sábado, 16 de octubre de 2010

No estamos en buenas manos. La película tampoco (Wall Street 2. El dinero nunca duerme)

La tentación era demasiado grande: tras una década marcada por la confianza desmesurada en el crecimiento ilimitado (estoy hablando de los ochenta y el subidón de los bonos basura, los Amos del Universo y bla, bla, bla...), justo cuando parecía que los mercados y sus profetas terminaban de digerir el reventón de una burbuja tecnológica y asumir los límites de la Nueva Economía, va y sobreviene un batacazo de dimensiones descomunales que afecta al centro mismo del Sistema: las entidades financieras. Los acontecimientos se las han apañado para que Oliver Stone sienta la necesidad de remachar el clavo que supuso en su momento Wall Street (1987) con una secuela que profundice en uno de sus temas favoritos: la crítica populista de la codicia humana.



El 15 de septiembre de 2008, Lehman Brothers anunciaba la mayor quiebra en la historia del capitalismo, abriendo un tenso limbo en el que --según las exageradas palabras de algún agorero-- «el capitalismo estuvo a punto de desaparecer» y los mercados al borde mismo del colapso. Termino esta introducción enlazando el texto de Paul Krugman y Robin Wells ¿Por qué seguimos cayendo?, un repaso clarito --bien explicado y mejor argumentado-- sobre los antecedentes, los errores y las opciones que quedan tras el desastre. Son nueve páginas pero vale la pena leerlas, incluso guardarlas, igual otros muchos textos de Krugman.

Wall Street 2. El dinero nunca duerme (2010) trata de aprovechar la inercia de aquel momento crítico y relata no sólo la crónica ficcionada de aquellos días, sino las causas que --siempre según Stone y sus guionistas-- desembocaron en aquel desastre. Comparado con esto, la fiesta ochentera de Gordon Gekko --el personaje que ha proporcionado a Michael Douglas su único Oscar como actor-- era una fiesta infantil.

Se nota que Stone desprecia profundamente el ambiente de lujo empresarial que retrata el filme; pero a la vez es consciente de la espectacularidad y el gancho que suponen para el espectador esas escenas en las que los agentes de bolsa hablan con sus clientes rodeados de pantallas con números y están estresados, y pásamelo, y vende ahora, la taza de café, las corbatas medio sueltas y todo eso.... Después del argumento lineal y monotemático en plan auge y caida de Wall Street, en esta segunda parte hay un intento de contextualizar y poner en perspectiva el desastre financiero de septiembre de 2008, cuando todos los bancos de EE UU se quedaron sin un duro. En Wall Street 2. El dinero nunca duerme hay al menos tres líneas argumentales entremezcladas: a la crónica del colapso financiero hay que añadir otra más familiar en plan restablezcamos las prioridades vitales, y otra sobre las bondades de la energía verde alternativa --más concretamente el hidrógeno-- como oportunidad de redención de los inversores ante la sociedad (se nota que el director es un ávido lector de los textos de Jeremy Rifkin). Por último, mencionar el acierto de incorporar a la banda sonora las canciones de Brian Eno y David Byrne, extraídas de su reencuentro musical de 2008 Everything That Happens Will Happen Today.

El conjunto resultante tiene una cosa buena: ofrecer a un Stone comedido, sin sus habituales experimentos formales acelerados ni su énfasis populista en el discurso crítico. Pero también una mala: que el desarrollo de la historia es errático y anodino, sin lograr que ninguna de las tramas acabe captando el interés del espectador (al menos el mío). Eso sí, como buen ingenuo moralista que es, a diferencia de los gurús que han dejado la economía real hecha unos zorros, Stone envía a los malos al juzgado. Quizá hubiera bastado con dejar caer a Gekko en el convulso Wall Street de aquellos días intensos para obtener un filme más redondo, o por lo menos más polémico. Es más, el final se escora tanto por el lado sentimental que no le da tiempo ni de sermonear al personal. Ya no sé quién se ha reblandecido más, si Stone o Gekko...

http://sesiondiscontinua.blogspot.com/2010/10/no-estamos-en-buenas-manos-la-pelicula.html

lunes, 11 de octubre de 2010

Enterrado con un solo juguete (Buried)

