miércoles, 19 de agosto de 2015

La leyenda del pardillo y la progre: estética y mito (Ciudades de papel)

John Green parece haber encontrado el modelo de negocio que mejor se adapta a su creatividad: escribir novelas para los jóvenes tocando temas actuales y enfrentándolos desde una perspectiva --no exenta de polémica e incomodidad-- que no arruine una buena historia y, esto es lo más importante, sorteando con talento la mayoría de tópicos y convencionalismos de un género tan delicado. Todo un mérito en estos tiempos en los que arrasan toda clase de trilogías acerca de sociedades distópicas con heroínas buenorras o extraños vampiros que se pasean a la luz del día. Puede que el punto de vista de John Green sea deliberadamente parcial o interesado, pero por lo menos hay que admitir que sus personajes viven en un mundo bastante real y se comportan como seres humanos probables. Tampoco esto quiere decir que sus historias estén protagonizadas por antihéroes --eso sería una afirmación demasiado fuerte-- pero sí por la clase de gente que suele moverse tres filas más allá de las que ocupan los seres casi perfectos que brillan en narraciones paradigmáticas del estilo High School Musical (2006, 2007, 2008). Algo hemos ganado.

Es inevitable juzgar el éxito y la expectación de Ciudades de papel (2015) sin aludir a los que cosechó en su momento su predecesora Bajo la misma estrella (2014), la inusual historia de amor adolescente que arrasó la temporada pasada; no es justo pero así funciona el mundo. Si en la segunda veíamos cómo la pareja protagonista acababa transformada en sendos seres humanos casi completos por efecto del drama inapelable, en Ciudades de papel se trata de demostrar que cualquiera puede aspirar a hacer realidad su sueño de juventud si es capaz de sacudirse los complejos y lanzarse de frente contra la corriente.

Esta vez los protagonistas son: 1) Quentin, el clásico pardillo que se porta bien en clase y no destaca por nada fuera de ella, de los que estudian y hacen los deberes, de los integrados que --a pesar de tanta socialización-- aspiran a hacerse notar por algo que no sea su buen comportamiento; y 2) Margo, la chica inteligente y progre que se resiste a aceptar cualquier convencionalismo social y huye de su estereotipo sexual (aspirar al mejor novio posible, no descuidar nunca su aspecto y ser buena amiga de sus amigas). Lectora voraz, pero también con unas ganas tremendas de vivir experiencias al límite, lo que le acarrea incomprensión y distancia con su entorno (incluido su vecinito el pardillo).



Un enigma y un viaje --dos clásicos del género-- son los recursos elegidos para completar el itinerario moral de Quentin y Margo: no sólo su proceso de maduración, también la aceptación de sus límites y la posibilidad de salir derrotados. Un reto complicado para plantear y resolver en apenas dos horas (la mayoría de títulos similares lo intentan, así que por qué no una vez más) cerrado de forma exageradamente antiformal, expresando una confianza ciega en la improvisación (especialmente si es fruto de un convencimiento interior). Un final en el que la estética y la nostalgia impiden dejar preguntas sin respuesta o sugerir el mal o la ignorancia como explicaciones posibles. Se nota que --por lo menos la película-- busca distanciarse de un tipo de películas muy concreto; pero ni los pardillos son tan conscientes de lo pasajero de los dramas de la adolescencia ni las chicas progres --siempre delgadas y de buen ver-- son tan analíticas y críticas con lo superficial que es nuestra forma de organizarnos la vida.

A pesar de los notables cambios que introduce el filme respecto al libro, el sentido global de la historia no se resiente: reivindicar la sinceridad como principal síntoma de coherencia... o al menos evitar remordimientos posteriores sabiendo que hubo un momento en que intentamos hacer realidad nuestros deseos. Ciudades de papel es un filme que se atreve a poner grises al arquetípico y plano paisaje que pintan los telefimes y demás dramas románticos y/o de superación (de los últimos que se niegan a prescindir de los tópicos). Y aunque la película resulta previsible en la mayoría de sus giros --los límites y las leyes del género adolescente son demasiado estrechos y están sobradamente explorados-- el conjunto supone un alivio a la presión insoportable que los chicos guapos y sus novias populares deben soportar por estar en lo más alto.



jueves, 13 de agosto de 2015

Inesperada tensión (Todo saldrá bien)

