martes, 10 de junio de 2008

Digital Jones (Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal)

El arqueólogo más famoso de la década de los ochenta del siglo XX se ha hecho mayor, aunque no es precisamente eso lo que trata de ocultar Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal (2008), la cuarta y muy probablemente última entrega de Indiana Jones realizada directamente por sus creadores (el tándem Lucas & Spielberg) e interpretada por Harrison Ford. Ese detalle ya es un primer punto a favor. En esta entrega el tiempo ha pasado, y también ha dejado algunas secuelas: la más destacable es un cierto desencanto o distanciamiento respecto hacia las grandes y verdaderas causas; Indy es ahora un escéptico superviviente; en segundo lugar, descubrimos a su protagonista de regreso de una serie de dudosas aventuras, no tan maniqueas como las que le conocíamos --arrebatar el Arca de la Alianza a los nazis, liberar a unos niños esclavos, encontrar el Santo Grial--, contaminadas por la paranoia anticomunista que sufrió EE UU en los años cincuenta (la época en que se ambienta la película). Aun así, vuelvo a recordarlo, no se trata de novedades y elementos que resten valor a Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal, todo lo contrario.



Se trata de un filme de puro entretenimiento hecho para recaudar mucho dinero; puede que no de la mejor calidad pero sí suficiente para los no tan jóvenes que nos enganchamos al personaje en la veintena, y puede que también para alguno más que lo descubra ahora --convenientemente digitalizado, signo de los tiempos-- sin haber visto los otros tres precedentes analógicos. También es un completo repertorio de los tics argumentales y obsesiones estilísticas de Spielberg, encadenados unos y otras sin pausa y sin medida: bichos asquerosos por todas partes (por suerte para los actores esta vez son digitales), mecanismos ocultos entre las piedras que abren pasadizos y cámaras secretas, persecuciones trepidantes --esta vez exageradas sin remedio y sin que parezca importarle la verosimilitud--, y también ese retroceso y ese desplazamiento lateral de cámara tan característicos del cineasta. Se trata de un rasgo de estilo equivalente al de un escritor al que, pongamos por caso, le encantara narrar a base de oraciones de relativo: en el primero la cámara retrocede, adelantándose al recorrido previsto del actor, para ir descubriendo al espectador poco a poco, sin necesidad de cambio de plano, aquello que mira atemorizado o sorprendido (el personaje sabe más que la cámara); en el segundo es lo contrario: un desplazamiento lateral de la cámara --de forma rutinaria y no especialmente enfatizada-- en el que de pronto aparece algo amenazador, disonante, y que supone un elemento de tensión desconocida por los personajes (la cámara sabe más que el personaje). Son las dos formas preferidas de Spielberg para introducir el suspense, y cuando os dé por revisar su filmografía no tendréis que hacer un gran esfuerzo para comprobar que son dos elementos clave de su estilo narrativo, que se repiten en todas sus películas y siempre con la misma eficacia.

Indiana Jones está cansado, las aventuras le arrastran contra su voluntad (esta vez le toca enfrentarse a los soviéticos), y su única motivación es el daño que pueden recibir antiguos amigos. Hasta el segundo tercio de película no hay acción con mayúsculas, tan solo breves apuntes sobre los que pasar de puntillas con un toque irónico y un oportuno frigorífico (escena rara donde las haya). Pero lo que más he echado de menos es el prólogo, ese sumergirse desde el minuto cero en una montaña rusa --nunca mejor dicho--, que te deja sin aliento, haciéndote olvidar de golpe cualquier incertidumbre sobre las expectativas iniciales y todo lo que no tenga que ver con el entretenimiento. Creo que de todas las secuencias iniciales la de En busca del arca perdida (1981) sigue siendo insuperable, probablemente porque era la primera vez que veíamos semejante tratamiento de la aventura cinematográfica; y aunque en la segunda también acertó con el número musical y el vodevil del antídoto, yo me quedo con la enorme bola rodante a punto de aplastar a Indy. En cambio, el comienzo de la acción en Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal se hace esperar y está resuelto deprisa y corriendo. Ahí si que se nota que el tiempo ha pasado para mal.

