lunes, 29 de enero de 2024

Estamparse contra la banalidad (Sala de profesores)

Candidata por Alemania a Película Internacional en los Oscar de este año, Sala de profesores (2023) es un filme que rebosa ganas de remover y provocar debate. ¿El tema? Por desgracia, llevamos discutiéndolo años en Occidente sin que veamos todavía la luz al final del túnel: ¿Protege la ley --sin que se den cuenta legisladores y expertos-- las actitudes y las opiniones de quienes cuestionan sin apenas conocimiento la tolerancia, la igualdad y la racionalidad? ¿Por qué el debate ideológico y cultural están amerados de sentimientos y su sola mención se considera definitiva y sagrada, sin réplica posible? ¿Por qué damos más credibilidad a los razonamientos basados únicamente en experiencias parciales y/o subjetivas y no en la estadística o las ciencias sociales? ¿Por qué no se pueden rebatir trivialidades disfrazadas de derechos fundamentales o de libre ejercicio de la libertad de expresión sin recibir un tsunami de descalificaciones por el mero intento de matizar, rebajar su contundencia, reconducir el tono intolerante o, simplemente, demostrar su falsedad?

El director --Ilker Çatak-- se ha esforzado en hacer una película agobiante, pero sobre todo abrumadora por el ritmo de los acontecimientos y las dudas y disyuntivas que proyectan sobre las audiencias. Empezando por el plano cercano con que persigue a los personajes, por el empeño o de no airear la historia más allá de un único espacio, el instituto donde transcurre la historia y donde trabaja Carla, una hija de emigrantes polacos que --seguramente por circunstancias biográficas y familiares-- todavía cree que todavía hay un núcleo ideológico (heredado de la Ilustración) que funciona como una guía útil para explicar el mundo a los estudiantes. Cansada de ver cómo el egoísmo, los prejuicios y la falta de equidad son la pauta, Carla --tras observar a una profesora sisar la calderilla del café comunitario y comprobar cómo se imparte justicia entre los estudiantes por un caso de hurtos-- decide hacer un experimento de justicia directa, pensando que una prueba audiovisual será definitiva y contundente (muy signo de los tiempos). El problema es que olvida cómo la obtiene. Y entonces se lía una buena y Carla se ve presionada por el claustro de profesores, la dirección, los alumnos, los padres de los alumnos y, por descontado, por la persona a la que señaló como culpable, que lo niega todo en un increíble ejercicio de hipocresía y victimización (muy signo de los tiempos también). La película relata, sin tiempos muertos, desvíos dramáticos ni efectismos comerciales al uso, el abismo de ataques y polémicas en las que se ven envuelta la protagonista por su inmaduro intento de resolver un problema y encima tratar de rebatir a sus críticos a base de coherencia y sensatez.


Desbordada por los acontecimientos, el instituto se vuelve un lugar hostil para ella; Carla es incapaz de lograr que sus críticos la escuchen o al menos acepten analizar el problema desde un contexto que no sea el de las declaraciones grandilocuentes y los eslóganes de posicionamiento automático. Ese es el principal mérito del filme: su habilidad para transmitir la impotencia que nos invade cuando nos estrellamos contra un muro de indiferencia, desprecio y displicencia; cuando experimentamos en persona las consecuencias reales de habernos metido en un problema del que no sabemos salir. Igual que otros muchos que hemos visto o esquivado desde la barrera gracias a nuestra inhibición o miradas hacia otro lado. Nadie está libre de pecado.

Sala de profesores es una especie de variante diabólica del principio de Heisenberg aplicado a las guerras culturales e ideológicas: en cuanto abres la boca o tecleas para participar, te ves atrapado en una jaula hecha de lugares comunes y pensamientos prestados y simplistas de los que te obcecas por encontrar la grieta lógica que los ponga en evidencia. No te das cuenta de que esa es la trampa: los demás han pasado a otra cosa (otra noticia, otro cotilleo) y te has quedado definitivamente atrás. A nadie le interesan los razonamientos lógicos, tan sólo la habilidad de provocar el máximo de visitas, menciones y reacciones en 280 caracteres.

