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sábado, 11 de noviembre de 2023

Balance de sombra y sueño (El chico y la garza)

Por segunda vez, Miyazaki ha ignorado sus propósitos declarados y ha vuelto a estrenar en salas un largometraje. Un adicto al trabajo como él es poco probable que deje de crear, así que tendremos suerte si todavía vemos algunos fragmentos de su inimitable arte en formatos menos trabajosos de producir. Lo que doy por casi seguro es que no veremos otro largometraje estrenado en cines (ójala me equivoque). A sus 82 años, El chico y la garza (2023) sí que tiene aires de despedida del largometraje, y la verdad es que, después de verla, creo que él mismo sabía que lo era.

Los temas de fondo que fluyen bajo el argumento resultan obvios: la tristeza ante la evidencia de que el tiempo que no se detendrá, la decadencia física, el desapego ante un mundo que ya se no reconoce porque han desaparecido los valores que guiaron una vida y una obra. Es fácil detectarlos todos en cuanto asoman en los momentos cruciales de la película, y entonces --al menos a mí, como rendido fan de Miyazaki-- me invade una melancolía tremenda ante la perspectiva de un planeta sin él. La cosa es que fui a ver la película con un espíritu de fin de ciclo plenamente consciente, dispuesto a disfrutar cada plano.

Normalmente Miyazaki parte de un original literario que le sirve de columna vertebral para el guión de la película, pero añadiendo siempre sus propios temas, hallazgos y obsesiones. No ha sido diferente con El chico y la garza: basada en un clásico juvenil de la infancia del director --¿Cómo vives? (1937) de Genzaburo Yoshino--, en la película apenas queda el esquema central de la relación de un chico de 15 años con su tío materno a través de un diario. A partir de esa premisa mínima, Miyazaki desarrolla su estilo de ficción característico (detalles sutiles, sensibilidad, puertas a mundos fantásticos, descubrimiento de saberes tradicionales y/o revelados). Pero esta vez hay más que en sus anteriores filmes: no solamente la exhibición desacomplejada de un profundo dominio de todas las técnicas de la animación artesanal, y también, por supuesto, su narración desparramada y fantástica imposible de anticipar; aquí lo nuevo es un prólogo de estilo expresionista para presentar el trauma de la muerte de la madre del protagonista, un recurso inédito en la filmografía del maestro japonés, abonado desde siempre a una línea clara de inspiración realista.



Por lo demás, El chico y la garza depara pocas sorpresas en lo cinematográfico: arranque lento, tomándose su tiempo para presentar al protagonista y su entorno (familiar, natural y sobrenatural), sin miedo a perder espectadores por el camino (ya estamos entregados de antemano), una historia que se extiende imparable como líquido sobre una superficie sintética, diseñada específicamente para dejar resbalar la acción, sin plan preconcebido, sin dosificación ante cada revelación parcial ni preocupación por las consecuencias sobre el relato. Miyazaki en estado puro. Para entonces, debido al comodín de fin de ciclo vital que nos atenaza como espectadores, ya pocas cosas nos sorprenden, así que hay tiempo para dedicarse a identificar los detalles monos y las referencias a títulos anteriores (hay bastantes).

Así que, por segunda vez (y a la espera de una tercera): hasta siempre señor Miyazaki, y gracias por todo.

1 comentario:

  1. Gracias por la diversidad de temas que abordas en tu artículo. ¡Mantienes la lectura emocionante y variada!

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