2003 - 2013

En 2013 Sesión discontinua está de fiesta: este blog cumple 10 años desde que echó a andar con una lejana y acartonada crítica de Soldados de Salamina. Han sido (y son) diez años de trabajo discontinuo pero constante, escribiendo sobre estrenos taquilleramente comerciales, rarezas, errores, tradiciones, fijaciones, recomendaciones de amigos y lectores... Pero también revisando viejos y nuevos clásicos (Blade runner, Centauros del desierto, La noche americana, Resacón en Las Vegas); o bajando al bit en fragmentos privilegiados/escogidos (antología de primeras escenas, fetiches cinematográficos, confesiones cinéfilas, momentos cenitales); balances críticos (Dogma 95, directores para el futuro); reseñas de libros de cine; comentarios sobre el sector (legislación, el cine como práctica social en entredicho...); errores, reflexiones, sorpresas, desvaríos... Y, por circunstancias personales, un amplio repertorio de cine animado y/o infantil y juvenil. Ciertamente un bagaje sorprendente por amplitud, variedad y extensión en el tiempo. Quién me iba a decir que Sesión discontinua acabaría asociada a determinadas películas, aunque no vayan a existir (como es el caso de Washington de von Trier, la entrada del blog que acumula, de largo, más visitas. Un primer puesto garantizado en determinadas búsquedas del Dr. Google), y otras que amenazan con seguir sus pasos...

Sesión discontinua nació como una sencilla página personal, construida en un HTML rudimentario y con dos retos personales firmemente autoimpuestos: 1) comentar todas (absolutamente todas) las películas que veía en el cine y 2) intercalar artículos de fondo sobre temas más teóricos. Acerca del primer reto debo decir con orgullo que no he fallado ni una sola vez en estos diez años: toooodas las películas vistas en sala tienen su correspondiente entrada. El resultado: dispongo/dispones de un completísimo repositorio sobre el cine que he visto en la última década. El que tenga tiempo y ganas, podrá detectar fácilmente de qué pie cojeo en mis temas, obsesiones, recursos de estilo... Ahí está todo. Es más, la emanación creativa ha rebasado el objetivo inicial y ha alcanzado revisiones caseras, descubrimientos casuales e inducidos y otros hallazgos imprevistos. En cuanto al segundo reto, los textos teóricos (sin duda influenciados por mis estudios de tercer ciclo), tras lograr dar salida a algunos temas que rondaban el trastero de mi mente desde hacía años, ha ido mutando hacia análisis de fragmentos y filmes especiales, títulos y momentos que han marcado mis gustos y preferencias cinematográficos. La relación cronológica de estos textos resultaría sumamente reveladora de muchas y grandes incoherencias, y también (no lo descartemos tan rápidamente) de alguna que otra intuición genial.

Tres años después --en abril de 2006-- di el salto a la blogosfera: el blog, un formato entonces novedoso hoy completamente asentado por función, aplicaciones y contenidos. El cambio me permitía despreocuparme de la parte técnica, ofrecer utilidades, mejorar ostensiblemente la interfaz de usuario y, finalmente, adquirir presencia gracias a las búsquedas de Google. Porque esa y no otra es la razón de haber recalado en Blogger: tener detrás el buscador de referencia de internet. Por eso el primero que abrí en Wordpress (en el creo que sólo colgué dos textos) ya debe formar parte del limbo de blogs abortados. Descanse en paz.

También me planteé, desde un principio, que el visitante/lector dispusiera de elementos con los que juzgar mis comentarios, opiniones y previsibles derivas teóricas; por eso --y porque estoy convencido de que no se puede valorar ninguna aportación a la historia de cualquier arte sin comparar con lo previamente existente-- escribí un Decálogo, una síntesis de mis títulos y géneros favoritos y también de los que más aborrezco (algo así como mi fondo de armario en cuanto a fetiches fílmicos) y una escueta biografía, para facilitar la tarea de ser etiquetado, comparado y/o calado. A los tres textos les debo una actualización que dé cuenta de mis últimos diez años de evolución cinéfila...