En definitiva, un filme en el que cuesta entrar, porque apenas da tiempo a hacerse una composición de lugar al estilo tradicional, a focalizar simpatías y antipatías sobre los protagonistas. Va tan directa al grano que seguramente se dejará por el camino a buena parte de las audiencias que se interesen por él. Tendrá que ser más tarde, en una improbable segunda revisión, cuando se revelen los indudables méritos de esta película (que no ganará el premio al que aspira precisamente porque trata de eludir los sentimentalismo y tópicos para lograr su propósito.

sábado, 20 de enero de 2024

El realismo mágico o el cine como instrumento de transformación social (20.000 especies de abejas)

«Tiene poco sentido que esperemos una transformación verdadera de las relaciones de dominación basándonos en una simple conversión de los espíritus» (Laurent Jullier, 2006).

Licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad del País Vasco y con un máster en el ESCAC (la escuela superior de cine que está marcando el estilo del cine español con más repercusión mediática en los últimos diez años), Estibaliz Urresola sabe perfectamente qué teclas hay que tocar en una película para transmitir un mensaje, y además sabe muy bien cuál es el que ella quiere transmitir. Urresola representa a esa generación de jóvenes cineastas que se acercan a la ficción habiendo estudiado el medio cinematográfico y, por tanto, conocen su historia, recursos, estilos y, por descontado, cómo funcionan las audiencias. Y por si esto no fuera suficiente, antes de debutar en el largometraje, ya sabía lo que era ganar un Goya y atraer las miradas del mundillo cinematográfico gracias a su corto Cuerdas (2022). Así que el indiscutible revuelo que ha provocado 20.000 especies de abejas (2023) no ha debido de pillarle del todo desprevenida.

Comenzó a escribir el guión tras el impacto que le produjo el suicidio de Ekai Lersundi, un joven transgénero de 18 años que dejó un conmovedor mensaje explicando su sufrimiento, los motivos de su suicidio y sus deseos para un mundo mejor en el que, por desgracia, él ya no iba a estar. A partir de ahí, y con el material de primera mano que le proporcionaron unas cuantas entrevistas con familias y colectivos cercanos a Ekai, fue surgiendo la historia de Aitor/Cocó/Lucía que, durante un verano, a partir de pequeños detalles reveladores y un entorno familiar propicio, decide mostrar al mundo cómo se viene sintiendo interiormente desde hace tiempo (un papel que clava la joven actriz Sofía Otero, merecidísima ganadora del premio a la mejor interpretación protagonista en Berlín 2023). Urresola logra el pack completo: homenaje, denuncia, reivindicación, éxito de público y de crítica (sobre todo internacional) y alineamiento con determinados principios de progreso.

20.000 especies de abejas es, ante todo, una historia que busca convertirse en un mito contemporáneo, un relato que emerge después de haber sido combatido, censurado y/o ignorado por una sociedad patriarcal (la única legitimada desde la Edad del Bronce para sancionar mitologías). Y como buen relato impugnador, las mujeres son presentadas como depositarias de una sabiduría ancestral, auténtica, igualitaria, probablemente la única compatible con el discurso ideológico contemporáneo. Un posicionamiento político impecable en el que la película funciona a la vez como desagravio y como contrapeso al punto de vista masculino, ejercido hasta hace bien poco en régimen de monopolio. Y como en cualquier mito que aspire a serlo, cada hito de la historia posee una interpretación simbólica (normalmente en forma de carga crítica, reivindicación o de una perspectiva frente al viejo marco binario/patriarcal). Empezando por la precoz y firme autodeterminación de género de Aitor/Cocó/Lucía, al que su madre simplemente tolera su comportamiento como un exceso de sensibilidad (y que ella desde luego se enorgullece de fomentar y respetar). Una actitud y unas reacciones que quedan en el subtexto de la película como normativas, sin plantear posibles problemas colaterales, los cuales quedan eclipsados por la defensa de la precocidad y el respeto que merecen la decisión de la protagonista. Urresola se centra, por tanto, en los aspectos que tienen que ver con la naturalidad, la ausencia de dramas, el respeto y lo irrevocable de la decisión; y de paso (aunque esto ya me parece un añadido de la directora en línea con sus convicciones personales que, en cualquier caso, no devalúan la impresión final del conjunto) reivindica a las mujeres como valedoras/protectoras, en las antípodas de un mundo masculino ausente y/o que no se entera de nada (hasta el mismísimo final). Sin traumas, sin estereotipos impuestos.


