viernes, 29 de agosto de 2014

Sigamos soñando (Step up all in)

No es fácil resistir a la tentación de machacar un filme que sabes que no te aporta nada. En mi caso, cuando quiero rebajar el tono de una crítica y evitar el puro despelleje a base de erudición e ironía, recuerdo las lúcidas palabras de Anton Ego, el estirado personaje de Ratatouille (2007). Tan eficaces y fundamentales me parecen que las tengo siempre presentes en mi blog (en el apartado ¿Criticar el cine?). Con Step up all in (2014) he tenido que aplicármelas a fondo una vez más, como la crema hidratante.

Step up all in es un filme generacional que explota un filón que ha devenido saga desde Step up (2006). Un filme, como tantos otros, que habla directamente a los adolescentes, que muestra del mundo adulto exclusivamente aquello que necesita para el argumento (jefes puretas, entornos de lujo, realities televisivos, malos tontorrones). El resto es pura ensoñación juvenil: problemas en grupo bien cohesionado, amoríos entre iguales, mochilas emocionales, retos personales... La única diferencia con cualquier otro tipo de cine es que la historia se desarrolla con una lógica imposible de encajar y sostener desde cualquier punto de vista narrativo.



Pero eso importa más bien poco, porque el público objetivo reacciona adecuadamente a los estímulos planificados: el principal, por descontado, los números de baile, abundantes y espectaculares; los predecibles retratos del líder y su chica (que aparece en todas, absolutamente en todas las escenas, con el ombligo al aire), el dilema entre la renuncia a los amigos o el triunfo a cualquier precio en la profesión, el aprendizaje de los errores y los reveses de la vida y el amor... Que todo esté pillado con pinzas, o mejor dicho, concatenado sin preocuparse de la más mínima coherencia argumental, es algo secundario, porque la película sabe a quién se dirige y qué se espera de ella. Step up all in es un eslabón más en ese cine que despreciamos a partir de un determinado nivel de experiencia o exigencia, pero que es determinante en ciertas etapas de la vida. Puede que después ya no lo necesitemos porque hayamos aprendido a detectar sus disparates y lagunas deliberadas; aun así, lo que es seguro es que habrá cumplido su función: allanar el camino a la ensoñación.




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sábado, 23 de agosto de 2014

La vida a los 50: amigos, buenas viandas y demás tópicos (Barbacoa de amigos)

El cine francés tiene una rara habilidad para hacer girar las comedias alrededor de reuniones gastronómicas: eventos familiares, encuentros, citas, barbacoas, pic-nic, aperitivos, comidas de vacaciones... películas en las que escenas clave se suceden alrededor de una mesa apetitosamente dispuesta, donde por descontado nunca falta el vino. Supongo que así es más fácil trabar los enfrentamientos y hacer que avance la historia, con los personajes uno frente a otro en una situación natural que se presta a ese propósito, y de paso --igual que las retransmisiones del Tour se las apañan para colar excelentes paisajes de Francia-- se exhiben como si nada algunos de sus productos más exportables. Barbacoa de amigos (2014) no escapa a este esquema y lo explota a conciencia; en cambio, el guión y los diálogos apenas pasan de arquetipos humanos, situaciones comunes y un humor basado en situaciones vistas demasiadas veces y resueltas sin demasiadas sorpresas: la crisis masculina de los 50, la catarsis provocada por la convivencia diaria de un grupo de amigos de muy largo recorrido, las disensiones de la pareja y sus infidelidades... Ahí está todo una vez más, pero de la mezcla no surge nada que llame la atención especialmente. Entretenimiento sin complicaciones, material para conversaciones posteriores que no darán mucho de sí.





Su director, Éric Lavaine, es un experto en este tipo de comedias superficiales: debutó en la dirección con un reverso prometedor de Poltergeist (1982) --Poltergay (2006)-- y a partir de ahí sus historias han tratado de sacar provecho a argumentos de género potencialmente cómicos (los cruceros, los buddy movies). Esta vez le ha tocado el turno a un tema recurrente de determinado cine con pretensiones de reflexión trascendente: los retos y cambios en un momento de la vida en que la estabilidad amenaza con mutar en aburrimiento. Barbacoa de amigos aprovecha el verano de un grupo de cincuentones que se enfrenta a muchos y simultáneos cambios para ridiculizar determinadas obsesiones, no ya del hombre maduro, sino del arquetipo cinematográfico a que ha dado lugar. Creo que la única manera de salir airoso de un reto así es desbordar la historia y los gags por el lado de la incorrección política y el exceso, dos recursos que el filme de Lavaine no da la sensación de intentar siquiera.

Y con poco más, Barbacoa de amigos trata de hacer pasar un buen rato, buscando el lado divertido que pueda haber en nuestras miserias domésticas, sueños truncados, deseos caducados y opiniones largamente silenciadas. Y así vamos pasando la vida, señor juez...




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domingo, 17 de agosto de 2014

Campamento de verano 2.0 (Chef)

Jon Favreau, un actor de dilatada experiencia televisiva e importante filmografía como secundario durante las dos últimas décadas --Deep impact (1998), Daredevil (2003)--, que dio el salto a la dirección con Elf (2003) y se hizo visible al gran público con Iron man (2008), de pronto parece que con Chef (2014) busca un nuevo sitio en la industria para su cine. Escrita, dirigida y protagonizada por él, es una mezcla con muchos ingredientes (lo cual viene al pelo pues la película va de cocineros y cocinas creativos): una historia de superación, un itinerario moral, una puesta al día tecnológica, un verano de reencuentro paterno-filial, un poco de humor y ternura y apenas una pizca de enredo romántico (tan mínimo que el guión ni se molesta en quebrar las expectativas más evidentes: aprovecha que el público las anticipará porque las da por hechas).

