lunes, 10 de enero de 2022

La marca de la casa Murakami (Drive my car)

Para buena parte de la crítica profesional, Drive my car (2021) ha sido la mejor película del año recién terminado
. Este galardón podría significar cualquier cosa para encandilar con tanta unanimidad (sobre todo a los estadounidenses): un estilo intenso y/o novedoso, una historia que engancha, un tema polémico o en el candelero...; a mí me bastó para fijarme en ella que era una adaptación --parece que la industria del cine comienza fijarse en este autor-- de un cuento de Murakami. Esta vez se trata del relato del mismo título que abre Hombres sin mujeres (2014), centrado --como el resto del libro-- en las soledades y en las costosas digestiones de los amores que acaban abruptamente. Murakami no es un autor fácil de trasladar en imágenes, ya sea por lo marcadamente reflexivo y anclado en lo cotidiano de sus historias, o por su ausencia de hitos que puntúen un relato al estilo convencional (no hay crescendos, ni giros inesperados, ni golpes de efecto, tanto solo recuerdos y el constante fluir de los días y los pensamientos). Con todo, un cuento como Quemar graneros (1993) se convirtió en una magnífica película --Burning (2018)--, así que ¿por qué no podía funcionar igual de bien con Drive my car? Además, su director --Ryûsuke Hamaguchi-- acaba de estrenar su desigual La ruleta de la fortuna y la fantasía (2021) y en ella destaca (entre otras virtudes) por su capacidad para levantar escenas tan imprevisibles como sensuales (en el sentido más verbal que puedas imaginar).

En Drive my car, Hamaguchi ha optado por desmontar el relato de Murakami y recolocar las piezas de manera que encajen en un molde al que los no-lectores de Murakami estén más familiarizados (ese despiece le ha valido varios premios al guión, uno de ellos en Cannes). No es que con una adaptación literal se perdiera la anécdota o el significado originales, es que obligaría a un formato mucho menos llevadero para audiencias mayoritarias. Es cosa de Murakami, de nadie más. Y aunque el resultado es fiel al tema principal, se toma una licencia fundamental: modifica sustancialmente la digestión del dolor que experimenta el protagonista, culmina la historia de una forma muy diferente. Salvo este detalle, todo lo demás funciona bastante bien en la película: la fotografía, el tempo, los diálogos, las situaciones...


La película posee todas las virtudes de un buen trabajo de adaptación cinematográfica, pero deja fuera un recurso que podría haber aportado más intensidad: la introspección, el estilo directo y en primera persona tan característico de Murakami, el mismo que --insisto una vez más-- obligaría a un cambio de estilo bastante radical (voz en off, contemplación en lugar de mostración, desviaciones menores...). Sin embargo, hay formas de sortear este reto: Burning lo conseguía yendo más allá del original literario, buscando un final acorde con las pocas pistas fehacientes que ofrece el relato. En cambio, Drive my car se limita a ordenar cronológicamente los sucesos del relato y a disponer los elementos de un drama catártico que se ve venir.

En definitiva, un filme interesante, muy bien realizado, pero que renuncia a la intensidad (no hacen falta tres horas para contar la historia) en beneficio del drama analítico. Drive my car sin duda llama la atención de las audiencias, cautiva por su aplomo narrativo y exhibe unos personajes interesantes al filo de lo creíble, pero su principal defecto es que renuncia a la ambigüedad, a la correlación de indeterminaciones, y que son, sin duda, la marca de la casa Murakami.

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