domingo, 19 de diciembre de 2021

La vida... y unas cuantas cosas más (Tres pisos)

Leo una entrevista a Nanni Moretti hablando del estreno de Tres pisos (2021) y lo que trasluce es el retrato de un cineasta resistente y a la contra de los tiempos, desencantado de su intento de cambiar el mundo desde la política, enrocado en las viejas formas de rodar y distribuir películas. No es casualidad que, inmerso en ese estado espiritual, haya llamado su atención la novela del israelí Eshkol Nevo y se haya decidido a llevarla a la pantalla. Puede que la mochila mental e ideológica de Moretti, a estas alturas de la vida, sea un lastre para su creatividad, o puede que simplemente actúe como una distorsión de su punto de vista, pero lo que me parece indudable es que es un cineasta que sabe contar historias. Y por suerte esa virtud no la ha perdido en Tres pisos, al contrario, la ha liberado de fervores experimentales o deslumbramientos no ficcionales; su estilo aparece más depurado que nunca, directo y sencillo, y eso, con la filmografía que le conocemos, no debemos considerarlo ni un descubrimiento ni una consagración sino un puro lujo para disfrute de los públicos.

Tres pisos es un relato en toda la extensión del término: reúne acontecimientos que, por separado y en diferentes ámbitos, podrían formar parte de unas cuantas páginas de sucesos, pero que, convenientemente rebajados, dosificados y elaborados, producen una historia interesante y que intenta transmitir un deseo reflexivo en quienes la vean (claramente el objetivo número uno de Moretti). Un relato que mezcla tres historias en las que confluyen conflictos, sorpresas, balances vitales y, como siempre, el mero paso del tiempo. La película arranca con una escena impactante que sirve para involucrar a los habitantes de tres familias de una misma finca; un suceso que, además de dejar secuelas, actúa como un bisturí sobre sus vidas, exponiendo toda clase de luces y sombras (personales y colectivas). A partir de esa singularidad argumental, el filme se desarrolla con una coherencia y una previsibilidad abrumadoras, sin dejar que el drama lo inunde todo; al contrario, haciendo que las reacciones de los personajes --los auténticos reyes de la historia-- sirvan para completar el retrato que nos hacemos de ellos (y, por extensión, del mundo que nos toca vivir), con sus dilemas y contradicciones.


Y aunque el final podría haber quedado redondo (con una situación imprevista y de efectos inexplicables que quiebra una dinámica tóxica que adquieren los acontecimientos), Moretti prefiere rematar la historia con una última escena que busca remachar un futuro esperanzador. Da igual, es un detalle menor; la película de Moretti rebosa personajes creíbles y entrañables y situaciones que desbordan narración, esa inefable abstracción cinematográfica acerca de la vida y el amor también.

sábado, 11 de diciembre de 2021

Centrarse en el relato (Dune)

Lo advierto, voy a escribir sobre Dune (2021) de Denis Villeneuve y no he leído la saga literaria de Frank Herbert, ni siquiera me he sentido tentado de hojear el primer volumen, el que más impacto causó en su momento y el único que ha dado el salto a la pantalla (dos veces). También pertenezco a la cofradía de los que no pudieron terminar la delirante versión de David Lynch de 1984, que me pareció un pastiche de serie B --por los efectos-- que no había por donde cogerlo y --al menos eso me pareció-- rodada sin ganas. Admito que la vi cuando los efectos digitales eran una tecnología consolidada y eso sin duda contribuyó a mi desinterés creciente a medida que se acercaba el momento de dejar de verla. Este arranque de sinceridad me convierte en poco menos que un hereje o un juez ilegítimo para unos cuantos, y aun así, voy a escribir sobre Dune de Denis Villeneuve.

Novela con un incontrovertible prestigio popular, acumula --desde su publicación en 1965-- un aura de identificación iniciática, de pertenencia generacional y/o de inmersión filosófico/tecnócrata que ha marcado a babyboomers y aficionados al género fantástico y galáctico desde entonces. Dune fue, en su momento, un libro que pasó de mano en mano, desmenuzado en toda clase de grupos y tertulias, incrementando de año en año la profundidad y la complejidad de sus significados, viendo cómo crecían a su alrededor extensibilidades que buscaban ampliar la diégesis del relato original. El libro de Herbert provocó una reacción social y literaria que yo equiparo a la que levantó en su día la trilogía de El Señor de los Anillos (1954) o, salvando muchísimo las distancias por tema y género pero similar en cuanto a las reflexiones que suscitó en aficionados y expertos, con La rama dorada (1890) de James Frazer.


En cuanto al filme de Villeneuve, es difícil no darse cuenta de la influencia que ha ejercido en el cine de ciencia ficción, desde los setenta hasta hoy, incluyendo elementos y personajes muy reconocibles de la saga Star Wars. Esta conexión facilita que a las audiencias que --como quien esto escribe-- no conocemos el universo de Dune, nos resulten más cercanos e interesantes los mundos inventados por Herbert. Con la perspectiva de los años (y los títulos acumulados en nuestras retinas) podemos poner en contexto, incluso pasar por alto, algunas incongruencias. Empezando por esos planetas organizados en linajes al modo feudal que sin embargo se sostienen con tecnología punta que ha alcanzado los mismísimos límites de la materia. De manera que las naves interestelares disparan láseres mortíferos pero en los combates cuerpo a cuerpo sólo se usan espadas, dagas y demás aceros afilados... Sin embargo, el diseño de producción de Dune (artefactos, vestuario, arquitecturas, localizaciones) está tan cuidado y resulta tan contundente que incluso ese punto retro mejora la impresión global.

Lo importante --y el principal mérito-- de Dune es que su director no ha querido distanciarse de ninguna de las obligaciones y lastres que suelen exhibir estas adaptaciones de tono épico que aspiran a consolidar una saga cinematográfica: banda sonora electrónico-sinfónica como fondo de la mayoría de escenas (otro gran trabajo de Hans Zimmer), diálogos literarios repletos de paradojas y reflexiones, despliegue técnico-visual impactante, derroche presupuestario... En todo este conjunto de tópicos, que es prácticamente un requisito del género, Villeneuve ha introducido dos elementos clave: ritmo narrativo y estilo directo propios de producciones independientes. Y como hizo en su día Peter Jackson con la trilogía anillera, arranca la película con un cuidado y sintético prólogo que sirve para involucrar a no iniciados (a los que apenas nos sonaba lo de los gusanos monstruosos) y deslumbrar a connaisseurs. Villeneuve ha hecho una adaptación de la trama central de la novela, sin tiempos muertos, sin tramas secundarias, sin recrearse en la espectacularidad de ciertas escenas (hay más bien pocas) o en excursos que no aportan nada a la historia y sólo gustan a los expertos (sé que Herbert dedica un capítulo entero a los trajes de destilación). El resultado es una historia trepidante, que avanza sin esa épica cargante de las producciones carísimas que necesitan por encima de todo que les luzca el andamio (y el presupuesto).

Así que bravo por este segundo asalto a la saga literaria de Herbert, una película que rescata un argumento rodeado de toneladas de recreación tecnológica, reflexión distópica y descripción densa. Dune selecciona lo mejor de una historia que aún puede resultar atractiva para públicos muy alejados de los tiempos en los que se concibió la novela; pero a la vez abre lo suficiente el foco como para permitir que se cuele, en casi cada escena, el impresionante nivel de detalle de la novela. El que quiera eso que lea los libros, al resto (como a mí), quizá nos baste con disfrutar de conflictos tan viejos como la humanidad con más suspense que épica.