lunes, 20 de julio de 2020

Pudrirse por dentro (¿Dónde estás, Bernadette?)

Basada en el libro de Maria Semple, que fue un éxito en 2012, cuenta una historia alocada, explicada a una velocidad considerable, sin dejar que el público se recree en lo que está viendo, un poco al estilo Noah Baumbach. ¿Dónde estás, Bernadette? (2019) es un guión que tiene muchas cosas que decir, muchas puyitas que soltar, muchas reflexiones que sugerir, pero a ninguna de estas cosas se les concede el privilegio del tiempo y de los detalles. A estas alturas sabemos de qué se está hablando y podemos aplicarnos el cuento sin que se resienta demasiado nuestra conciencia. En la nueva película de Linklater la historia tiene muchas cosas que decir, pero el argumento planea sobre todas ellas sin priorizar dramas ni tramas. Además, el guión posee ese punto de rareza o extrañamiento, esa falta --al principio, como es lógico-- de elementos clave sobre la vida de la protagonista que lo hacen todo más raro aún. A medida que vamos conociendo la vida de Bernadette entendemos sus excentricidades, su carácter, sus sacrificios... Está claro que no todas las mujeres son genios como la protagonista de la película, pero la misma secuencia de prioridades vitales la podemos encontrar en muchas de ellas.

La rivalidad de Bernadette con la excéntrica vecina (que proporciona los momentos más divertidos de la película); sus dificultades para encajar en un barrio ultrapastoso de Seattle, cuyo retrato de conjunto me recuerda mucho a las existencias falsas y grotescas que provoca vivir en una burbuja de dinero y que mostraba con otra intención Big little lies (2017-2019); la revelación de un pasado fascinante voluntariamente enterrado por el cuidado de una hija frágil e inteligente; la lucidez suficiente para anticipar los pasos de un marido en lo relativo a deseos sobrevenidos... a costa del sufrimiento propio. Todo este mosaico diverso compone la vida de Bernadette, pero al espectador le faltan los motivos --porque Linklater los escamotea conscientemente-- y la gracia de la película consiste en que los vaya descubriendo de la forma más insospechada, incluso exagerada: viajes a lugares remotos, revelaciones de sobremesa en montaje paralelo, vídeos de Internet en la madrugada, secundarios con un punto adorable entre borde y gracioso... Y así, también un poco a la manera alocada que tiene Wes Anderson de encadenar secuencias (aunque sin esos encuadres "teatrales" que le caracterizan), Linklater lleva la película a un final previsible construido a la manera tradicional (catarsis, sinceridad, momentos perfectos), pero manteniendo un toque distante e irónico a los diálogos, prácticamente la única forma que existe de escapar a determinados tópicos dramáticos.



Y así, sin dejar que la corriente del drama se lleve por delante el sentido de una historia que permanece oculta durante gran parte del relato, ¿Dónde estás, Bernadette? se pasa sin darse cuenta. Y sólo cuando el espectador es devuelto a la realidad, es consciente de las vueltas y revueltas a las que ha sido sometido sin darse cuenta. Así de metido estaba en la vida de unos seres de ficción... Como debe ser. Para mí, este es su filme más redondo desde algunos momentos perfectos que nos regaló en su trilogía Antes de... (1995, 2004, 2013).

martes, 7 de julio de 2020

Sacar fuerzas del pasado (Habitación 212)

Inspirada muy libremente en un cuento de Henry James --El alquiler fantasma (1876), el cual se menciona de forma original y secundaria en una escena al inicio-- Habitación 212 (2019) de Christophe Honoré explota al máximo las posibilidades dramáticas y humorísticas de un enredo que especula con la posibilidad de conversar con seres de nuestro pasado, con los cuales repasamos errores y aciertos y, sobre todo, asegurarnos de que hicimos lo correcto en su momento, o la lucidez suficiente para provocar un cambio de rumbo que anule los efectos de una elección fallida, una cagada, un despiste, un temor... Desde luego que no es una idea, al contrario, pero el filme demuestra que hay un vasto territorio por explorar en forma de recursos y giros argumentales.

Hagamos un poco de recapitulación pedantilla y recordemos que Ingmar Bergman fue el primer cineasta contemporáneo que utilizó la técnica del flashback insertando en los sucesos del pasado al personaje que recuerda con su aspecto presente en Fresas salvajes (1957); pero como fue un filme minoritario, con escasa distribución y un toquecillo plúmbeo en el argumento, el descubrimiento pasó bastante desapercibido. No fue hasta que Annie Hall (1976) y su éxito planetario popularizaron un recurso que Woody Allen fusiló de Bergman añadiendo un toque de humor ácido y nostálgico. A partir de ahí se incorporó como opción narrativa que aproximaba el relato cinematográfico a la complejidad del literario. Todas las audiencias la llevan de serie, la consideran algo natural y la interpretan a la perfección. Desde entonces hemos visto como toda clase de personajes visitaban momentos del pasado, o los momentos del pasado les visitaban a ellos, respetando inexplicablemente esta regla no escrita de mantener el aspecto que de cada cual mantenemos en el recuerdo. Variaciones de estilo, de géneros y registros posibles, incluso matizando detalles como la corporeidad o un estatuto variable dentro de la narración.




La cosa es que este subterfugio está lo suficientemente bregado y maduro como para recrearse en él sin complejos, convirtiéndolo incluso en el centro mismo del drama o de la comedia. Y eso es exactamente lo que hace Habitación 212, proponiendo un cara a cara de Maria --la protagonista, interpretada por una Chiara Mastroianni que es prácticamente un perturbador morphing de su padre-- con un variopinto repertorio de personas de su promiscuo pasado en el espacio que da título a la película. Y es que Maria acaba de pelearse con su marido tras dos décadas de plácido matrimonio, que ha durado hasta que él descubre que ella le ha sido bastante infiel durante todo ese tiempo. Y aunque Maria nunca ha dejado de querer a su marido, el cabreo monumental de éste la obliga a echar una mirada por el retrovisor de su vida. Pero no es solamente que Maria se enfrente a esos fantasmas con elegancia y distancia, muy al estilo Henry James, sino que envía a algunos de ellos a visitar a su marido (que se ha quedado en casa digiriendo la revelación) para contrastar puntos de vista o conocer posibles motivos ocultos de algunas decisiones. A este planteamiento y a sus posibilidades dramáticas y humorísticas lo apuesta todo Honoré. El resultado es un filme superficial, divertido, delicadamente irónico que sobrevuela algunos tópicos del amor y el desamor y transpira un cierto espíritu indie que contrarresta cualquier tentación de trascendencia a los dilemas de sus personajes.

Con los mismos elementos con los que, hace algo más de cien años escritores como Henry James armaban un cuento de terror o, como mínimo, desestabilizador sicológicamente, hoy somos capaces levantar una comedia de exorciza terrores muy diferentes, los que producen nuestros pasados sentimentales. A Freud le habría encantado Habitación 212 por su capacidad para materializar en imágenes algunas de sus obsoletas teorías sobre la sexualidad y la psique humanas. A los que no somos tan retorcidos dependerá mucho del momento sentimental en el que nos pille y del grado de desapego hacia nuestros respectivos presentes y pasados en el momento de verla... En dos palabras: una incógnita.