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jueves, 11 de enero de 2024

Apostar por tu propio talento (Los que se quedan)

Alexander Payne es un cineasta que se resiste a encasillarse en un estilo y en un género. Las audiencias, en cambio, tienen una fuerte tendencia a encasillar a los cineastas, de los que esperan que hagan infinitas reversiones de las películas que adoran. En esa tensión fundamental e irresoluble de la industria, Payne siempre ha intentado zafarse de toda acusación de repetición y, en los títulos que podemos considerar como representativos de su estilo, busca ambientes y personajes completamente diferentes, e incorpora algunos recursos técnicos que den la impresión de renovación total: Election (1999), Los descendientes (2011), Nebraska (2013). Incluso tiene algunos intentos --dos, para ser exactos: The passion of Martin (1991) y Una vida a lo grande (2017)-- de sacudirse de encima esa fama de sensiblero, de mirada demasiado íntima sobre las personas y las situaciones que retrata; pero no es sencillo, porque ninguno ha gustado demasiado. Por suerte, en Los que se quedan (2023), Payne ha apostado por esos mismos elementos sobre los que sus fans siempre hemos agradecido que insistiera.

Para empezar, la presencia de Paul Giamatti, interpretando un personaje que es una ampliación de los tics y manías del divorciado cabreado de Entre copas (2004) --el mayor éxito de Payne hasta ahora--, sólo que ahora es un solterón cascarrabias y desencantado de la vida (y dándole la réplica una magnífica composición de Da'Vine Joy Randolph). En segundo lugar, un guión de argumento esquemático, directo y bien planteado, que permite anticipar los diferentes hitos del drama y de la comedia (un internado en el que un profesor, un alumno y una trabajadora del colegio se quedan sin vacaciones de Navidad por muy diferentes motivos). Es fácil adivinar que el radical alejamiento/enfrentamiento de los tres experimentará grandes y profundos cambios en los días que pasarán juntos. En tercer lugar, la recuperación de esa narración pausada propia de Payne, presentando poco a poco a los protagonistas, que fluye gracias a su sentido del humor suave, a su forma de extraer sonrisas tristes en numerosas situaciones (previsibles o no). Y por último, una renuncia (o un cambio, ves a saber): apostar por David Hemingson como guionista en lugar de tirar de lo eficaz conocido (Jim Taylor).


La película no ofrece sorpresas, el desarrollo de la historia se cumple sin sobresaltos a partir de los indicios más que obvios que adelanta en cada escena. Quienes conocen el cine de Payne saben que al final habrá un desbordamiento de los sentimientos, una transformación vital; así que entonces (si eres muy impresionable) decides comenzar a blindarte ante la casi segura perspectiva de un impacto afectivo o, en caso de estar habituado, prepararte para anticipar esos momentos definitorios y no dejar que te pillen desprevenido. Pues bien, en mi caso (que era esto último), la cosa no funcionó: los momentos elegidos eran tan cotidianos que me volvieron a pillar sin la debida protección.

Por último, menciono un detalle curioso: la completa inmersión del filme en el tiempo de la historia (los años setenta en EE UU): no es solamente que la acción se ambiente en un momento del pasado, sino que desde el logo de la productora hasta los créditos iniciales, la fotografía y el montaje se adaptan a esa época, como si Payne quisiera dar la impresión de que estamos viendo una película rodada en el presente de la acción y con el punto de vista de aquel momento. Un elemento sutil que da la medida del cuidado y la dedicación de su director.

Los que se quedan supone el regreso de Payne al estilo que a sus admiradores nos gusta y para el que él mismo está dotado; una historia de seres humanos que son capaces de salir de su zona de confort, de su refugio de ira, dolor y/o cinismo, y lo hacen sin que tengan que convertirse en --o actuar como-- héroes o rarunos a la contra de todo y de todos. Una película que divierte y conmueve, que mezcla con habilidad la tristeza, la coherencia y la esperanza en un porvenir mejor. Un filme que se disfruta de principio a fin.

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