sábado, 19 de noviembre de 2022

Salir (Un año, una noche)

Aunque no me gustan sus textos, comparto la etiqueta que Carlos Boyero le dedica a la filmografía anterior a 2022 de Isaki Lacuesta: experimental cansina obra. Nunca sus filmes me atraparon con sus sutilezas estilísticas y temáticas; más bien me desesperaba tanta contemplación en busca de instantes captados por la cámara (imprevistos o provocados por el guión o la producción, tanto da) que expresaran mucho más de lo que mostraban. Pero la cosa cambia cuando de pronto Lacuesta se atreve con la adaptación del libro de Ramón González Paz, amor y death metal (2018), que ha trabajado minuciosamente junto con Fran Araújo e Isa Campos (muy interesante guionista que ahora se encuentra además en pleno salto a la dirección) que les llevó casi dos años. Pensé que esta vez el tema era lo suficientemente contundente, universal, polémico, delicado e incandescente como para provocar un cambio de registro radical a su director. Y así ha sido con Un año, una noche (2022).


En esta película, la narración y los recursos están debidamente supeditados al contenido, sin intentar eclipsarlo, pero sobresaliendo lo suficiente como para dejar bien claro que detrás hay una finalidad, un deseo de mostrar algo de una manera propia (básicamente, una teoría sobre la superación), apoyándose en el argumento (y no al revés). De entrada, la película, levanta una serie de apuestas que consiguen captar la atención sobre ella (en esta entrevista a su director tienes una buena declaración de intenciones): la más importante, que el cine español se atreve con un suceso que la propia Francia todavía no ha tenido el valor de encarar desde la ficción; las elecciones artísticas y técnicas sobre la violencia (totalmente acertadas respecto al tono y al estilo de la historia); los cambios introducidos sobre el original literario y, por último, el deliberado desorden temporal de los acontecimientos, que impiden que el espectador se acomode en el típico drama cronológico que trata de ordenar y presentar un suceso al que muchos se acercan por simple morbo o anhelo de espectacularidad (casi nunca por un interés social o humano).



La pareja protagonista (presente en la sala Bataclán de París aquel fatídico 13 de noviembre; en el filme recreada en el Apolo de Barcelona) personifica cada cual dos caminos diametralmente opuestos a la hora de afrontar lo sucedido, y que afecta de forma diferente e inevitable a ambos, incluyendo su trabajo, amistades y, por descontado, su relación como pareja. Todos esos niveles, junto con el antes y el después del atentado, son los que facilitan y justifican los constantes saltos hacia adelante y hacia atrás de la narración; buscando --provocando-- contrastes, revelando zonas oscuras, situaciones incómodas, incomprensiones, pensamientos difícilmente verbalizables ante otros seres humanos. A pesar de tantas dificultades, de tantas oportunidades para la pedantería o la banalización, Un año, una noche no se deja tentar por lo fácil ni pierde el pulso en ningún momento.

Resulta llamativa esa necesidad que tenemos los occidentales de procesar racional y/o narrativamente el sufrimiento, el dolor infligido por desastres sobrevenidos y violencias irracionales y terriblemente crueles. Ese intento de explicar los recuerdos, las obsesiones, pero también de desplegar el proceso interno que nos lleva a explicarnos nuestras sensaciones, sentimientos, perplejidades y reacciones. Lo hemos visto en el cine muchas veces, aunque esta vez Isaki Lacuesta ha encontrado un buen punto medio entre experimentación y comunicación para dar un salto adelante como cineasta y, de paso, ofrecernos un gran fragmento de cine.

sábado, 5 de noviembre de 2022

Dejar la cámara y enfocar donde pocas se han atrevido (El acontecimiento)

Gracias al premio Nobel de literatura 2022 concedido a Annie Ernaux y, por supuesto, al León de Oro en Venecia, la cosa es que El acontecimiento (2021) de Audrey Diwan ha experimentado una increíble y merecida expansión/prolongación de su carrera comercial, espoleada por varios e importantes factores: experiencia femenina de primer orden, contundente y bien planteada denuncia sociopolítica y --especialmente para las audiencias que se acercan a este cine no-mainstream por motivos no cinematográficos-- una narración que no desplaza la cámara hacia otro lado cuando llegan esos momentos en los que todos sabemos que miraremos hacia otro lado (literal y metafóricamente).