En el sentido de esa aspiración/representación ideal, la película es perfecta. Y como narración está a la altura de ese objetivo: los espacios, los momentos clave, los modelos femeninos, el poso patriarcal que hay que subvertir/superar, las mujeres que transigieron por miedo y sumisión en el pasado, la tercera generación que, por fin, se atreve a alzar la voz. Y así hasta la escena final, cuando su madre comprende que sólo responderá al nombre que ella se ha autoasignado. Una ficción a la medida. Sin duda Urresola tiene un mejor conocimiento y experiencia en el tema que yo, y está convencida por principio de que películas como esta son las que pueden servir para fomentar y guiar cambios sociales de calado. Pues aun así, yo me quedo con el análisis que hacen José Errasti y Marino Pérez Álvarez en Nadie nace en un cuerpo equivocado, donde incorporan bastantes más variables y circunstancias a tener en cuenta (biológicas, médicas, sicológicas, éticas...). Donde funciona a la perfección 20.000 especies de abejas es entre las audiencias gracias al realismo mágico; en cambio, como instrumento al servicio de la transformación social, pues mire usted, yo descuento bastante IVA a los objetivos de la película.

La cosa es que no necesitamos sustituir unos mitos por otros, más bien encontrar un lugar y algunos usos comunes que nos permitan entendernos sin someternos ni imponernos. Pero tampoco ignorar el legado biológico que llevamos implantado de serie como especie evolucionada desde aquellos atardeceres en la sabana... No es fácil encontrar un equilibrio entre ambos posicionamientos. El vértice de la polémica entre defensores y detractores de la película se encuentra precisamente en el tono y el estilo que explican la historia, y también en el convencimiento de la directora de que son ambos elementos los que mejor pueden demostrar la premisa con la que trabaja (y, como ella, bastantes cineastas españoles de su generación): que el cine es, en última instancia, una herramienta de transformación social. Se trata de una actitud político-estética habitual --aunque no exclusiva-- entre estudiantes de Comunicación Audiovisual. Esta generación se distingue así claramente de sus predecesores en el oficio (y también de algunos coetáneos), bastante menos preocupados por las repercusiones sociales de sus películas, pero sí por el impacto directo (e indirecto) sobre el público. También les enfrenta con cierta crítica veterana (y algunos espectadores de largo recorrido, entre los que me incluyo) que considera excesiva su confianza en el medio cinematográfico --concretamente la ficción comercial-- para promover no sólo cambios sociales y legislativos (que es posible, quizá, tal vez, en un momento dado), incluso suscitar modificaciones gestálticas sobre ciertos asuntos. Me gusta mucho el cine, considero que tiene una gran influencia cultural, que nos hace mejores personas en ocasiones; pero no es, desde luego, un espejo en el que observar ciertos modelos de conducta. Un breve repaso a la historia del cine --de cualquier arte narrativo-- basta para abrir unas cuantas grietas en esta convicción principalmente aspiracional.

lunes, 15 de enero de 2024

Devaluado Millás (No mires a los ojos)

Félix Viscarret venía de dirigir cuatro episodios de Patria (2020) con gran aplomo y oficio, así que quiero pensar que lo que se le atragantó en No mires a los ojos (2022) fue un guión que no acabó de decidir si lo mantenía fiel al original literario (ciertamente difícil de adaptar) de mi admirado Juan José Millás, o intentaba crear una tensión --inexistente en el libro-- que hiciera más llevadera una historia que no acaba de desplegarse ni enganchar al espectador.

La novela de Millás --Desde las sombras (2016)-- tiene un argumento tan mínimo como absurdo (un hombre acaba escondido tras el armario en casa de unos desconocidos y decide acabar su existencia allí), pero que se sostiene gracias a un interesante hallazgo formal: una narración que bascula de forma imprevisible entre la realidad y otra realidad paralela que sólo existe en la cabeza del protagonista. Ese contraste entre ambos mundos, que mutan a conveniencia y para enredar la trama, hace que al menos el texto se sostenga hasta el final. La película, por su parte, arriesga algunos cambios: algunos audaces, otros extraños, unos pocos inconvenientes.

El primero es un acierto: ocultar deliberadamente la existencia de ambas realidades. El segundo acaba malogrado: la posibilidad de integrar con naturalidad la paranoia que insinúan los indicios de Damián (el protagonista) para los habitantes de la casa. El tercero revela falta de convicción narrativa: no atreverse a evitar mostrar el rostro de los habitantes de la casa durante toda la película (si no los ve Damián, el público tampoco. Hacerlo habría sido un desperdicio en el caso de Leonor Watling y una decisión del director que podría haber cambiado por completo el tono del filme). Sin embargo, el peor error que creo que comete el guión es sustituir la decisión consciente de Damián de diluir su vida por una insostenible y difícilmente empatizable atracción sexual (y que el filme confirma que era su objetivo en el último segundo). Demasiados factores en contra.


