viernes, 13 de septiembre de 2013

Archivo SD: 4. Los tres entierros de Melquíades Estrada

1. Bienvenidos a Belleville
2. Fahrenheit 9/11
3. Serenity

Avance: los tres primeros meses del 2006 fueron los últimos de Sesión discontinua en versión página personal; y a diferencia del anodino 2005, aquel trimestre estuvo lleno de buenas películas (alternadas con otras que merecen no ser recordadas aquí). Tantas que me ha costado elegir un título para representar esta última etapa previa al salto a la blogosfera.

Arrancó el año con Manderlay (2005) la esperada secuela de Dogville (2003) de Lars von Trier, que no desmereció en absoluto a su predecesora, en lo que sigue siendo otra trilogía inconclusa de su imprevisible director. Pero es que luego se cruzó El castillo ambulante (2004) del recién jubilado Hayao Miyazaki, una película que desborda imaginación, ritmo y ternura, y que inspiró cinco años después la siguiente película de Pete Docter, que se ocupó de la versión inglesa del filme de Miyazaki: Up (2009). La fui a ver porque seguía bajo los efectos de la revelación que supuso en mi formación cinéfila El viaje de Chihiro (2001), un auténtico chute narrativo aún insuperado y que desmenuzaré otro día, lo juro. Y por último, Volver (2006) de Pedro Almodóvar, la que considero hasta la fecha su última película meritoria, cuando un estilo consolidado y un sentido del drama más que dominado revelan signos de una complejidad que anticipan la actual atrofia creativa.

Los tres entierros de Melquíades Estrada, dirigida e interpretada por Tommy Lee Jones, es un guión de esos que un actor de primera fila se empeña en convertir en filme, ya sea por el personaje que lo protagoniza, los escenarios en los que transcurre, un tema cercano en lo biográfico, o por la necesidad de rodar un determinado tipo de historia. El caso es que Jones acierta de pleno con el tono, la interpretación y el montaje. Un filme menor que me alegro de no haber dejado escapar en su momento, aunque sólo fuera por mero despiste frente a la cartelera.



Desenterrado Juan Rulfo (Los tres entierros de Melquíades Estrada) 
Publicada el 28/02/2006 (ver texto original)

Los tres entierros de Melquíades Estrada (2005) se posiciona rápidamente en la cartelera gracias a su atractivo título, prácticamente salido de un cuento de García Márquez o de Rulfo. Con ese primer dato la película ya tiene al espectador de cara; el segundo es el guionista: Guillermo Arriaga, responsable de dos recientes éxitos argumentales como son Amores perros (2000) y 21 gramos (2003). En este caso la estrella es el guionista antes que el director (que aquí aporta su prestigio como actor y demuestra su buen hacer en la faceta de actor, premiado en Cannes) que se dirige a sí mismo.

El argumento no desmerece en absoluto la idea que sugiere un título tan largo: Los tres entierros de Melquíades Estrada se obstina, en los capítulos centrados en los dos primeros entierros, en los detalles y las paradojas que orbitan alrededor de un incidente tan habitual como triste, la muerte de un emigrante mexicano en la frontera estadounidense. El tercer entierro narra el clásico itinerario geográfico que se convierte en itinerario moral y en recuperación iniciática de vidas pasadas y ajenas. Además, el tema de la muerte --tema mexicano por excelencia-- cobra protagonismo en este tercio final con un sentido del humor grotesco que en ocasiones roza lo macabro.

Todo ello sostenido mediante el mismo entramado narrativo que veíamos en 21 gramos, hecho a base de desorden temporal sin diálogos que sirvan de clave para orientarse; únicamente la repetición de escenas desde diferentes puntos de vista consigue situar al espectador, casi al final del segundo entierro. Es un síntoma más de la complejidad que alcanza el lenguaje cinematográfico y de cómo el público responde al reto. Bien por el guión de Arriaga y bien por la sensibilidad de Jones a la hora de realizarlo, descartando de entrada el melodrama y sin pretender que todos los cabos queden perfectamente atados. No estamos en Hollywood, estamos en la tierra de Pedro Páramo.





http://sesiondiscontinua.blogspot.com.es/2013/09/archivo-sd-4-los-tres-entierros-de.html

domingo, 1 de septiembre de 2013

Antología de primeras escenas: 4. Twin Peaks

1. Reservoir dogs
2. Arizona baby
3. Cyrano de Bergerac

Twin Peaks (1990-1992) fue una serie de televisión que hizo saltar todas las alarmas. De pronto parecía que la ficción en la pequeña pantalla iba a dar un salto copernicano, y todo lo que viniera después no tendría nada que ver con lo que habíamos visto. No hace falta echar mano de la perspectiva de los años para saber que no iba a ser así: la serie terminó de forma abrupta y chapucera, obligada a echar el cierre ante la caída de la audiencia. Eso sí, podemos considerarla como un precedente de lujo para series actuales que, a pesar de temas y estilos totalmente a contracorriente, triunfan entre la audiencia: The wire (2002-2008), Breaking bad (2008-2013), El mentalista (2008...). Como público nos hemos hecho mayores y más exigentes; quiero pensar que en parte se lo debemos a Twin Peaks.

