sábado, 22 de febrero de 2020

Descenso a lo más profundo de la inhumanidad (Cafarnaúm)

Le debía una entrada a Cafarnaúm (2018), porque se mereció una mejor suerte en su carrera comercial --donde llegó a ser finalista de los Oscar hace dos ediciones, derrotada por la sensibilidad del testimonio íntimo y personal de Roma (2018--, precisamente por su principal valor: ser una película dura, muy dura. No lo digo para que los espíritus sensibles que lean esto se la ahorren y crean que ya tienen suficiente material para reflexionar sobre los temas que toca; al contrario, lo digo para que busquen un buen momento --nunca lo es-- y se atrevan a asomarse al ínfimo pedacito de cruda realidad que deja entrever la historia que cuenta. En cambio, a aquellos que presumen de saber encarar estos filmes sin temor a encontrar algo triste, indignante o repulsivo, esa parte de nuestra realidad que no siempre es capaz de abrirse paso hasta las pantallas; a esos, simplemente, les impelo a verla y reafirmar sus opiniones sobre una especie humana que se reproduce sin control sobre la superficie de este planeta.

La estructura del guión responde a un filme muy occidental, explotando un suspense poco habitual en argumentos ambientados más allá de las fronteras de Occidente --Líbano en este caso-- y con una elevado componente emocional: aprovecha la excusa de un juicio para desmenuzar unos acontecimientos cuya resolución se ve diferida y obstaculizada por una serie de flashbacks que tratan de introducir nuevas incertidumbres de cara al desenlace. Por el camino, asistiremos a una sucesión de momentos dolorosos, injustos, vergonzosos... Es más, hay ocasiones en que las implicaciones de algunas escenas resultan muy difíciles de asumir para el espectador, no por desagradables, sino por absolutamente inhumanas. Lo vuelvo a decir, Cafarnaúm, es un filme duro que no nos ahorra ninguna imagen lastimosa, al contrario, se pasea con la eficacia justa para dejar caer su mensaje, sin necesidad de enfatizar el drama. El simple retrato de Este Mundo ya es suficiente para escandalizar y pasmar.



La película cuenta la historia de Zain (Zain Al Rafeea), un chico de apenas 12 años que denuncia a sus padres por haberle traído a este mundo. Los motivos de tan extemporáneos cargos los conoceremos durante los diferentes interrogatorios de los protagonistas (con sus respectivos saltos atrás), aunque luego --una vez vista la peripecia de Zain-- uno no puede dejar de pensar que denunciar a los padres es casi lo único que podía hacer el muchacho para dejar oír su voz. No es sólo la inmensa pobreza que asoma en la pantalla, la desesperanza de personas decentes que se buscan la vida con lo poco que encuentran, la impotencia ante los abusos de toda clase... es que hace ya tiempo que la miseria y la denuncia de Ladrón de bicicletas (1948) o de la más reciente Slumdog millionaire ¿Quiere ser millonario? (2008) han sido superadas. Pero es que además, comparadas con esta de ahora, nos permite calibrar la extensión de lo que ocultaba el cine de ficción en todo lo relativo a la desigualdad social y la injusticia. Un argumento así es imposible de remontarlo hacia un final feliz que cierre las heridas abiertas, sin embargo Cafarnaúm consigue encontrar un mínimo punto de esperanza con el que terminar la película. No es un consuelo visto lo visto, aunque la excusa elegida no es un detalle menor.

Cafarnaúm es un filme incómodo, repulsivo por sus connotaciones sociales, políticas y humanas, pero también un diagnóstico plano y directo sobre el miserable estado de desigualdad de nuestras sociedades. La película, al organizar estos materiales tan inflamables en un guión, no oculta que busca conectar y empatizar con la audiencia gracias a un drama humano debidamente dosificado mediante recursos bien conocidos; sin embargo, aunque esto pueda diluir su impacto sensorial y anímico, el panorama que aparece en segundo plano es ciertamente demoledor. Una película cuya valentía no ha sido suficientemente recompensada.


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