El estilo acartonado de mis primeras entradas se debe sin duda a mi formación como historiador: la manía de incluir el año de la película, contextualizar con títulos similares y/o relacionados (lo admito: no soy capaz, literalmente, de lanzarme a una valoración crítica sin balizar antes el punto de partida de mi argumentaciíon); pero sobre todo el énfasis en la significación de mis primeros análisis ha dejado paso a un elogio de la intensidad dramática y un uso original y arriesgado de la técnica o la narración cinematográficas. Y es que --también es justo admitirlo-- la narración se ha acabado imponiendo como mi principal criterio de valoración de películas. Este convencimiento, hace un tiempo instintivo o no adecuadamente verbalizado, aflora cada vez con mayor rotundidad desde hace por lo menos dos años. Con la debida rigurosidad, podría recomponer mi propia teoría sobre el arte cinematográfico a partir de mis escritos sobre cine de estos últimos diez años; sólo tendría que localizar determinados apotegmas desperdigados aquí y allá, los cuales --me doy cuenta ahora-- han pasado de ser meras opiniones estéticas a premisas teóricas. Sólo faltaría levantar un esquema lógico para sostener todo el entramado. Sin duda la influencia de algunas lecturas, especialmente los libros de David Bordwell, a quien considero mi autor de referencia y a cuyas obras recurro cuando tengo lagunas y dudas, ha tenido mucho que ver en mis opiniones sobre cine en la actualidad. En mis textos se puede encontrar una variante personal de las teorías de Bordwell: no sólo la aspiración a una poética histórica del cine, sino la misma aproximación sensorial y conductista a los filmes, sin duda la mejor herramienta para evitar las trampas del elitismo y la pedantería. Una visión que me empeño en corroborar tanto en taquillazos de argumento plano y previsible como en rarezas que requieren de toda mi empatía y concentración. Tiene que existir, estoy persuadido, una teoría de la narración cinematográfica capaz de explicar y argumentar intersubjetivamente (éste es el término clave) por qué un filme es mejor que otro, con independencia de gustos personales inobjetables. Porque si nos quedamos atascados en nuestras preferencias e intuiciones será imposible evolucionar y compartir experiencias.

Además del estilo, otros detalles estéticos fueron modelando mi protocolo de publicación hasta dar a mis textos el aspecto que hoy presentan. En este proceso, además de los diversos widgets, he ido añadiendo otros meramente formales: insertar una foto al comienzo (alternando siempre izquierda y derecha, una manía que sólo obedece a mi sistematicidad congénita) desde abril del 2007 de forma continuada, y el trailer (o vídeo relacionado) desde mayo del mismo año. Unos meses antes (febrero de 2007, en la crónica del documental Invisibles) incorporé mi propia versión de lo que yo denomino el «sobretexto»: fragmentos en negrita que permiten una lectura rápida, sin entrar en detalles, un recurso habitual de determinada prensa especialmente pensado para los inquietos y los muy ocupados, en plan resumen ejecutivo. Internet y las pantallas retroiluminadas nos han quitado ganas de leer y capacidad de concentración, así que hay que adaptarse o desaparecer; no queda tiempo ni espacio para florituras, es necesario ir al grano. Y como no siempre se puede, el sobretexto da la impresión de que el autor se acuerda de los que tienen prisa.

La crítica cinematográfica consiste en dar una primera impresión y una valoración global, teniendo cuidado de no arruinar la experiencia al lector/espectador, pero todo debe hacerse de una manera argumentada, más allá del momento y del cronista: mis preferencias, manías, obsesiones, premisas y mitos preexistentes sobre el cine cuentan, pero no pueden ser determinantes. La labor del crítico, en ese caso la labor personal de quien esto escribe, lo repito una vez más, es convencer al lector de que la narración es un elemento fundamental para la comunicación, sin ella no hay significado, ni arte, ni crítica, ni nada. No es el único requisito necesario para que exista comunicación, puesto que hay filmes que llegan al espectador de una forma instintiva y no estructurada (mediante el guión o la técnica), pero ciertamente son pocos y es un proceso que lo fía todo a la aleatoriedad del estado de ánimo y del contexto... Puede que tengan su mérito, pero a mí me parece que es como jugar a la ruleta rusa. La narración, en cambio, exige un bagaje previo, una racionalización, un deseo de hacerse comprender, de transmitir inquietudes, dosificar información, revelar deseos... En la autoexigencia de ese trabajo reside el verdadero mérito de una película.

Para celebrar esta primera década de Sesión discontinua he decidido abrir el desván y airear aquellos primeros textos que todavía duermen en la web original (y que todavía actualizo por una mera cuestión de seguridad): en algunos casos porque el tiempo los ha dotado de un valor y clarividencia envidiables, en otros porque me quedaron bien y merecen dar el salto al blog (con su foto, su trailer y su sobretexto), y en otros para conocer con precisión mi itinerario durante esta década. Así pues, durante todo este 2013, el «Archivo Sesión discontinua» saldrá a la luz, debidamente maquillado, retocado y/o comentado (para matizar o poner al día algunas afirmaciones y opiniones). Espero que lo disfrutéis tanto como a mí me costó parirlo.

Para mí es un orgullo comprobar cómo Sesión discontinua se ha convertido, después de una década, en un resultado habitual en las búsquedas sobre cine en español, y todo gracias a los lectores como tú: tanto los fieles como los esporádicos, los que se sienten alineados con mis opiniones como los que buscan una contracrítica antes o después de ver una película... También gracias a los que llegan por error y no se quedan más de diez segundos, a los que les basta con saber que hay nuevas entradas y las dejan para después; pero especialmente a los que comentan, a los que abren el debate, contradicen, proponen, apoyan o divagan; porque, en definitiva, la lectura o el tema no les deja indiferentes. Puede que toda esta gente, puesta en fila, no sea suficiente para rodear un estadio de fútbol, pero su fidelidad me ha servido de acicate. Y también, por descontado, a esa desazón que, desde hace diez años, me persigue desde que veo una película hasta que publico la crónica...

A todos, gracias.


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