Win Wenders fue durante unos años la auténtica estrella del cine europeo: sus películas conseguían un difícil equilibrio que las hacía atractivas tanto para la crítica espesa y/o especializada, como para el gran público (gracias a unos argumentos furiosamente anclados en lo cotidiano; eso sí, salpicados de incidentes curiosos, encantadores, raros, divertidos... intensos). Eran filmes que no se dejaban arrastrar por las perpejidades de la existencia y demás paradojas formales que caracterizaban a otros estilos más contemplativos (como el setentero de arte y ensayo). Por desgracia, este idilio entre crítica y público duró poco: a partir de Cielo sobre Berlín (1987) introdujo elementos fantásticos que, a mi entender, rompían ese delicado equilibrio que le caracterizó hasta entonces: Hasta el fin del mundo (1991), ¡Tan lejos, tan cerca! (1993), con los ángeles de nuevo como protagonistas. Además, Wenders ha mantenido siempre activa su faceta de documentalista, incluyendo algunos títulos que se han convertido en clásicos --Buena Vista Social Club (1999), Pina (2011), La sal de la Tierra (2014)--, distanciadas visiones del planeta --Tokio-Ga (1985)--, desastres infumables que no hay por donde cogerlos --The Million Dollar Hotel (2000)-- e interesantes experimentos híbridos --Tierra de abundancia (2004)--. Sin embargo, para la ficción, creo que no recuperamos al Wenders previo a 1987 hasta Lisboa Story (1994), con una historia de nuevo centrada en el cine como fascinación vital y, más concretamente, el rodaje como experiencia modificadora del individuo (tal como sucedía en El estado de las cosas (1982), un título que augura una historia críptica y plúmbea pero es todo lo contrario), un filme que recuperó el estilo y la originalidad de sus primeros trabajos, que para mí son sin ninguna duda El amigo americano (1977) y Alicia en las ciudades (1974).

Todo saldrá bien (2015) comienza con un suceso fortuito cuyo efecto sobre el espectador queda exponencialmente incrementado gracias al magnífico desarrollo narrativo de la escena, para luego entrar en un primer tercio claramente marcado por la lentitud expositiva, que amenaza con diluir de golpe la inmejorable impresión inicial. Sin embargo, todo cambia y el ritmo remonta en cuanto se llega a la parte en la que empiezan a suceder cosas, hay diálogos y queda clara la estructura de la historia... El filme se apoya en algunos rasgos de estilo característicos de Wenders: protagonista(s) que evoluciona(n) junto con el espectador (el filme crea simultáneamente un universo para los personajes y para el público, que saben lo mismo desde el minuto cero), ocultación deliberada de información, itinerario moral paralelo a un itinerario físico..., aunque esta vez hay que añadir una intriga cuyo desenlace se perfila muy lentamente. Sin este ingrediente adicional, hay que reconocer que la película pierde buena parte de su interés. Parte del mérito es también del guión de Bjørn Olaf Johannessen --al que probablemente Wenders conoció durante el rodaje de la serie televisiva documental Cathedrals of Culture (2014)--, que ha escrito una dura historia que encaja bien en la personalidad de los protagonistas wendersianos (escasa expresividad y empatía, poco dados a expansiones sentimentales) y un ritmo al límite para ser acusado de lento.



Esta vez no se trata de reencontrar a nadie, ni de alcanzar ciertas revelaciones fundamentales que el día a día nos deniega, sino de la recuperación del equilibrio vital de dos seres que, tras un breve e inesperado encuentro, quedan interiormente amputados. La película narra el proceso vital por el que cada cual regenera esa parte perdida, empleando para ello una tensión bien dosificada, cuidadosamente acumulada sobre el espectador, y un gran trabajo de montaje. Los que conocen el cine de Wenders sabemos que no recurrirá a trucos baratos ni a giros dramáticos fuera de lugar (pues es un cineasta bastante contenido), pero aun así el desarrollo de las escenas hace que nos replanteemos todas las expectativas. Es esa tensión la que hace que los dos tercios restantes de película resulten intensos y absorbentes, los cuales no pude evitar relacionar con la magnífica parte final de El amigo americano (que contiene interesantes hallazgos narrativos, especialmente el plano secuencia durante la persecución en el metro, demostrando que el suspense hitchcockiano no funciona únicamente a través del montaje, sino que la toma continua y una localización adecuada pueden lograr el mismo efecto). En cuanto al título, una breve secuencia ofrece el contexto en el que la historia debe ser situada y valorada, y que yo creo que es el mismo en el que el espectador la dispone intuitivamente antes de llegar a ella. Creo que Todo saldrá bien es el mejor Wenders de ficción de los últimos diez años.

Y para finalizar, una breve reflexión acerca de los actores protagonistas: se nota que Charlotte Gainsbourg, Rachel McAdams y James Franco (especialmente este último) se han sumergido deliberadamente en una película europea, independiente, con significado (o como quiera que llamen los actores de éxito planetario a filmes como éste), quizá con el propósito de probar qué tal les sienta interpretar papeles que les obligan a tirar de técnica o de recursos propios y no a fiarlo todo a la eficacia posterior del croma. Quiza quieran provocar un giro a sus respectivas filmografías, ampliar horizontes, reciclarse profesionalmente... no sé, la cosa es que --aunque no se les ve en absoluto incómodos-- se me hacía raro comprobar lo contenidas que pueden llegar a ser sus interpretaciones. Para que conste: es un cumplido...