sábado, 25 de marzo de 2023

Desacomplejada y valiente (Holy spider)

Ali Abassi viene de dirigir los dos últimos episodios de la primera temporada de The last of us (2023), así que es normal tener razones para pensar que es un director en el disparadero del éxito, y es posible que así esté siendo. Sin embargo, si escarbamos en su breve filmografía se detecta una preferencia nada disimulada --más bien exhibida con orgullo-- por los géneros cinematográficos, por situarlos en el primer plano del estilo, precisamente para lo que hace tiempo se modelaron --y se siguen modelando-- a base de ensayo, error, especialización y afinidad: servir de armazón dramático a la narración, priorizar determinados recursos técnicos y, como sistemas abiertos que son, facilitar nuevos usos y variaciones. Abassi lo demuestra sobradamente con su inteligente híbrido de videojuego y cine en la que es, de largo, la escena más salvaje de Last of us. Es una preferencia estética que le viene de lejos: intentó algo bastante similar años antes con Border (2018), donde se sirvió de un género bien conocido por las audiencias para añadir al guión una sutil lectura política (con resultados no demasiado brillantes en mi opinión).

En medio de ambos títulos, Abassi estrenó Holy spider (2022), donde parece haber encontrado un mejor equilibrio entre lo que logró a medias con Border y la pura exhibición de la serie de HBO: el uso de un esquema de genérico ortodoxo, sin maquillajes ni florituras, le permite justificar importantes transgresiones en el tratamiento narrativo de la historia. La diferencia es que Holy spider se atreve con un thriller con reminiscencias setenteras en cuanto a recursos y narración, ambientado en Mashhad, la segunda ciudad de Irán, a principios del siglo XXI. Un argumento que, sin cambiar apenas ningún detalle sociológico o algunas situaciones tan cotidianas como necesarias para componer las principales escenas, en Occidente no resultaría en absoluto problemático; al contrario, se consideraría --yo lo hago-- una buena historia narrada con aplomo e interesantes apuntes de estilo personal.


Sin embargo, la película es bastante más que todo eso, porque no es solamente la historia de un asesino en serie movido por una enfermiza interpretación del islam, ni tampoco una descripción cruda y descarnada de la violencia contra las mujeres (tanto las que son asesinadas como las que investigan esos asesinatos). Es ante todo la sucesión de una serie de detalles que resultarían escandalosos e imposibles de rodar si la película hubiera sido de producción iraní: para empezar, la subordinación laboral y social de las mujeres, encarnada en el personaje de la protagonista (Mehdi Bajestani, premiada con absoluto merecimiento en Cannes), una periodista que no puede tener iniciativas ni hacer casi nada sola, sin tener un hombre que avale sus solicitudes y sus palabras; pero también un montón de planos literalmente inviables en un rodaje en Irán (mujeres que se quitan el velo, ligeras de ropa en la intimidad, prolegómenos sexuales, maltrato físico). Son cosas intolerables, indecentes y/o reprobables que, aun así, requieren ser interpretadas, mostradas ante la cámara, para poder contar la historia. Con Holy spider, Abassi consigue, por alusión y mención explícita, visualizar uno de los límites materiales que se autoimponen algunas cinematografías; lo cual es un mérito nada desdeñable, independientemente del valor de este filme crudo, descarnado, directo, interesante, capaz de remover cimientos y reforzar principios fundamentales.

Me sorprende que un filme tan desacomplejado y valiente en sus repercusiones haya pasado por la cartelera como una exhalación y sin apenas levantar polvareda entre las audiencias predispuestas de antemano a esta clase de filmes. Esta vez Abassi ha dado en el clavo con una gran película de financiación europea, capaz de focalizar carencias y remover conciencias por medio de un guión bien trabajado, muy del estilo de Yalda, la noche del perdón (2019).

lunes, 6 de marzo de 2023

Extraños anhelos de transcendencia (Almas en pena de Inisherin)

A quienes nos encandiló Tres anuncios a las afueras (2017) esperábamos impacientes y con curiosidad el siguiente filme de Martin McDonagh: por si, por una feliz casualidad, era capaz de mantener el alto nivel de contundencia en su siguiente título y nos obligaba a comenzar a considerarlo como una de las voces principales del cine actual (y eso que sólo ha dirigido cuatro largometrajes). El misterio ha quedado desvelado con Almas en pena de Inisherin (2022), que ha recibido nueve nominaciones a los Oscar pero no me parece una obra que le mantenga en esa posición de privilegio a la que sólo unos pocos acceden.

La cosa es que McDonagh no ha perdido el pulso narrativo, y sigue saliendo airoso de una anécdota de apenas recorrido y personajes, pero repletas de escenas y diálogos de profunda intensidad. Esta vez ha localizado la historia en una remota y ficticia isla de Irlanda en 1923, durante los últimos días de la guerra civil que estalló tras la batalla por la independencia del Reino Unido. Un conflicto que en la película apenas son unos sonidos de proyectiles lejanos, porque lo importante es el inefable conflicto entre dos aldeanos que un día, por decisión unilateral de uno de ellos (Colm, interpretado por Brendan Gleeson), decide dar por finalizada su amistad con el rústico Pádraic (Colin Farrell). Como espectadores nos sentimos inclinados a pensar que detrás hay un grave conflicto no nombrado o deliberadamente escamoteado por el autor, así que nos dejamos envolver por el ambiente repleto de sobreentendidos y chismes que rodean un suceso tan nimio y, al parecer, trascendental para el pueblo. Es difícil lograr que no decaiga el interés a base de tantas idas y venidas casi idénticas, de encontronazos y desencuentros en un lugar donde apenas pasa nada, pero las interpretaciones y el desarrollo dramático prometen un final a la altura, porque estamos casi seguros de que la cosa terminará con un estallido, un duelo, una revelación...


Aunque Almas en pena de Inisherin no es exactamente eso, porque la historia deriva hacia un conflicto donde un raro anhelo de transcendencia, una conexión con un mundo mítico (las banshees del título original) que parece estar detrás de la fascinación por el paisaje y las personas que pueblan el filme de McDonagh. El resultado más bien parece un reto personal antes que la presentación de un conflicto que a menudo parece querer dar a entender que es algo más, la transnominación de algo universal concretado en una situación tan cotidiana que nos resistirnos a aceptar que sea sólo eso. Filme para autoconvencidos de antemano y/o iniciados en situaciones que siempre expresan más de lo que significan.