jueves, 22 de septiembre de 2022

Las alianzas genéticas (El acusado)

Basada en la novela Les choses humanines (2019) de Karine Tuil, una escritora caracterizada por su tono crítico y social, y coadaptada y dirigida por el actor y director israelí Yvan Attal, El acusado (2021) es, antes que cualquier otra cosa, un ejemplo casi perfecto de cine sociológico que prefiere diluir la narración en beneficio de una cuidada exposición del tema principal.

No solamente por la claridez expositiva, ni por el riguroso orden cronológico de los hechos (incluyendo los lapsos temporales en caso de que la historia dé un salto), sino por lo arquetípico de los personajes y los entrecruzamientos dramáticos (que posibilitan una serie de conflictos cartesianos entre ley y deseo completamente de manual). Es un recurso que el telefilme televisivo de sobremesa y prime time han devaluado profundamente, pero que aquí recupera parte de su eficacia, aunque sea a costa de eclipsar todo lo que suene a dramatización fútil y no a desarrollo ordenado del acontecimiento y sus consecuencias. Enseguida se aprecia que la película busca plantear dilemas, mostrar los detalles del despliegue institucionalizado ante la violación de una menor, buscando exponer carencias, abusos, dilaciones, insensibilidades...; en definitiva, las zonas oscuras o poco conocidas de un proceso delicado y doloroso. El drama queda reducido a las reacciones y ciertas intervenciones de cada personaje: el acusado, los padres del acusado --divorciados pero realineados para apoyar a su hijo--, los padres de la víctima -- él es, para colmo, la pareja actual de la madre del acusado--, los funcionarios, los abogados, los jueces, los que lo ven desde fuera... Todos tienen su momento y aportan elementos para debatir y reflexionar.


¿Y qué se echa de menos en una historia tan ordenada y previsible como ésta? En corto y claro: a los secundarios, esos personajes cuya contribución no modifica lo esencial del planteamiento, pero oxigenan dramáticamente una exposición demasiado literal y lineal de la trama. Demasiada corrección y esfuerzo de contextualización para que al final, el desmenuzamiento judicial del episodio (lo que sucedió la noche de autos) parezca más bien un lejano homenaje a Rashomon (1950) por la imposibilidad de conocer la verdad. Y, por descontado, la imposibilidad aún más dolorosa de no poder eliminar el impacto social de nuestros actos, ni deshacer el daño infligido/sufrido, o tener que convivir con él para siempre.

El acusado es un filme narrado con aplomo y verosimilitud que apenas ofrece momentos cinematográficos; así de volcado está en su declarado objetivo de no dejar ningún cabo suelto ni olvidar algún aspecto del problema. En definitiva, más adecuado para fomentar interesantes y prolíficos debates en secundaria o en sobremesas de todo tipo que para emocionar con una historia que ciertamente deja pasar unas cuantas oportunidades para demostrar que es algo más...

martes, 6 de septiembre de 2022

La maternidad como pocas veces la veremos (Ninjababy)

La directora noruega Yngvild Sve Flikke ofrece en Ninjababy (2021) un filme completamente alineado con los tiempos políticos, que a su vez están fuertemente alineados con el desmontaje de los estereotipos de género (en negativo los masculinos, en positivo los femeninos) y se lanza a un contrarretrato del embarazo en la última generación en alcanzar la fertilidad (la centenial o Z). En su debut en el largometraje --Kvinner i for store herreskjorter [Mujeres en camisas de hombre de gran tamaño] (2015)-- ya se lanzaba de cabeza al tema de las maternidades sobrevenidas en ambientes alocados como los universitarios. En este su segundo largometraje, en cambio, ha preferido ampliar el foco y, de paso, delimitar mejor su terreno de juego estilístico (una mezcla bien dosificada de comedia y drama sensible) y temático (la maternidad sobrevenida).

Rakel es una aspirante a dibujante que vive su vida locuela y despreocupada que de pronto descubre que su cuerpo le ha ocultado un embarazo durante tantas semanas que ya no puede abortar (su primera y única opción). Ella quería ser astronauta, o guardabosques, o triunfar con sus dibujos, pero resulta que será, antes que nada, una madre. Con este punto de partida tan manido, Flikke despliega con habilidad todos los tics del cine indie (que cristalizó gracias a la generación anterior, la milenial o Y): humor culturetas, ritmo y cambios de escena supeditados a los giros y gags del diálogo, voz interior del bebé convertida en inteligente efecto especial, elenco de personajes secundarios convocados únicamente por la mera necesidad dramática o de un gag determinado, mujeres protagonistas desnortadas pero fuertemente autoconscientes, protagonistas masculinos patéticos y ridículos o complacientes y amables que no hay por donde agarrarlos por irreales (las directoras también construyen sus propios arquetipos masculinos). De hecho, es sorprendente la ausencia de toda clase de personas ajenas al relato en toda la película, como si el mundo apenas sirviera de decorado para explicar esta historia y no otra: en los hospitales no hay nadie, excepto las enfermeras que tienen diálogo; en las cafeterías, igual. Todo transcurre y pivota alrededor de la subjetividad y las peripecias de Rakel. De este estilo entre irónico, intrascendente y distanciado surge Ninjababy, divirtiendo, enterneciendo (más bien poco) y desmontando con valentía y realismo (ahora sí) el tópico de la mujer que se transforma en madre por convicción propia, sin presiones ni sometimientos de ninguna clase. El cine contemporáneo no admitiría otra perspectiva sin ser fuertemente cuestionada por cisheteropatriarcal.


El resultado destaca sobre todo por el valor de su final, la constatación de algo que las audiencias quizá no se atreven a admitir que sucederá (y que realmente sucede). Pero también por algunos momentos de humor bien trabados, o su capacidad de síntesis para retratar a esta mujer que quiere imponerse a un destino biológico sobrevenido. De hecho, si la especie humana ve menguar su población no es por culpa de ninguna mujer, tal como demuestra con inteligencia Ninjababy, sino por el zancocho ideológico-mediático-tecnocrático-mercantilista en el que nos hemos encerrado.