Lo primero que llama la atención es el reparto de secundarios, compuesto por auténticas primeras figuras que, de entrada, no se dejarían engatusar por un papel como el que tienen en Chef: ni Scarlett Johansson, ni Dustin Hoffman ni Robert Downey Jr. parecen del todo aprovechados o a gusto (en el caso del último se nota que es una cuestión de reciprocidad y agradecimiento por la saga Iron man). Lo segundo el apoyo de coprotagonistas consagrados o en pleno auge (como John Leguizamo o Sofía Vergara); y lo tercero el convencimiento íntimo de que Twitter ha financiado el filme directamente o a través de alguna compañía interpuesta, puesto que antes que cualquier cosa parece un tutorial ficcionado sobre las posibilidades de esta herramienta social.



Así que, como aperitivo, abundantes y apetitosas escenas de cocina, con ese montaje analítico --una técnica que los estadounidenses dominan como nadie-- que descompone la preparación de cualquier plato, un valor seguro para enganchar al espectador. De segundo: una historia de caída y auge, de talento insobornable aderezada con niño y exesposa irreal junto con amigo incondicional. De postre, un repertorio turístico y gastronómico de algunos lugares emblemáticos de Estados Unidos tratados como si fueran revelaciones al margen de las guías turísticas. Y para amenizar la sobremesa, unas gotitas de multiculturalidad, representada por la cocina cubana, quizá con el objetivo de aportar algo de sofisticación, de transmitir una imagen abierta y cosmopolita de un país que en la pantalla suele aparecer sospechosamente plano.

En definitiva, Chef se consume sin problemas y se digiere con menos sorpresas (excepto las que proporciona el entretenimiento puro y duro). Cine fácil y amable que intenta abrir nuevas perspectivas y temas al género cinematográfico por excelencia (aunque sólo sea por sus innegables rendimientos en taquilla): el familiar.




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viernes, 8 de agosto de 2014

Soledades inminentes (Viajo sola)

El lujo, aparte de dar salida a la ostentación papanatas de la gente que lo frecuenta habitualmente, genera algunos oficios curiosos que se convierten en estúpidos en cuanto pierden todo contacto con la realidad. Es lo que sucede cuando te encargan evaluar de incógnito y por cuenta ajena la calidad de instalaciones y servicios de los más diversos cinco estrellas del mundo. Una labor que de entrada parece justificada pero que adopta un cariz elitista, lunático y carente de sentido práctico cuando la realizan personas ajenas al ambiente que les toca enjuiciar. En eso consiste el trabajo de Irene Lorenzi (interpretado por una meritoria Margherita Buy), una mujer que pasa más tiempo en hoteles de lujo que en su propia casa (apenas un espacio de paso a medio amueblar) y que sufre los efectos de un anonimato profesional que acaba por afectar a su vida privada.

Viajo sola (2013), dirigido por Maria Sole Tognazzi (hija de Ugo Tognazzi), es un título que tiene la peculiaridad de predisponer favorablemente al público femenino y atraerlo en grupo a las salas. Seguramente algunas han viajado en solitario y esperan contrastrar experiencias, otras porque están planteándose dar el paso y buscan argumentos; unas cuantas porque esperan de la película una revelación sobre la condición femenina en el mundo actual. Lo cierto es que no creo que salgan defraudadas, como en general todos los espectadores (entre los que me incluyo): Viajo sola despliega la historia con ritmo, sin recaer en perplejidades existenciales asociadas a planos fijos o situaciones al límite o improbables; al contrario, el filme es un pedazo de vida de su protagonista, en la que interactúan cada vez menos personas (su hermana y sobrinas, su exmarido y escasos encuentros interesantes durante sus desplazamientos). Las reacciones y las consecuencias a este proceso de atomización social --un tema recurrente en el cine independiente contemporáneo-- sorprende por su sentido común, la ausencia de golpes de efecto (excepto uno muy divertido hacia el final) y sobre todo por el retrato coherente y verosímil de sus personajes.



Tognazzi acierta al seleccionar los agobios (no siempre admitidos en voz alta) que provocan determinados retos (auto)impuestos de las mujeres: maternidad, relaciones con la familia, búsqueda de una relación estable --de amor o de amistad-- o la necesidad de disponer, como alternativa, de un plan de vida compatible con la soledad y el desarraigo. Porque eso es lo que no tiene Irene, y por eso cada alejamiento inevitable de un ser próximo parece una advertencia o una impugnación a sus elecciones vitales previas. Aun así, la película no está rodada en un tono moral, ni siquiera triste o tremendista, al contrario: combina con naturalidad escenas divertidas, tristes y lúcidas (incluida una curiosa reflexión sobre los juegos para móvil, descritos de una manera que revelan su capacidad para convertirnos en memos) en un argumento que huye de lo monotemático sin alejarse de la idea central.

Viajo sola rebosa un punto de vista femenino sobre el mundo y las personas, y eso la hace más sutil y detallista que si estuviera centrada en un protagonista masculino. Basta repasar The trip (2010) de Michael Winterbottom para comprobar lo que quiero decir. No obstante, eso no significa que no sea un filme recomendable para ambos géneros, simplemente que ofrece un panorama complementario, en ocasiones poco explorado por el cine.

Anécdota al margen: en todos mis años de cines Verdi nunca había coincidido con nadie conocido a la salida de la película. El encuentro con mi hermano modifica esta curiosa estadística y además nos permitió compartir impresiones de regreso a casa. Que haya más.






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