jueves, 26 de agosto de 2010

¿Los cuatro elementos fundamentales de las relaciones? (Nothing personal)

Nothing personal (2009) --primer filme de Urszula Antoniak-- ilustra perfectamente la diferencia entre historia y relato en el contexto cinematográfico: la historia es la secuencia estrictamente cronológica de los acontecimientos que aparecen en el filme; mientras que el relato es la selección, compresión o manipulación de la historia que lleva a cabo el narrador. La historia que narra Nothing personal no es que sea del todo aburrida, pero sí es bastante banal e inverosímil a medida que uno profundiza y cotidianiza sus detalles. El relato, en cambio, aporta un punto de valor a la película, introduciendo una serie de contrastes que la hacen más llevadera. No se trata de una original mezcla de tiempos, ni de yuxtaponer varios puntos de vista; es más bien una nimiedad: separar cada bloque de la historia con un título, a modo de capítulo, la sucesión de los cuales (y sin necesidad de alterar el orden cronológico) provocan que el espectador asista a la historia desde una perspectiva diferente. Una modificación que no hace mejor ni radicalmente diferente a la película, pero sí da margen para juzgar los acontecimientos --las relaciones de pareja en general-- desde el curioso esquema que proponen los capítulos.



Los bloques son: soledad, el final de la relación, matrimonio, el inicio de la relación y (de nuevo) soledad, algo así como las partículas elementales de todo proceso de conocimiento interpersonal; y la película muestra cómo, aun invirtiendo la flecha del tiempo, las cuatro etapas se suceden las unas a las otras en el mismo orden, y sin que sus hitos característicos se vean afectados: 1) silencios hoscos, brusquedades y malos humores sobrevenidos e inmotivados durante los finales; 2) sintonía y conexión sin esfuerzo, preparar comidas y desayunos en la cama durante los matrimonios; 3) deseo sexual constante así como irrefrenable sed de conocimiento del otro, especialmente de la mochila emocional, durante los inicios; y por último, 4) antes de cualquier inicio y después de cada final, un bloque de soledad que lo llena todo hasta la siguiente. Es curioso cómo Nothing personal consigue colocar todos esos momentos en orden inverso sin que el proceso de la relación chirríe o se vea afectado en lo básico. Otra cosa es que la idea que pone en marcha la película, los respectivos y radicales posicionamientos de Anna (Lotte Verbeek) y Martin (Stephen Rea) sean lo suficientemente sólidos como para hacer interesante un drama sin necesidad de enfatizar tanto el relato.

Curioso experimento en el que historia y relato avanzan el direcciones opuestas sin que una y otro se vean afectados, incluso mejorados. Lo mismo sucede con las relaciones: por separado somos individuos autosuficientes, pero emparejados formamos otra cosa muy distinta, a veces compleja, a veces inefable, a veces miserable. Contrastes que sin embargo están basados en los mismos materiales fundamentales: soledad, inicio, matrimonio y final. ¿No quedará por ahí un quinto elemento por descubrir, algo así como una materia oscura que nos ayude a reinterpretar este aparente caos? ¿No había una forma más interesante de convertirlo en película?

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martes, 10 de agosto de 2010

Un auténtico «Finnegans Wake» del cine contemporáneo (Origen)

Origen (2010) de Christopher Nolan es una película rara de cojones en el buen sentido; un filme que sorprende como thriller y desborda las expectativas. Una película que busca elevar la tensión a base de refundar las convenciones de un género, aunque eso suponga pecar por exceso en algunos momentos debido a exageradas dosis de trascendencia, quizá prescindibles en un filme que, de entrada, sólo busca entretener y deslumbrar.

James Joyce logró con Ulises (1922) dar la vuelta al calcetín de la novela decimonónica (anclada desde hacía décadas en el narrador en tercera persona) apostando por el subjetivismo y equiparando narración con punto de vista. Sin embargo, no se conformó con ser el padre de esta revolución y quiso ir más allá: en 1939 publicó Finnegans Wake, donde llevó su gusto por los juegos de palabras y el alambicamiento narrativo hasta los límites mismos de la significación. El título de la novela es hoy sinónimo de obra compleja, el extraño punto final de una trayectoria literaria marcada por la renovación y la experimentación formales. Es habitual en el mundo del arte: cuando se da con una innovación que cuaja entre el público y su éxito hace que otros autores sigan su estela, su creador siente una especie de necesidad de demostrar que conoce mejor que nadie las claves de su invento, y se lanza a una creación que suponga una (incluso dos) vueltas de tuerca al uso o a la significación del nuevo recurso; así que se lanza por caminos tan desconocidos y alejados que al resto le cuesta seguir su estela. Muy parecido es el caso de David W. Griffith: después de fijar en El nacimiento de una nación (1915) un modelo de narración cinematográfica (inexistente hasta entonces), compilado a partir de las aportaciones de otros cineastas coetáneos, avanzó de golpe cincuenta casillas con su siguiente filme --Intolerancia (1916)-- provocando la atrofia del sistema que acababa de establecer.



