martes, 7 de enero de 2020

Mujeres. Mujer. Greta (Mujercitas)

Creo que la mejor síntesis de la novela de L. M. Alcott es el comentario de texto para tarados que hacen Joey, Chandler y Ross en un episodio [T3E13] de Friends (1994-2004). A pesar de lo absurdo del diálogo, creo que destaca precisamente uno de los aspectos cruciales de la novela: más allá de la confusión de nombres y sexos entre Jo y Laurie, la relación de ambos personajes es la columna vertebral del relato, los personajes más rompedores y resistentes al encasillamiento en la mojigatería patriarcal imperante en su época; y sobre todo la más cercana y humana, un paradigma literario del amor imperfecto que marca a sus protagonistas. Lo demuestra el hecho de que este ha sido el epicentro dramático de todas las adaptaciones que se han hecho en el cine (dos mudas, en 1917 y 1918; y cuatro sonoras: 1933, 1949, 1994 y 2018). En este sentido, las Mujercitas (2019) de Greta Gerwig no son una excepción a esta tendencia. Signo de que por mucho que cambien los marcos mentales los valores narrativos mantienen su vigencia en el tiempo.



Cuando era niño, cada Navidad comenzaba a ver la versión de 1949 --dirigida por Mervyn LeRoy-- que ponían en los programas especiales de la televisión; pero no había manera, nunca la veía entera. Me hartaba de tanta cháchara doméstica a la que no le encontraba sentido. Además, igual que a Joey, me desconcertaba la extraña inversión de sexos y nombres de Jo y Laurie, que me parecían intercambiados adrede por un motivo que se me escapaba... Pero aunque nunca la terminé, supe que Beth moría, porque me lo contaron mis hermanas (que sí la veían entera casi cada año), y ese detalle me parecía suficiente como para encasillar la película en la carpeta de dramas convencionales. Y aunque no era exactamente así, lo cierto es que las diferentes versiones fílmicas han priorizado claramente el inevitable aspecto melodramático del libro, de manera que cuando conseguí completar las de 1949 y 1994 me reafirmé en mi fragmentaria impresión juvenil. Aún tenía que llegar la adaptación de Gerwig, mucho más empeñada que el resto en destacar los indudables indicios de progreso en el pasado que tiene la novela (para empezar, dotando a Jo de rasgos de carácter hasta entonces casi exclusivamente masculinos). La directora ha querido recrear en pantalla aquellas situaciones que más ha admirado en sus numerosas relecturas de la novela, incluso tomándose algunas libertades formales al más puro estilo fan fiction. El momento más patente es la manera que tiene Gerwig de mostrar que el final feliz que la novela reserva para Jo fue una imposición del editor, de manera que recrea la escena tal como se supone que le obligaron a escribirla (incluso con comentarios narrativos, como si fueran de la autora para la edición de coleccionista), pero antes también el propio personaje de Jo expresa lo que le gustaría que fuera su vida: una tranquila soledad sin hombres y dedicada a la literatura.

Mujercitas exhibe un brillante ejercicio de adaptación y de dirección de actrices; es más, sin perder de vista su objetivo reivindicativo, no renuncia a recrear el drama decimonónico que la mayoría del público conoce (la historia de amor entre Jo y Laurie, la enfermedad de Beth (Eliza Scanlen) o los problemas para casarse de Meg, interpretada por Emma Watson), añadiendo una frescura a las localizaciones, los diálogos y al desarrollo de personajes y situaciones clave que resulta más cercana al estilo del drama actual, más convincente para el público --joven sobre todo-- que desconoce la novela o cualquier versión cinematográfica anterior. Es en esos momentos definitorios donde Gerwig vuelve a demostrar --como en títulos anteriores-- su capacidad de observación, la intuición para calar brevemente y sin apenas diálogo a los personajes (en mi caso, el que acabó de desarmarme fue la mirada entre Jo y su madre cuando aquélla debe aceptar que Laurie se ha casado con su hermana y que le ha perdido para siempre). Puede que fuera mi estado de sentimientos aquel día, pero admito que me pasé casi toda la segunda parte de la película tragando saliva para evitar que las lágrimas se desbordaran por otro lado...



En definitiva, una adaptación hecha con sensibilidad y sentido del ritmo cinematográfico, con una protagonista --Saoirse Ronan-- que confirma su gran conexión con Gerwig en un momento igual de importante para su carrera como lo fue para Katharine Hepburn la versión que dirigió George Cukor en 1933. Un filme para conmoverse y disfrutar y, en caso de convivir con generaciones más jóvenes, usarlo para reforzar vínculos y hacer pedagogía. A ver si esta vez la Academia se atreve a coronarla de premios como se merece...



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