sábado, 11 de diciembre de 2021

Centrarse en el relato (Dune)

Lo advierto, voy a escribir sobre Dune (2021) de Denis Villeneuve y no he leído la saga literaria de Frank Herbert, ni siquiera me he sentido tentado de hojear el primer volumen, el que más impacto causó en su momento y el único que ha dado el salto a la pantalla (dos veces). También pertenezco a la cofradía de los que no pudieron terminar la delirante versión de David Lynch de 1984, que me pareció un pastiche de serie B --por los efectos-- que no había por donde cogerlo y --al menos eso me pareció-- rodada sin ganas. Admito que la vi cuando los efectos digitales eran una tecnología consolidada y eso sin duda contribuyó a mi desinterés creciente a medida que se acercaba el momento de dejar de verla. Este arranque de sinceridad me convierte en poco menos que un hereje o un juez ilegítimo para unos cuantos, y aun así, voy a escribir sobre Dune de Denis Villeneuve.

Novela con un incontrovertible prestigio popular, acumula --desde su publicación en 1965-- un aura de identificación iniciática, de pertenencia generacional y/o de inmersión filosófico/tecnócrata que ha marcado a babyboomers y aficionados al género fantástico y galáctico desde entonces. Dune fue, en su momento, un libro que pasó de mano en mano, desmenuzado en toda clase de grupos y tertulias, incrementando de año en año la profundidad y la complejidad de sus significados, viendo cómo crecían a su alrededor extensibilidades que buscaban ampliar la diégesis del relato original. El libro de Herbert provocó una reacción social y literaria que yo equiparo a la que levantó en su día la trilogía de El Señor de los Anillos (1954) o, salvando muchísimo las distancias por tema y género pero similar en cuanto a las reflexiones que suscitó en aficionados y expertos, con La rama dorada (1890) de James Frazer.


En cuanto al filme de Villeneuve, es difícil no darse cuenta de la influencia que ha ejercido en el cine de ciencia ficción, desde los setenta hasta hoy, incluyendo elementos y personajes muy reconocibles de la saga Star Wars. Esta conexión facilita que a las audiencias que --como quien esto escribe-- no conocemos el universo de Dune, nos resulten más cercanos e interesantes los mundos inventados por Herbert. Con la perspectiva de los años (y los títulos acumulados en nuestras retinas) podemos poner en contexto, incluso pasar por alto, algunas incongruencias. Empezando por esos planetas organizados en linajes al modo feudal que sin embargo se sostienen con tecnología punta que ha alcanzado los mismísimos límites de la materia. De manera que las naves interestelares disparan láseres mortíferos pero en los combates cuerpo a cuerpo sólo se usan espadas, dagas y demás aceros afilados... Sin embargo, el diseño de producción de Dune (artefactos, vestuario, arquitecturas, localizaciones) está tan cuidado y resulta tan contundente que incluso ese punto retro mejora la impresión global.

Lo importante --y el principal mérito-- de Dune es que su director no ha querido distanciarse de ninguna de las obligaciones y lastres que suelen exhibir estas adaptaciones de tono épico que aspiran a consolidar una saga cinematográfica: banda sonora electrónico-sinfónica como fondo de la mayoría de escenas (otro gran trabajo de Hans Zimmer), diálogos literarios repletos de paradojas y reflexiones, despliegue técnico-visual impactante, derroche presupuestario... En todo este conjunto de tópicos, que es prácticamente un requisito del género, Villeneuve ha introducido dos elementos clave: ritmo narrativo y estilo directo propios de producciones independientes. Y como hizo en su día Peter Jackson con la trilogía anillera, arranca la película con un cuidado y sintético prólogo que sirve para involucrar a no iniciados (a los que apenas nos sonaba lo de los gusanos monstruosos) y deslumbrar a connaisseurs. Villeneuve ha hecho una adaptación de la trama central de la novela, sin tiempos muertos, sin tramas secundarias, sin recrearse en la espectacularidad de ciertas escenas (hay más bien pocas) o en excursos que no aportan nada a la historia y sólo gustan a los expertos (sé que Herbert dedica un capítulo entero a los trajes de destilación). El resultado es una historia trepidante, que avanza sin esa épica cargante de las producciones carísimas que necesitan por encima de todo que les luzca el andamio (y el presupuesto).

Así que bravo por este segundo asalto a la saga literaria de Herbert, una película que rescata un argumento rodeado de toneladas de recreación tecnológica, reflexión distópica y descripción densa. Dune selecciona lo mejor de una historia que aún puede resultar atractiva para públicos muy alejados de los tiempos en los que se concibió la novela; pero a la vez abre lo suficiente el foco como para permitir que se cuele, en casi cada escena, el impresionante nivel de detalle de la novela. El que quiera eso que lea los libros, al resto (como a mí), quizá nos baste con disfrutar de conflictos tan viejos como la humanidad con más suspense que épica.

2 comentarios:

desconocido dijo...

Las peleas son con dagas y espadas, porque los escudos corporales que se usan, causan explosiones nucleares al chocar con un láser. Por eso no se pueden usar. Por eso las bombas en el asalto Harkonen se detienen y penetran los escudos lentamente. Eso se específica claramente en la novela. La película es súper detallista y está llena de guiños a los lectores

Sesión discontinua dijo...

Tiene sentido.... para los que han leído la novela