Ahora sólo espero que Spielberg y Lucas tengan la suficiente valentía como para convertir su producto en una saga al estilo Bond: actores que se suceden en el tiempo, directores y guionistas que se alternan... A mí me gustaría anclar definitivamente sus aventuras en los años treinta del siglo XX, pero sé que es imposible y que la casquería digital abre unas inmensas posibilidades para sumergirse en la arqueología más espectacular: quizá lleguemos a ver a Indy descubriendo la Atlántida, o excavando en Marte los restos de alguna misión fallida... No lo descartemos tan pronto. De momento recomiendo que se vaya a ver acompañado de mucha gente de la misma generación porque es la mejor forma de disfrutarla sin complejos.

martes, 3 de junio de 2008

Leves síntomas de agotamiento (Fay Grim)

Se estrena en España --con dos años de retraso-- Fay Grim (2006), la segunda parte de la aclamada Henry Fool (1997), para muchos la mejor película hasta la fecha --después de Amateur (1994)-- de la filmografía de Hal Hartley. En ella se cuentan las andanzas de Fay, la esposa de Henry, a quien gobiernos de medio mundo persiguen, manipulan y acosan debido a unos comprometedores cuadernos que por lo visto escribió su desaparecido marido.

Confieso que entré en la sala completamente dividido en cuanto a expectativas: el avance me pareció espectacular, a lo que había que añadir las ganas que tenía de ver una película suya. Sin embargo, luego leí la crítica de Javier Ocaña y se enfrió buena parte de mi entusiasmo. Es cierto que no podemos esperar de Hartley (ni de nadie) que nos sorprenda siempre a base del mismo extraño equilibrio entre lo simple, lo raro y lo divertido (hábil mezcla que le ha hecho famoso), no sólo porque es una receta muy difícil de ligar sino porque las posibilidades de combinación de los tres elementos no ofrecen tantas variantes. Ya le pasó a Jim Jarmusch en Flores rotas (2005) y seguramente le pasará a Wes Anderson. Lo único que podemos esperar es que suceda tarde, muy tarde.



De modo que en el caso de Hartley puede que ese momento haya llegado y, sin que debamos considerarlo en fase crítica, comprendemos por ciertos detalles de estilo y de tratamiento que lo mejor ya ha pasado (la frescura, la audacia, la transgresión...). Aun así Fay Grim posee suficientes elementos que permiten salvar los muebles: el más importante el guión (endiabladamente complicado por voluntad propia), a pesar de que en determinados momentos eclipsa de tal manera a los personajes y los diálogos que se hace difícil reconocer las señas de identidad del mejor Hartley. Para compensar, Fay Grim ofrece brillantes destellos que nos devuelven la normalidad deforme del universo de su director: cuando Fay se mete en las braguitas el móvil en modo vibración y no puede atender las insistentes llamadas de una agente israelí, provocando una cadena de malentendidos muy divertidos; o el tono atropellado y falso de Goldblum cuando decide confesar secretos de Henry Fool, de la política exterior de su país o de su triste vida como agente de la CIA.

Fay Grim no es una parodia de las películas de espías, más bien un ejemplo del buen uso de la narración tensa, misteriosa y alocada que exhiben las historias que en ellas se cuentan. Estoy convencido de que si analizamos la coherencia del guión encontraremos todo tipo de lagunas y contradicciones, pero eso es lo de menos, lo importante es ver a Fay desenvolverse con desparpajo y un sentido común envidiable en el absurdo mundo, lleno de mentiras y dobleces, de los agentes secretos. Además, un guión sobre intrigas de espionaje permiten a Hartley aprovechar una serie de situaciones dramáticas que le vienen como anillo al dedo a su estilo y a su manera de contar historias, dejando asomar lo cotidiano y lo surreal en "supuestas" situaciones límite: la búsqueda de la persona amada, encuentros fugaces con todo tipo de personas (zumbadas, fanáticas, ingenuas), incluso presentarse ante la mismísima encarnación del diablo en su versión laico-occidental (un clarísimo alter ego de Bin Laden). No es sólo lo que cuenta, aunque tampoco únicamente cómo lo cuenta; siempre queda la sensación de que falta algo que no se explica. Así es el cine de Hal Hartley.

Para acabar de decantar la balanza del lado bueno y contrarrestar los desaciertos menores (visibles sólo para los fans), está Parker Posey --actriz fetiche de Hartley que ahora admiraremos juntos-- borrando con su expresividad y sus comentarios de profana toda la trascendencia que tratan de imponerle quienes la rodean (para bien o para mal). Eso y el indudable morbo que desprende, razón por la cual estoy pensando en nombrarla mi fetiche del semestre, en dura pugna con Marisa Tomei. La próxima película de cada una acabará de decidirme.