Primero, hablemos de la película: Buried (Enterrado) (2010) es un reto narrativo y técnico de primer orden que deja el récord de filme rodado en escenario único en una marca muy difícil de batir --hasta ahora en posesión de Náufragos (1943) de Hitchcock--, ya que toda la acción transcurre en un ataúd donde el protagonista --y único actor-- ha sido enterrado vivo por motivos que más adelante se conocen (sin resultar del todo inverosímiles). Con semejante premisa, el principal objetivo de cara al espectador es conseguir que la tensión no decaiga sin echar mano de flashbacks ni airear la acción a base de planos «exteriores», algo que sí hacía, por ejemplo, Johnny cogió su fusil (1971) de Dalton Trumbo. Por ese lado, el guionista Chris Sparling y el director Rodrigo Cortés se lucen con una historia que hubiera encandilado al mismísimo maestro del suspense.



Retos técnicos y narrativos aparte, el argumento amplía hasta lo intolerable la escena de Kill Bill 2 (2004) en la que Uma Thurman era enterrada viva y que, en su momento, me produjo un mal rollo considerable. Con Buried (Enterrado), sabiendo de qué va la cosa, ese mismo mal rollo (esta vez en plan preventivo) me hizo dudar hasta el mismo comienzo de la película si sería capaz de aguantar algo así, pero lo cierto es que, en cuanto la narración toma el mando, uno se deja llevar por la tensión propia del thriller --dosificación de la información y del drama, giros imprevistos, episodios claramente marcados y sorpresa final (esta última más que garantizada)-- y olvida lo macabro de la situación. Por eso me atrevo a recomendarla a todos los amantes del thriller, excepuando quizá a los muy aprensivos (los que duden deberían atreverse a probar).

Edgar A. Poe escribió en 1844 El entierro prematuro, un relato que trata acerca del pánico a ser enterrado vivo mediante un despliegue formal que no transgrede ninguna convención de la literatura decimonónica, sobre todo en lo que se refiere al narrador y la posibilidad física de contar su historia (un requisito constante de la obra de Poe, por otro lado). Buried (Enterrado) enlaza con esta tradición racionalista del relato clásico, pero esta vez el artilugio clave es un teléfono móvil (incluyendo sus más diversas funcionalidades). A pesar de lo limitado del espacio, Cortés dosifica con habilidad el crescendo dramático, de manera que en ningún momento se tiene la sensación de que hay elementos o escenas que no aportan nada a la trama principal. Puede que algunos giros sean exagerados o no estén bien explicados, pero son fallos menores que quedan eclipsados por lo desesperado de la situación.

Y ahora hablemos de la producción: rodada en apenas 17 días, la película maximiza las bondades de un gran guión sin apenas generar gastos, que es lo que suele lastrar estos experimentos tan arriesgados o títulos de debutantes. En muchos sentidos, la producción de Buried (Enterrado) es un calco de la de Planet 51 (2009) y demuestra que es una de las vías por las que ha optado el cine español para internacionalizarse: el dinero lo aportan en coproducción españoles y estadounidenses (asegurando de paso la distribución en EE UU), equipo técnico español --en este caso fundamentalmente catalán. Me pregunto si, de acuerdo con los criterios de la Ley del Cine en Catalunya, este filme se considera «catalán»--, guionista estadounidense, rodaje en inglés y un director que sigue claramente los pasos de Amenábar en la industria, tanto por género como por estilo. El producto final es de una calidad inmejorable, exportable sin problemas a todo el mundo; por ese lado considero que es una muy buena estrategia del cine español para salir del atolladero argumental y económico en el que se encuentra. La tercera vía --siempre suele haber terceras vías-- es seguir los pasos del cine francés: argumentos originales y sin populismos, actores y ambientación locales y el apoyo de una legislación y una distribución internas envidiables. Cuando eso sucede los signos son claros inequívocos y --por el momento-- inéditos en España: guiones y formatos cinematográficos arriesgados.

Buried (Enterrado) --dejando aparte su temática-- es un filme originalísimo y muy recomendable que consagra a otro cineasta español cuyo estilo revela que ha crecido viendo cine estadounidense. En cualquier caso, queda avalada la capacidad del cine español para fabricar productos exportables de los que enorgullecerse sin complejos.

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