Soy consciente de que criticar Lo imposible (2012) precisamente por ser lo que es me coloca automáticamente en el bando de los raros, de los pedantes o, directamente, el de los muertos por dentro. Porque lo cierto es que la película de Juan Antonio Bayona es un filme técnicamente impecable, espectacular en el diseño de producción (aunque sólo sea por los cinco minutos fatídicos que todos esperamos), que presenta un drama humano incuestionable en toda su crudeza y simplicidad (este segundo adjetivo no es gratuito). Por estas razones y no otras, Lo imposible se ha convertido en el éxito de taquilla que es (logrando desbancar a la sonrojante saga Torrente), en el espectáculo visual de moda y en material de debate para toda clase de sobremesas informales: el sufrimiento tan bien retratado, la adaptación de una historia tan cierta como inverosímil, el hecho de ser un filme español --aunque no el primero-- perfectamente exportable al mercado global...
Pero es que a mí no me basta todo eso. Estoy a totalmente a favor de ese nuevo cine español que se cofinancia en el exterior para jugar en las ligas mundiales, apuesta por intérpretes de Hollywood que garanticen distribución internacional, se aferra a los géneros más populares y consagrados para abarcar el máximo de público y, sobre todo, se decanta claramente por un estilo spielbergiano a la hora de narrar, colocando por encima de todo el efecto sobre la audiencia. Nada de esto me parece mal, porque Enterrado (2010) de Rodrigo Cortés responde a este mismo esquema y me parece una película inmejorable, un modelo a seguir. El cine español transita esta vía desde hace tiempo: está Amenábar, el pionero que allanó el camino a otros cineastas de su generación --10 añitos cumplidos cuando se estrenó E.T. (1982)--, Jaume Balagueró --Frágiles (2005), la saga Rec (2007, 2009, 2012), 14 añitos en 1982--, Guillem Morales --Los ojos de Julia (2010), 7 añitos--, e Icíar Bollaín --También la lluvia (2010), 15 añitos--; de modo que no cabe considerar a Bayona --siete añitos en 1982-- una feliz excepción. Almodóvar, incluso superproducciones patriótico-reivindicativas de la industria local como Alatriste (2006), quedan lejos, claramente superados en temas y estilo. Se trata de un cine parcial y prematuramente envejecido.
Esta nueva generación de cineastas españoles ha crecido bajo la influencia y la fascinación que ejerce Steven Spielberg sobre el cine contemporáneo, con su inimitable estilo, hecho de eficacia y atemporalidad formal; en todos los éxitos recientes del cine español se detecta claramente el ritmo, el sentido del suspense, la espectacularidad y el diseño visual del maestro. En ocasiones, la elección del género contribuye a potenciar esta apuesta, pero en otras es un lastre; y creo que esto es lo que le ha sucedido a Bayona con Lo imposible: demasiada carga dramática básica. Ha llenado el filme de momentos intensísimos (precisamente por singulares), en una inacabable y cansina sucesión de separaciones, amenazas, sufrimientos, esperas, revelaciones, desencuentros, reencuentros... Por desgracia La Ola --magníficamente recreada en todos sus detalles-- no puede ocupar ni una décima parte del metraje, así que todo lo que queda son sentimientos de lo más instintivo, con los que la inmensa mayoría se identifica sin esfuerzo; sin duda la clave del éxito del filme. Todo lo fía Bayona a esa identificación ajena ante el sufrimiento de una familia y, además, como asegurando el tiro o cometiendo un error de novato, interponiendo siempre a los niños para potenciar el dramatismo... Ya tenemos una edad, y los que hemos sido --y somos-- fans de Spielberg sabemos que uno de sus pocos defectos es que carga las tintas del drama barato cuando mete por medio la infancia y la maternidad. Es así, ya lo sabemos y se lo perdonamos porque el resto compensa. Bayona, en cambio, ha rellenado el noventa por ciento de su guión con el diez por ciento de narración eficaz, efectiva, previsible y aburrida que siempre le sobra a Spielberg.