Nolan reventó en su día la cartelera con Memento (2000) una curiosísima historia sobre la memoria que tiene la particularidad de estar contada al revés, de manera que al quebrarse todos los vínculos causales, podemos experimentar la misma desorientación que su protagonista. La película triunfó como thriller y como aportación radical y novedosa a la narración cinematográfica; tanto que parecía que en su siguiente obra --Insomnio (2002)-- trataría de aprovechar el hallazgo, pero se cruzó su personal y aclamadísima saga sobre Batman --El caballero oscuro (2008) se considera la mejor película de la década pasada-- y parecía que el impulso renovador había quedado en segundo plano. Como suele suceder, la industria concede libertad creativa cuando se ha demostrado la solvencia a base de taquillazos, y ese momento parece que le ha llegado finalmente a Nolan, quien ha sentido la necesidad --como Joyce y Griffith-- de desbordar a admiradores --Satoshi Kon en Paprika (2006), con la que Origen guarda muchas similitudes-- e imitadores --Gaspar Noe y la polémica Irreversible (2002)-- con un ejercicio de virtuosismo que, sacado de contexto, puede rozar lo grotesco y lo amanerado.

Origen se apunta --al igual que títulos del estilo Desafío total (1990), The game (1996) o Abre los ojos (1997)-- al juego de la veracidad de las imágenes, haciendo dudar al espectador si corresponden a sueño o realidad; la forma más visual que ha encontrado el cine de imitar al narrador no fiable de la literatura (el otro es la multiplicidad --a veces excluyente-- de puntos de vista narrativos). Lo mejor de todo es que, a pesar de la complejidad de sus argumentos, el espectador medio no se pierde en los filmes de Nolan (otra cosa es que numerosos detalles pasen desapercibidos, incluidos los que son directamente fallos de guión), gracias a su estilo claro y directo. En esta ocasión se trata de construir un universo a medida con sus propias leyes, las justas y necesarias para que el final de la película sea un auténtico espectáculo de montaje e historias anidadas. Puede que los niveles 3, 4 y 5 no sean los más adecuados, o que resulten excesivamente trascendentes, pero la idea de mezclarlos como lo hace, especialmente de presentarlos y condensarlos temporalmente, es brillante e hipnótica, y a mí me resulta fascinante.

Finnegans Wake, Intolerancia y Origen no destacan precisamente por su calidad argumental; es más, la opacidad, el barroquismo mezclado con la moralina pacata o la excentricidad son sus notas más destacadas. Está claro que otros thrillers superarán argumentalmente a Origen, con giros y sorpresas mejor trabados, pero es innegable que detrás de la obra de Nolan existe un ambicioso proyecto semejante al de creadores como Orson Welles. En ese sentido Origen permanecerá gracias a su aportación narrativa. Joyce se propuso dinamitar los ejes de la novela convencional y sustituirlos por otros completamente nuevos; Griffith descubrió que del entrecruzamiento y la cuidada intercalación de cuatro sucesos --entresacados de la historia universal-- puede surgir una moraleja, una especie de película «de tesis» (bastante paternalista y conservadora, por otro lado). Nolan, por su parte, ha recogido el testigo donde lo dejó Intolerancia y, en lugar de profundizar en el juego de significados propio del montaje alternado, explora las posibilidades de la narración anidada, cada una contenida en otra superior, formando niveles recursivos, apoyados en el filme por la espectacularidad, las escenas de acción y los efectos especiales (la Santísima Trinidad del cine que aspira al taquillazo).

Una vez que el espectador consiga relativizar algunas de las grotescas consecuencias de determinadas premisas argumentales de Origen (la del químico y su garito de «soñantes» es patética), puede disfrutar sin complejos de lo que es: una auténtica virguería cinematográfica, un curioso experimento, un inesperado descubrimiento. Y más allá de un muy buen rato de cine, un hito que deberán tener en cuenta quienes asuman el reto de revolucionar no sólo una forma de relato, sino los cimientos de la narración cinematográfica.

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sábado, 7 de agosto de 2010

Final de ciclo. Relevo generacional. Broche de platino (Toy story 3)

Toy story (1995) fue un hito técnológico para el cine, un acontecimiento equiparable a El cantante de jazz (1928), Lo que el viento se llevó (1939) o Parque jurásico (1993). Supuso para su director --John Lasseter, actualmente director creativo de Pixar y ejecutivo de Disney-- la culminación de un proyecto de más de una década: conseguir rodar el primer largometraje de animación enteramente digital. Este dato queda para los libros de historia, porque hoy prácticamente todo el cine de animación es digital (quedan honrosas excepciones, casi todas en Japón: el veterano Hayao Miyazaki --amigo y mentor de Lasseter-- o Satoshi Kon) y el público no echa de menos la animación artesanal que Disney consiguió elevar en solitario hasta una impensable perfección formal.

Pero no sólo eso: Toy story sigue siendo una referencia artística de primer orden dentro de su género: supuso el primer hito en la imparable serie de éxitos que viene encadenando Pixar desde entonces. Igual que Disney durante cinco décadas, Pixar lleva quince años marcando el camino para la nueva animación infantil, pero no en el plano técnico, sino en el artístico, narrativo y de contenidos. También esto dará que hablar en los libros de historia del cine.