Twin Peaks es un ejemplo perfecto de la manera de trabajar de Lynch, sólo que en lugar de limitarse al primer tercio de película, se prolonga durante muchos más minutos. Los primeros capítulos se pueden considerar un máster en gestión de la información cinematográfica, perfectamente ordenada y dosificada, orientada al efecto y a la intriga. Se dice que la primera frase de una novela es muy importante porque establece el tono del resto del texto; el arranque de Twin Peaks cumple con creces este requisito, y debería estudiarse en todas las facultades del mundo. La historia comienza con el descubrimiento de un cadáver una mañana cualquiera en un pueblo del norte profundo: alguien descubre el cadáver, llama al sheriff, se presenta en el lugar con el médico y descubren de quién se trata. Es alguien del pueblo (el doctor pronuncia su nombre con asombro y tristeza). Cambio de plano. Una mujer llama a gritos a Laura. No han transcurrido ni dos segundos y ya sabemos que es su madre intentando que se levante. Ella no lo sabe, pero nosotros sí: no la va a encontrar en la habitación. Nos preparamos internamente para la reacción. Montaje y tiempo narrativo impecables. Una información mínima da de sí un desarrollo dramático de primer orden.


La noticia de la muerte recorre el pueblo como un latigazo: el sheriff va a avisar al padre de Laura, y su llegada coincide con la llamada preocupada de su esposa. El instante reúne simultáneamente a padre, madre y sheriff: los silencios suplen a las palabras. El teléfono cae al suelo y queda descolgado. Mientras la cámara lo recorre en detalle tan sólo oímos el sollozo desgarrado de la madre. En el episodio piloto cada nueva escena supone una revelación sorprendente y desconcertante: cada personaje relacionado con Laura Palmer no es lo que parece, y nos lleva a otro, que tampoco lo parece... Apenas han transcurrido dieciocho minutos y estamos abrumados por tantas incógnitas. En ese intervalo, además, Lynch se las apaña para mostrar a cada uno de los personajes involucrados en un brevísimo diálogo o situación que los define con maestría (el sheriff, la telefonista, el padre y la madre de Laura...). Se trata de personas normales sin duda, pero con un algo oculto que nos perturba, una nota discordante que los hace extraños y atractivos a la vez. E inmediatamente queremos saber más cosas de ellos. Y por encima de la imagen, la música de Angelo Badalamenti: inquietante, omnipresente (al final cargante, es cierto), pero muy adecuada para el tono que Lynch quiere imprimir a unos sucesos que basculan entre lo real, lo soñado y lo raro.

Para completar el puzzle, aparece el agente especial del FBI Dale Cooper: meticuloso, imprevisible y ultraprofesional. Los métodos que emplea son sumamente extraños, pero consiguen resultados. Poco a poco descubre indicios, reconstruye la noche en que murió Laura y perfila quién podría ser el asesino, pero lo hace de una manera --al menos durante los ocho primeros episodios-- que no contradice la lógica esencial de los acontecimientos y de las pistas que ha ofrecido previamente, al más puro estilo Conan Doyle. Deslumbrados, algunos críticos relacionaron la serie y a Lynch con el método paranoico-crítico enunciado en el esplendor de su éxito por el pintor surrealista Salvador Dalí. Me ha costado encontrarlo pero aquí está el artículo. Merece la pena.

Quizá Lynch encontró en el formato televisivo su propio talón de Aquiles para el modelo de narración que tan buenos resultados le ha dado en el cine (arranque firmemente anclado en la causalidad, final deliberadamente incomprensible): la necesidad de rodar más episodios, de adaptarse al concepto de «temporada», le obligaba a abrir nuevas subtramas, a alargar inútilmente las existentes, de manera que el fascinante enigma del comienzo perdió fuerza, interés y encanto. Al final, después de tantos sospechosos e incidentes paranormales, a casi nadie le importaba saber quién mató a Laura Palmer. Puede que esta sea la gran paradoja de esta historia: Lynch complicó la trama de tal manera que sin recurrir sus trucos habituales (apariciones, sueños, visiones, situaciones raras) consiguió acabar Twin Peaks como cualquiera de sus películas: de forma incomprensiblemente aburrida.