viernes, 1 de mayo de 2020

Rabia y creatividad en bruto (Los miserables)

Ladj Ly es una persona con una experiencia vital muy diferente a la mayoría de cineastas, más --si es que esto se puede llegar a decir-- valiosa para su trabajo. Hablo de una adolescencia y una juventud marcadas por el ambiente de las banlieues parisinas, lo cual implica grandes dosis de sufrimiento. Y aunque a estas alturas resulte un tópico, no deja de ser parcialmente verdad, ese dolor, esa rabia subsecuente y sus secuelas, resultan unos materiales con un valor diferencial/añadido respecto a ficciones que adaptan experiencias de terceros o directamente son inventadas, también a veces un punto de vista reconocible y hasta un estilo propios. En el caso de Ladj Ly esos materiales vitales se componen --entre otros-- de un ambiente de tensión callejera, conflictos con la autoridad y dos condenas de prisión (por amenazas). Por suerte, a pesar de tantos condicionantes en contra, su pasión por el audiovisual consiguió abrirse paso, pese a que siguiera un camino algo tortuoso. El resultado es un filme explosivo, sin medias tintas ni corrección política de ninguna clase, una inmersión en una ambiente social que conoce de primera mano y de cuya filmación es inevitable que se cuele la crítica y la rabia a partes iguales.

El germen de Los miserables (2019) es una expansión de un cortometraje con el mismo título rodado dos años antes por el propio Ly, y lo cierto es que la combinación de guión bien trabajado y estilo directo y percutante han convencido a la crítica sesuda --premio del jurado en Cannes-- y como poco al público autóctono. En la película no hay personajes positivos ni negativos (todos exhiben una escandalosa mezcla de corrupción y momentáneos e inesperados buenos deseos), tampoco hay escenas ni momentos que inviten a la reflexión, situaciones que se puedan entender como metáforas o situaciones que aíslen ciertas posturas en conflicto; lo que hay es un enredo incremental tan doméstico como ridículo que desemboca en una escalada de tensión impensable y de consecuencias desconocidas (desconocidas porque el filme renuncia a mostrarlas, limitándose a documentar la cadena de acontecimientos que conducen al estallido). En cuanto a estructura, el filme remite --conscientemente o no-- a otro sonado debut cinematográfico: Haz lo que debas (1989), en el que además la rabia se canaliza casi de idéntica forma: momentos impactantes, tensión que amenaza con desbordarse por cualquier tontería, abusos, descontrol, jerarquía y orden basados en la amenaza y la violencia, caciques de barrios autonombrados, lealtades automáticas y ligadas casi siempre a un origen común. El descontrol es total en los roles, las generaciones y los representantes de la ley, todos cortocircuitando en el espacio físico de la banlieue.



Ni Lee en 1989 ni ahora Ly tienen intención de reflexionar sobre lo que muestran (causas, comportamientos, alternativas); su objetivo es poner en primer plano y en contexto unos hechos que, a quienes no los sufren en primera persona, les resultan lejanos, meros conflictos y actitudes de violencia irracional que deben ser sofocados con contundencia. Ambos están convencidos de que mostrar esa conflictividad con el máximo realismo, crudeza y la mínima dosis de manipulación narrativa y dramática es la única manera de impactar en el espectador, esperando que alguno reaccione o al menos sea capaz de contextualizar lo que hasta ahora no es más que un breve fragmento perdido en el inmenso paisaje informativo de nuestros medios.


Puede que el diagnóstico periodístico sea cierto, que esa violencia discontinua y descontrolada de las banlieues sea tan espontánea como falta de intención reivindicativa/reformista, pero lo que no suele aparecer en las noticias es el ambiente humano en el que se cuece: miseria, marginación, desamparo, abusos, desestructuración... Los miserables muestra una violencia que apenas logramos entender y situar conceptualmente; si acaso intuimos que no existen soluciones fáciles. Ladj Ly sabe que, por mucho que conozca el problema, apuntar soluciones es meterse en un berenjenal, arriesgarse a parecer un integrado o un contemporizador, por eso la narración en Los miserables --hasta el mismísimo plano final-- nos lleva hasta el punto límite a partir del cual desaparece la ficción y comenzará la noticia. Para algunos puede que esto sea una forma de escurrir el bulto, de renunciar a parte de su responsabilidad como cronista, pero lo cierto es que en ningún lugar está escrito que las películas tengan que incluir análisis y/o soluciones a los problemas que plantean. Dice Amin Maalouf que describir la herida no hace que duela menos. Yo creo que así sabemos por dónde sangra, que ya es bastante.

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