Lo imposible me parece un filme plano en el que destaca clamorosamente la ausencia de personajes y subtramas secundarios, sin duda el punto más débil de todo el guión; una película que se conforma con insistir en las trágicas consecuencias de un suceso real, como si eso bastara para garantizar autenticidad a lo que vemos y justificar cualquier exceso interpretativo. No me basta este despliegue lacrimógeno porque, por mucha base real que contenga el argumento, lo que vemos en la pantalla es un cuidadoso ejercicio de ficción; y a la ficción cinematográfica le exijo bastante más. No necesito que me arrojen encima toneladas de sentimientos obvios e innegables para así tener la sensación de haber asistido a una experiencia intensa y auténtica. Quiero complejidad, aunque sea bajo la cuidada apariencia de una simplicidad formal, quiero sutileza, secundarios, emociones imperfectas...
Y no, no estoy muerto por dentro, soy un consumidor de ficción audiovisual muy exigente; y por eso ha habido numerosas películas que me han conmovido hasta lo más profundo. No necesito remontarme más de una década para encontrar unas cuantas (lo digo por si alguien pensaba acusarme de tirar de clásicos, títulos antiguos, pedantes, raros o desconocidos): Mi vida sin mí (2003), Mar adentro (2004), Después de la boda (2007), Caos calmo (2008), Toy story 3 (2010), Nader y Simin, una separación (2011). Soy exigente, no insensible.
Amigo, J.A. Bien hallado. El tiempo nos devora y acabo de aprovechar cinco minutos para leer tu magnífico análisis de un film que adolece, de eso: enjundia narrativa. El caballo ganador de lo facilón es un valor seguro, como un videojuego ATARI envuelto en una Playstation. Coincido en todos los antecedentes, es más, uno de los mayores errores de este país fue aquello que le repetía J.L. Cuerda (Producciones el Escorpión S.L.) a su pupilo, Amenábar:— fíjate, Alejandro… ¡Cojones! Más Hitchcock y menos Spielberg! Pero el amigo Cuerda no le hacía ascos a la plata de Sogetel. Es Amenábar el puto amo. Cierro la boca. A mí me gusta el de Cincinati, cuando baja al barro de camiones dirigidos por psicópatas, a la arena de Omaha y se da una vuelta por el horror del gueto judío. Ése, que le hace grande. Bayona y toda una chavalería de la ESCAC han crecido con los blockbuster de la testosterona y el referente intelectual de D. Steven. Es lo que hay. No obstante, si eso va a ser una cantera de especialistas, véase antaño, el maestro Gil Parrondo & etc. Y son puestos de trabajo para operadores de cámara u operarios de postproducción; bienvenido Mr. Marshal a Spain. No tenemos Juan Antonios Bardenes ni Buñueles porque son muy transcendentales para esta generación Jalongüanera total Balaguero. Pero hay buenos técnicos de la FP, fetén. Y la discrepancia Icíar a la que conozco bien por G. Leániz de la Iguana. No sabe donde se mueve. “También la lluvia” me decepciono, a pesar de su espléndida fotografía (tramposa, pero bonita). Es una buena actriz pero no sabe dirigir, ni cuando filmó su corto “los amigos del muerto” errática y sobredimensionada (verla trabajar es mejor tener cerca una caja de trankimazín y vodka). Está bien situada en el Imperio. No obstante, es taurina y le tengo afecto. Me quedo con su esposo el guionista. Abrazos
ResponderEliminarY bien leído JC!!!! Estoy de acuerdo en tus puyas críticas y en el consuelo de los dineros a cambio de trabajos en la industria. Es lo que hay, y además, los públicos mayoritarios no son malos en sí mismos; es bueno que haya respuestas numerosas. LO que si me ha flipado es tu andanada contra la Bollain. No veas, no es santo de mi devocion ni de actriz ni de directora, pero al menos le reconozco las intenciones....
ResponderEliminarNos leemos!!!!!
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ResponderEliminarThanks!
Madison
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