --como en esas latas de conserva que se pudren y al hincar el abrelatas escapan los gusanos por sus rendijas-- acabó alcanzando el núcleo mismo del poder. La RDA implosionó (igual que los regímenes comunistas en general) como los agujeros negros: hacia adentro, comprimiendo toda su materia hasta condensarla en un punto minúsculo cuya densidad lo hace invisible, pero rodeado de un campo gravitatorio tan poderoso que ni la luz ni la información pueden escapar. En la RDA la Stasi --la policía política-- ejerció una fuerza tan insoportable que atenazó la vida misma del país, hasta que consiguió paralizarlo en una espiral de pánico a la delación, ansia de poder y temor paranoico a la amenaza subversiva, arraigada en lo más profundo de las mentes de sus mediocres dirigentes. Cuando se produjo el colapso, dejó tras de sí un rastro contaminado en forma de pesadilla cuyas secuelas alcanzan por igual a vigilantes y vigilados, víctimas y verdugos. Al que quiera seguir profundizando en el tema yo le recomiendo el texto de Santiago Roncagliolo en El País.

No me parece una casualidad que el argumento se localice en 1984, puesto que la película retrata a la perfección la insoportable dictadura de la información que imaginó Orwell en su novela: desde la austeridad cutre de la vida en la RDA hasta la frialdad surreal de los locales y el funcionariado dedicado a los interrogatorios. Sin olvidar la sombra permanente de la huida a la tierra prometida que representaba Occidente, adonde no trascendía nada de todo esto. Aquí solamente asistíamos boquiabiertos a los triunfos encadenados de sus hormonadísimas atletas femeninas (que merecerían otra película, por cierto). Todo esto lo expresa de forma distante y sin estridencias La vida de los otros; es más, me parece que incluso algunas de sus escenas podrían servir de sustituto mejorado en 1984 o El proceso.

También tengo que decirlo: Good bye Lenin! y La vida de los otros son películas alemanas que repasan su historia reciente, mucho más reciente que nuestra guerra civil, y no por ello renuncian al realismo y a aportar puntos de vista que más de uno podría calificar de subjetivos, y que en realidad son un posicionamiento de reivindicación de justicia, sin tratar de contentar a todos. ¡Qué diferencia con el cine español, acostumbrado a seguir la estrategia del avestruz! Aquí, los primeros títulos que tocaron el tema de la guerra ofrecían (por la lógica de los tiempos de cambio que se vivían) el punto de vista --sistemáticamente negado por razones políticas-- de los vencidos, sin que podamos decir que florecieran muchas obras maestras: Las largas vacaciones del 36 (1976) sería el mejor ejemplo de esta primera época. En los ochenta, aparecieron títulos que retrataban el franquismo desde la parodia, mostrando los sinsentidos y las exageraciones de su ideología por medio de personajes arquetípicos deformados hasta lo ridículo, en eso residía toda su carga crítica. Otros cineastas prefirieron ambientar sus argumentos en sagas familiares dramáticamente atravesadas por el conflicto, poniendo en primer plano el dolor de los enfrentamientos entre parientes, no sé si a modo de coartada o de estrategia para soslayar toda mención al trasfondo político: ahí están Las bicicletas con para el verano (1984), Dragon Rapide (1986); tampoco es que haya mucho a destacar, salvo La vaquilla (1985), donde los cinco minutos finales bastan para poner en su sitio el inmenso despliegue de arquetipos sociales y humor castizo, cuidadosamente recreados en coreografiados planos secuencia con un reparto de lujo.

Y poco más, el resto de filmes sobre el tema anteponen al trasfondo histórico otro elemento narrativo o formal que lo eclipsa: la recreación literaria --La colmena (1982)--, el experimento formal --Madrid (1987)--, la banda sonora --Ay, Carmela (1990)--, la comedia moralizante --Belle epoque (1992), Los años bárbaros (1998)--. Ya en el siglo XXI, la guerra civil y el franquismo se han diluido en la ambientación argumental, en un elemento más de la narración, como en El laberinto del fauno (2006) o en crítica edulcorada y de baja intensidad, como la de la serie de televisión Cuéntame cómo pasó (1998-2007). Excusas, siempre excusas.

Han sido décadas de cine sobre guerra civil y franquismo que no han rozado siquiera el núcleo del problema cuyas secuelas se dejan sentir en plena democracia: el primero y más importante el apoyo colaboracionista que prestaron las clases dirigentes y acomodadas al franquismo, y el segundo el ninguneo del intenso activismo clandestino de carácter obrero, monárquico y nacionalista que tuvo que pactar una transición política en 1975, sin darse tiempo a reconocer y asumir su fracaso como oposición al régimen.

Igual que hoy los políticos con la famosa Ley de la Memoria Histórica, el cine español sigue evitando mirar de frente el tema de la guerra civil y el franquismo. Para hacer todavía más sangrantes las diferencias mencionaré únicamente dos detalles: en 1998, el Bundesrat (Senado alemán) aprobó por unanimidad la ley de derogación de fallos injustos nacionalsocialistas, que anuló las sentencias dictadas entre 1933 y 1945 por los tribunales de la dictadura nazi por razones políticas, militares, de raza, religiosas o ideológicas. Y tan ricamente, su sistema judicial sigue funcionando igual de mal o bien que en el resto de Europa. En cambio, en España, sólo por insinuar que se podría hacer lo mismo en una ley --que evita cuidadosamente emplear la palabra "franquismo"-- los herederos de los colaboracionistas vaticinan aterrados que sobrevendrá sin remedio una anarquía social. El segundo es puramente cinematográfico, extraído de La vida de los otros: tras la caída del muro, Dreyman, uno de los protagonistas, va a los archivos de la Stasi para consultar su propio expediente y conocer de primera mano qué facetas de su vida privada habían sido sometidas a vigilancia. Por supuesto que las cosas no fueron exactamente como las muestra el filme, pero la pancarta que cuelga en la fachada del edificio lo dice todo: "Ciudadanos, sed bienvenidos". Apenas tres años después de la debacle se hacen públicos unos archivos oficiales con información crítica. Una medida ejemplar en lo que respecta a la transparencia política, y valiente por los posibles riesgos que acarreaba.

Y otro detalle: tras comprobar que los informes que le protegieron en su día llevaban todos las mismas iniciales, Dreyman solicita consultar la ficha personal que corresponde a esa persona, y sin más se la facilitan. Todo parece indicar que habrá un encuentro con su vigilante, pero al final la víctima renuncia a conocer los motivos que llevaron a aquel miserable funcionario a ocultar lo que entonces eran delitos contra la seguridad del Estado. Esa escena me pareció el reverso de la que cerraba Soldados de Salamina (2002), aunque con idéntico final: la verdad nunca se sabrá. ¿Qué película española puede exhibir orgullosa tan ejemplarizante actitud respecto a un (inmediato, no lo olvidemos) pasado? Aquí se rompe España cuando se insinúa que se deben devolver papeles y documentación a sus legítimos dueños (instituciones o particulares), o celebrar reconocimientos oficiales a las víctimas y a los represaliados de la República.

La vida de los otros es una muy buena película que se merece todos los premios que ha recibido, y lo es también porque demuestra que el buen cine es capaz de trascender el espectáculo y la simple recreación para aportar puntos de vista sobre el pasado, casi tanto como leer un buen libro de historia contemporánea de Europa. A algunos les viene haciendo falta.