lunes, 13 de febrero de 2023

La quiniela de los Oscar 2023 de Sesión discontinua

Una vez superado (más bien olvidado) el shock del bofetón del año pasado, la 95 edición de los Oscar parece que vuelve a sucumbir a la fiebre asiática, esta vez en una variante de origen (parcialmente) chino, de la mano de los Daniels, un tándem formado por los estadounidenses Daniel Kwan y Daniel Scheinert, los cuales se forjaron un nombre en la industria haciendo vídeos musicales y desde hace poco triunfan con un cine entre surreal y fantástico. Su película Todo a la vez en todas partes (2022) apunta a la ganadora absoluta de este año, seguramente por su indiscutible conexión formal y argumental con una generación  más joven que reacciona bien ante la mezcla de ciencia ficción, humor y tecnologías imposibles que proponen. No es que sea un gran filme --admito que renuncié a escribir una crónica tras haberlo visto-- pero puede atraer por su profunda falta de complejos narrativos. Ya le venía haciendo falta a Hollywood un título así...

Como rivales, el cine dramático y catártico de toda la vida: de nuevo Spielberg nominado por el ajuste truffautiano a su infancia con Los Fabelman (2022), que no creo que se lleve muchos premios --igual que sucedió el año pasado con West Side Story (2021)-- a no ser que los académicos hayan votado con el mismo furor proselitista que hizo triunfar a Cinema Paradiso (1988) en filme internacional y a La invención de Hugo (2011) le otorgó cinco premios técnicos y 6 nominaciones a los pesos pesados del palmarés. También entra en liza un viejo conocido de las grandes audiencias: James Cameron se atreve con una segunda parte de Avatar (2009), como si esta historia no hubiera dado ya de sí todo lo que podía (excepto en la exhibición de efectos visuales, claro). Y para completar el lote, una secuela surgida directamente de la nostalgia ochentera: Top Gun: Maverick (2022), como si de pronto los cincuentones que renegamos de Top Gun. Ídolos del aire (1986) hubiéramos descubierto en ésta valores y significados ocultos que la convertían en un título de culto, anticipatorio, repleto de guiños cuyo sentido sólo hoy podían cobrar sentido y hacían ineludible la continuación. La edad a veces nubla el juicio...

Antes de terminar y dejaros a solas frente al voto, ahí van algunas curiosidades menores de esta edición: el Nobel japonés Kazuo Ishiguro está nominado al mejor guión adaptado por Living (2022), una historia original de Akira Kurosawa (el filme opta también al premio al mejor actor para Bill Nighy); y una doble mención para una cineasta canadiense que admiro mucho: Sarah Polley, que ha colado entre las finalistas a película y guión adaptado a Ellas hablan (2022), interpretada entre otras por Rooney Mara y la mismísima Frances McDormand.

De manera que ahí va un año más el formulario para votar todas las candidaturas y retratar también las filias y fobias propias y ajenas. Comparte, vota, juega, reta, diviértete y vuelve a este sitio del cine para comprobar tus resultados.



lunes, 6 de febrero de 2023

Un trabajo bien hecho, quizá demasiado (Close)

De momento, el tema de Lukas Dhont es la infancia: los retos y padecimientos que enfrentan los menores y pasan desapercibidos o son ignorados por los adultos. Su primer largometraje --Girl (2018)-- ya deja claro por dónde van sus intereses: un chico de quince años que quiere triunfar como bailarina; este de ahora --Close (2022), por el que ha conseguido la nominación por Bélgica al Oscar a la mejor película internacional-- se centra en esas intensas e inocentes amistades masculinas previas a la adolescencia, en su difícil encaje en el mundo más allá de la intimidad doméstica, donde la sensibilidad no es precisamente la norma. Identidad emergente y acoso escolar, dos debates en pleno apogeo al que todo cine con aspiraciones sociopolíticas difícilmente se resiste; ya sea para generar polémica, debate o taquilla.

La cosa es que Close acierta de pleno en cuanto a tratamiento. Además de la elección perfecta de los dos protagonistas principales --especialmente Eden Dambrine, con su mirada ultraexpresiva y su saber estar ante la cámara--, está el contexto elegido para desarrollar la historia: dos amigos de la infancia (Léo y Rémi), ambos de familias con fuertes vínculos de amistad y cercanía, de pronto, al llegar la preadolescencia, se distancian de forma abrupta e inexplicada por temor a lo que su intimidad pueda dar a entender en la escuela. No se trata de acoso ni de prejuicios, sino de una decisión cuyos motivos no son declarados --más bien negados-- para evitar ser señalado como lo que no se es. El objetivo en esta fase de la vida suele ser encajar a toda costa en el grupo de referencia, encontrar en él la seguridad que no somos capaces de descubrir por nosotros mismos. Se trata de un drama tan cierto como universal que seguirá repitiéndose mientras la educación se siga organizando en grupos de edad (antes de eso, segregar por sexos y mezclar alumnado de edades diferentes tampoco fue demasiado bien). Podremos ser más o menos conscientes de que sucede, tomar medidas más o menos eficaces, drásticas o milagrosas, pero erradicarlo por completo --como si fuese una enfermedad para la que encontramos una vacuna-- es prácticamente imposible.


La película demuestra inteligencia, está bien narrada, pero para conseguir el efecto se ve obligada a rehuir cualquier elemento ajeno al drama íntimo que obligue a rebajar el nivel de intensidad. De hecho, los padres y maestros involucrados en un momento u otro se comportan con delicadeza, se muestran dialogantes y competentes; los protocolos escolares se cumplen a rajatabla, sin errores ni omisiones; las familias encuentran el tono adecuado en las conversaciones para tratar de reconducir el problema. En este sentido, Close se desarrolla en un ambiente ideal, a la medida de las necesidades del guión: no hay imprevistos, malas praxis ni rebajas impuestas desde fuera (escuela, trabajo, amistades, familia); el drama y las fases del duelo se suceden según lo previsto.

Sin embargo, todo esto queda eclipsado por la brillante sucesión de escenas y su forma de resolverlas. No hay trampa, sino un gran trabajo de guión, dirección e interpretación. Es más, el principal acierto de la película es apostar de forma sistemática y coherente por un único recurso de estilo que dota a la historia de todo su aplomo: mantener siempre la cámara en el punto de vista del protagonista --Léo--, desenfocando o dejando fuera de plano todo lo que no tenga que ver con sus sensaciones, intereses o pensamientos; dejando que los adultos entren y salgan según su proximidad y/o necesidad. Es un recurso inspirado o calcado de otro filme belga, que lo utiliza de la misma manera para un argumento muy similar: Un pequeño mundo (2021) de Laura Wandel.


En definitiva, Close es un filme que impacta, que gusta por su sencillez y su estilo directo; una historia que conoce perfectamente al público al que se dirige, pero que apenas se permite un desvío de su propósito: desbordar por sensibilidad. Quizá Dhont olvida que, para que su estilo y su delicadeza luzcan como lo hacen en la película, hay que crear un entorno y unos personajes demasiado a medida.