Toy story proponía hacer realidad esa fantasía que todos hemos tenido de niños: cuando no estamos, los juguetes cobran vida y viven sus propias aventuras. En este sentido, el argumento no es un simple guión de entreteminiento, sino un tema complejo y atemporal que da para mucho. Tanto, que ya se ha convertido en una trilogía y, al igual que la heptalogía de Harry Potter, formará parte de la sensibilidad de una generación que dentro de diez años tendrá veinte, uno de los modelos con los que contrastar el cine de su época; lo mismo que las producciones de Spielberg-Lucas lo fueron para la nuestra.

Toy story 3 (2010) supone el cierre de la trilogía, y lo hace a un nivel altísimo: un guión prácticamente perfecto (no me queda claro por qué el matrimonio Mattel no acaba en el contenedor de basura junto con los protagonistas), desarrollado con maestría a base de personajes habituales del cine adulto perfectamente adaptados al contexto (el novio de Barbie es, de largo, el mejor, pero también el oso con olor a fresa, o el telefonito confidente), acción trepidante, humor visual y verbal, sutiles --y no tan sutiles-- guiños cinéfilos para los adultos (incluyendo uno delicadísimo a Miyazaki), un tercio final de película impecable (a partir de la escena de la fuga) y una escena final antológica por tratamiento formal y capacidad de fijar en imágenes y palabras algo tan universal como el fin de la infancia, la necesidad de seguir siendo niños toda la vida y el privilegio que supone tener juguetes que nos ayuden a crecer.

Con este título, Pixar completa el relevo en cuanto a temas y argumentos respecto a Disney. Quedan definitivamente atrás aquellas adaptaciones de cuentos clásicos que forman parte de nuestra infancia (de hecho, los personajes de las películas de Pixar están desplazando a los clásicos Disney en lo que la mercadotecnia llama la nueva generación). Disney desarrolló su propio proyecto de cine de animación basado en la fantasía y la aventura al estilo de la literatura decimonónica; ahora llega Pixar para entretener a una generación que crecerá en un mundo en el que la información, la televisión y la tecnología acortan alarmantemente la infancia y es necesario establecer una base muy firme capaz de soportar lo que venga detrás.

En Toy story 3, aparte de Lasseter, brillan como nunca talentos como Andrew Stanton y Pete Docter (argumento), Randy Newman (banda sonora) o Ralph Eggleston (dirección artística); personas que han sabido renovar un género a una velocidad y con una solidez envidiables. La recomiendo a padres y niños por descontado, pero también al público de todas las edades que acepte sin complejos que el cine infantil también tiene algo que enseñarles. A todos ellos les garantizo entretenimento de primera clase, pero también la posibilidad de disfrutar de ese toque Pixar que dará que hablar en las universidades en años venideros.

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viernes, 6 de agosto de 2010

Recopilación de un género en transformación (Cine en corto)

En el origen, el cine fue cortometraje por imperativo técnico; en el esplendor de la industria se convirtió en una forma de velar las armas y de adquirir prestigio y notoriedad dentro del gremio, siempre con el largometraje como objetivo. Era habitual que, tras la consagración artística, la crítica recuperara los primeros cortometrajes de un cineasta y los reinterpretara como vivero de temas y recursos de estilo.

Así, el cortometraje acabó haciéndose un hueco en la industria y, allá por los sesenta del siglo XX (al menos en España), surgieron las primeras ayudas, convocatorias de premios y hasta festivales. Para entonces, el cortometraje --el corto-- ya era un género cinematográfico por derecho propio.

Juan Antonio Moreno Rodríguez, colaborador habitual del Diario de Alcalá, ofrece en su libro El cine en corto una amplia selección de críticas de los más recientes cortometrajes españoles: de cada título, junto con la valoración, se incluye la ficha técnica y artística, la filmografía de su director y los premios recibidos, de modo que el lector y el aficionado puedan orientarse en un formato en pleno auge y reconversión. La obra se completa con una bibliografía, una relación de festivales, una síntesis histórica y un epílogo a modo de balance.

Dado que el autor está vinculado históricamente al Festival de Alcalá de Henares, no debe extrañar que su punto de vista esté centrado en el corto como fase de preparación para el largometraje, o como expresión de un potencial cinematográfico reconocido a base de galardones nacionales e internacionales; y no tanto en la radical mutación que ha experimentado (gracias a las tecnologías digitales de rodaje, montaje y distribución) y que lo han convertido en un laboratorio de experimentación narrativa y formal. Tanto es así que en futuros libros será más práctico hablar también del minimetraje, más intenso y directo aún que su hermano mediano, el corto.

Cine en corto, en definitiva, es un utilísimo catálogo para bucear en el mundo del cortometraje español que conviene tener a mano cuando uno decide ponerse al día en los títulos cruciales del género. O simplemente como guía para localizar títulos en las numerosas plataformas digitales, convertidas de facto en los auténticos canales de distribución del medio.

http://sesiondiscontinua.blogspot.com/2010/08/recopilacion-de-un-genero-en.html