lunes, 25 de mayo de 2015

Coreografía, lentejuelas y campeonatos del mundo (Dando la nota. Aún más alto)

Parece casi una ley de la naturaleza: un musical de poco presupuesto acaba cosechando un apreciable éxito, lo suficiente como para que una segunda parte no parezca una aventura tan arriesgada a los inversores. Llegados a ese punto, los cambios introducidos en el guión de la secuela resultan sorprendentemente previsibles, y/o demuestran que los detalles que gustaron en la primera fueron una feliz casualidad difícil de prolongar si no hay otras novedades que las sostengan: las protagonistas femeninas lucen un aspecto físico mucho más cuidado en todos los aspectos, sobre todo en cuanto a moda y peinados; los números musicales están diseñados a otra escala, con una escenografía espectacular en cuanto a imagen, luz, sonido y vestuario (repleto de brillos y lentejuelas) y con unos intérpretes que han mejorado mucho en cuanto a coreografía (se nota que han pasado por un importante reciclaje formativo); y por último la obligación de transmitir la sensación de que el argumento incrementa objetivamente su ambición, por lo que el éxito ya sólo tiene una medida posible --el planeta entero-- y la cosa irá de campeonatos del mundo de lo que toque.

Dando la nota. Aún más alto (2015) --secuela de la popular Dando la nota (2012)-- sigue a rajatabla todas estas premisas, buscando rentabilizar unos personajes que poco más pueden dar de sí. Elizabeth Banks, que interpretaba un pequeño papel en la primera parte, ha aprovechado la ocasión para dirigir su primer largometraje, apostando a lo seguro y adquiriendo de paso una valiosa experiencia, muy necesaria en este complicado mundo. De ahí que haya tan pocas sorpresas: se insiste en los aspectos del guión y de los personajes que resultaron más atractivos o eficaces en la primera parte, ofreciendo al público más de lo mismo; se incorporan unos cuantos gags visuales que complementen a los números musicales y, para encajar al máximo con la potencial audiencia adolescente, se explota sistemáticamente la incorreción política en los diálogos. Y ya puestos, se fía parte de la eficacia final a la presencia de la emergente Anna Kendrick --copresentadora en la última gala de los Oscar-- como ventaja competitiva adicional.



El problema es que se han olvidado de trabajar el resto del guión, no sólo para dar sentido a esta amalgama de necesidades, sino al menos para proporcionar ritmo a las escenas que han llegado al montaje final. Porque todo se reduce a la vistosidad de los números musicales y a la audacia de las mezclas musicales elegidas, sin dejar apenas nada para el resto: la banda rival es un trasunto imposible de los alemanes Kraftwerk, meros arquetipos parlantes en su ridículo papel de malos; el viaje a Europa --esta vez le ha tocado a Copenhage--, el enredo relativo al campeonato del mundo y la apoteosis final. Nada de todo esto está trabajado; igual que los hitos intermedios (perspectivas de futuro, amoríos, superación de conflictos, continuidad con el pasado..), que parece que van a adquirir relevancia pero se quedan en simple relleno.

Dando la nota. Aún más alto quizá haya cumplido con alguno de sus objetivos individuales (explotar económicamente un limitado argumento previo, servir de experiencia a su directora, afianzar la carrera de alguna joven actriz), pero en lo colectivo y como filme no alcanza los estándares del entretenimiento popular. Excepto para los ultrafans previamente conquistados, por supuesto.




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