domingo, 18 de octubre de 2015

La cinefilia en el siglo XXI

El cinéfilo es un arquetipo perfectamente consolidado en nuestra cultura, especialmente en los sesenta y setenta del siglo XX, cuando el cine espeso y vanguardista aún no se consideraba abiertamente una pedantería e incluso servía para adormecer a alguna incauta y aprovechar el momento. Estoy hablando de una época en la que el cine se consumía exclusivamente en sala oscura, una pauta de consumo que sirvió, además, para aliviar tensiones hormonales en momentos y edades en los que algunas efusividades y rozamientos no estaban bien vistos en público. Pero esa es otra historia... La cosa es que el cine en sesión continua fue una manera barata y entretenida de pasar la tarde y, como consecuencia, ha dado lugar a dos caracterizaciones sociológicas muy concretas: la del aficionado que va al cine, a cualquier cine, para entretenerse, estar calentito o soñar; y la del culturetas que sobrevive en la reserva protegida del cine en versión original, tiene una opinión para todos los títulos y cineastas que le propongas y siempre se las apaña para encontrar paralelismos entre lo que le sucede en la vida real y sus momentos cinematográficos favoritos. Yo encajo sin duda en esta segunda categoría.

Sin embargo, ahora que el cine se consume en casa (ni siquiera en el comedor, como en los ochenta y noventa del siglo XX, sino el el ordenador de la habitación, en el portátil que llevamos a la biblioteca o en la tablet que llevamos a todas partes), en cualquier lugar y tiempo, es curioso comprobar cómo la cinefilia sigue firmemente anclada a estos dos tópicos sociológicos.

El mes pasado, Aurélien Ferenczi se hacía eco en su blog Cinécure de un estudio realizado por el Centre National du Cinéma et de l'Image Animée en el que se actualizan con datos algunas ideas preconcebidas, otras tendencias recientes se ven confirmadas o se descubren aspectos inéditos de la cinefilia; en concreto la de aquellos espectadores que todavía frecuentan las salas oscuras. Y aunque los datos se refieren únicamente a Francia creo que las conclusiones son extrapolables a buena parte del entorno europeo.

Algunas de sus conclusiones confirman algo que todo el mundo sabe: que las películas duran muy poco en cartelera debido a una altísima rotación de títulos; de modo que cuando uno decide ir a verla ya la han quitado. También confirman que la mayoría de espectadores se guían sobre todo por el boca-oreja para escoger un filme, por encima de la televisión, internet (revistas y blogs) y, por último, los avances vistos en la propia sala. Quizá sea una tendencia actual que nos lleva a preferir la imagen y/o la palabra hablada antes que la escrita, en coherencia con la bibliofobia (excepto para textos instantáneos de menos de 140 caracteres) que exhibimos en lo que va de década. Otras conclusiones, en cambio, resultan tautológicas por su obviedad: los mayores de 50 años suponen casi la mitad de los espectadores de cine independiente, raro y/o no estadounidense. Si se incluye a quienes tienen 35 o más el porcentaje alcanza el 66%. No hay duda de que la cinefilia tradicional es un ocio viejuno, viejuno...

El mismo estudio expide un certificado oficial de defunción para el cine en 3D, muerto o en coma profundo desde hace al menos dos años (los que abarca el informe). En su momento supuso un rayo de esperanza para el sector, que vio la excusa perfecta para incrementar el precio de las entradas, pero la realidad es que ya sólo atrae a familias con hijos pequeños, el resto acabó acostumbrándose a la espectacularidad, la limitación de géneros y temas y hartándose del rollo de las gafas. Descanse en paz... Para las nuevas ventanas digitales del sector, en cambio, supone la confirmación de que aún queda camino por recorrer: el 81% de los espectadores entrevistados declara que su primer contacto con un filme es en la sala de cine, un 8% por televisión, un 4% por DVD o Blu-Ray y apenas un 3% a través de servicios digitales bajo demanda. Deduzco --ya que el informe ni lo menciona, quizá por considerarlo un anatema abominable-- que el 4% restante corresponde a los que ven películas descargadas. ¿Doble moral, miedo a la reacción del sector al que se dirige el informe o simplemente gente que miente a causa de algún oscuro temor?

Pero los datos y las conclusiones que me han sacudido internamente son éstos:

a) Uno de cada diez espectadores va al cine solo; el resto lo hace en pareja, familia o amigos. El cine en salas sigue siendo un ocio predominantemente social.

b) Tres de cada diez espectadores que van al cine de forma asidua (al menos una vez por semana) afirman que van solos después de no haber encontrado o buscado acompañante (mientras que entre los ocasionales la proporción es de uno de cada diez). Quizá el filme era demasiado raro para resultar atractivo a posibles acompañantes... ¿Excusa o realidad?

c) Los espectadores asiduos apenas suponen un 4% del total de espectadores, pero son quienes compran casi el 25% del total de las entradas. Es un dato tremendamente revelador: una minoría se mantiene fiel a las salas oscuras y sirve de sostén al sector. Incluso en estos tiempos de transición queda claro que la cinefilia goza de buena salud.

Pero lo que más me llama la atención es que los cinéfilos siguen disfrutando de su afición en soledad, como parte de su identidad; en cierto modo a contracorriente (desde el momento en que deciden abandonar la autopista de los taquillazos), incluso con un punto de misantropía a medida que se solidifican las preferencias personales y se hace difícil cambiar de opinión, algo especialmente detectable en mi generación viejuna, que aún se acerca a las salas oscuras esperando encontrar un sucedáneo que nos ayude a mantener afiladas las armas del sentimiento, la conciencia política o el sentido de la estética. No me siento capaz de medir la distancia que -- a estas alturas de película-- se abre entre nuestra ficción y nuestra realidad. Mientras reúno fuerzas suficientes para hacerlo, la oscuridad sigue atrayendo (o moldeando) cinéfilos solitarios...



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