Como me empeñé en leer primero el libro (en realidad un relato breve de menos de 60 páginas), no puedo limitarme a inventariar los aciertos y desmerecimientos de la adaptación cinematográfica. Y por la misma razón no me resisto a medir la distancia entre lo literario y lo cinematográfico. Ernaux escribió El acontecimiento hace 22 años porque se le imponía esa necesidad mientras escribía otro libro. Así que lo abandonó y recuperó el dietario que escribió en 1964 (cuando quedó embarazada y supo desde el minuto uno que no quería ser madre en aquel momento de su vida) para espolear y ordenar sus propios recuerdos sobre un episodio tan natural como impugnador de una sociedad cobarde y patriarcal.


En el libro, Ernaux compone una escrupulosa cronología de todos los recuerdos y evidencias que puede reunir de aquel proceso. Y lo mismo hace la película, marcando con rótulos el paso agobiante de las semanas. Aunque lo más valioso es --aparte de lo que cada cual extraiga de la lectura-- ver cómo queda retratado su entorno de amigos y compañeros, permitiéndonos comprobar dos cosas: que aquellos años no eran tan modernos y que debemos poner en valor de ciertos logros legales respecto al aborto y la tolerancia social. Y es que, salvo excepciones, la inmensa mayoría de las personas que accedían al secreto de Annie se desentendían, la sermoneaban, la juzgaban o trataban de aprovecharse de ella. Aun así, fue tan fuerte su determinación que intentó seguir adelante con su vida como si nada (como mucho incorporando una serie de intentos más o menos serios o eficaces para librarse del feto). Si sorprende o escandaliza no es por lo que ella nos cuenta, sino por el retrato de un mundo que no reconocemos a pesar de tenerlo apenas a una generación de distancia.

Y aunque la adaptación también se ha llevado premios, no la encuentro tan meritoria, casi por los mismos motivos que Drive my car (2021): incorpora demasiados elementos para hacer el guión mucho más lineal y llevadero, eliminando de paso algunos aspectos que podrían resultar chocantes o hacer menos maniqueo y reivindicativo el resultado. De manera que ahí está el típico grupo de amigas (en el libro no lo son para nada), un entorno hostil perfectamente delimitado (en el libro tampoco lo es) y unos médicos claramente paternalistas e insensibles (en realidad son ambiguos y hasta compasivos). Encuentro incluso que hay un exceso didáctico al intentar explicar ciertas escenas con un lenguaje actual, cuando claramente en los sesenta nadie manejaba ciertos conceptos (la conversación entre Annie y uno de los médicos que vista); o también situaciones (inexistentes en el libro) que sólo sirven para reivindicar un cierto aspecto moderno (una chica masturbándose delante de sus amigas). Demasiadas concesiones a la reivindicación política y a nuestro marco mental.

Sin embargo, todo esto no resta valor al filme, porque lo apuesta todo a una carta ganadora: dejar la cámara donde prácticamente nadie se ha atrevido a dejarla (y aun así lo hace con delicadeza): en el acto médico clandestino del aborto en sí (rodado en plano continuo) y el momento culminante que todos sabemos que sucederá, en la soledad de la residencia de estudiantes (la experiencia real de la autora, la que relata en el libro, es bastante más cruda que en la película). Aunque sólo sea por estos dos momentos, merece la pena ver y recomendar a todo el mundo El acontecimiento.

Ha sido necesario que por fin las mujeres se hayan lanzado a contar --a llenar con-- libros, canciones, películas y toda clase de testimonios sus vivencias acerca de sus cuerpos y los sacrificios que sobre ellos exigimos y ejercemos los hombres, para que tengamos la oportunidad de dar un salto hacia delante y ponernos a su altura. Y es que, como dice la canción, nunca se para de crecer, nunca se deja de morir.