No mires a los ojos era una apuesta muy arriesgada como reto de adaptación literaria, también la oportunidad de hacer un filme más complejo --como la novela misma-- y menos indulgente para las audiencias. Unos aciertos iniciales prometedores no hacen pensar que la anécdota desembocará en el callejón sin salida en el que acaba inmersa. Pero también es cierto que de un libro poco empático y perturbador difícilmente podía salir un filme comercial, aunque sí más provocador.

jueves, 11 de enero de 2024

Apostar por tu propio talento (Los que se quedan)

Alexander Payne es un cineasta que se resiste a encasillarse en un estilo y en un género. Las audiencias, en cambio, tienen una fuerte tendencia a encasillar a los cineastas, de los que esperan que hagan infinitas reversiones de las películas que adoran. En esa tensión fundamental e irresoluble de la industria, Payne siempre ha intentado zafarse de toda acusación de repetición y, en los títulos que podemos considerar como representativos de su estilo, busca ambientes y personajes completamente diferentes, e incorpora algunos recursos técnicos que den la impresión de renovación total: Election (1999), Los descendientes (2011), Nebraska (2013). Incluso tiene algunos intentos --dos, para ser exactos: The passion of Martin (1991) y Una vida a lo grande (2017)-- de sacudirse de encima esa fama de sensiblero, de mirada demasiado íntima sobre las personas y las situaciones que retrata; pero no es sencillo, porque ninguno ha gustado demasiado. Por suerte, en Los que se quedan (2023), Payne ha apostado por esos mismos elementos sobre los que sus fans siempre hemos agradecido que insistiera.

Para empezar, la presencia de Paul Giamatti, interpretando un personaje que es una ampliación de los tics y manías del divorciado cabreado de Entre copas (2004) --el mayor éxito de Payne hasta ahora--, sólo que ahora es un solterón cascarrabias y desencantado de la vida (y dándole la réplica una magnífica composición de Da'Vine Joy Randolph). En segundo lugar, un guión de argumento esquemático, directo y bien planteado, que permite anticipar los diferentes hitos del drama y de la comedia (un internado en el que un profesor, un alumno y una trabajadora del colegio se quedan sin vacaciones de Navidad por muy diferentes motivos). Es fácil adivinar que el radical alejamiento/enfrentamiento de los tres experimentará grandes y profundos cambios en los días que pasarán juntos. En tercer lugar, la recuperación de esa narración pausada propia de Payne, presentando poco a poco a los protagonistas, que fluye gracias a su sentido del humor suave, a su forma de extraer sonrisas tristes en numerosas situaciones (previsibles o no). Y por último, una renuncia (o un cambio, ves a saber): apostar por David Hemingson como guionista en lugar de tirar de lo eficaz conocido (Jim Taylor).


La película no ofrece sorpresas, el desarrollo de la historia se cumple sin sobresaltos a partir de los indicios más que obvios que adelanta en cada escena. Quienes conocen el cine de Payne saben que al final habrá un desbordamiento de los sentimientos, una transformación vital; así que entonces (si eres muy impresionable) decides comenzar a blindarte ante la casi segura perspectiva de un impacto afectivo o, en caso de estar habituado, prepararte para anticipar esos momentos definitorios y no dejar que te pillen desprevenido. Pues bien, en mi caso (que era esto último), la cosa no funcionó: los momentos elegidos eran tan cotidianos que me volvieron a pillar sin la debida protección.

Por último, menciono un detalle curioso: la completa inmersión del filme en el tiempo de la historia (los años setenta en EE UU): no es solamente que la acción se ambiente en un momento del pasado, sino que desde el logo de la productora hasta los créditos iniciales, la fotografía y el montaje se adaptan a esa época, como si Payne quisiera dar la impresión de que estamos viendo una película rodada en el presente de la acción y con el punto de vista de aquel momento. Un elemento sutil que da la medida del cuidado y la dedicación de su director.

Los que se quedan supone el regreso de Payne al estilo que a sus admiradores nos gusta y para el que él mismo está dotado; una historia de seres humanos que son capaces de salir de su zona de confort, de su refugio de ira, dolor y/o cinismo, y lo hacen sin que tengan que convertirse en --o actuar como-- héroes o rarunos a la contra de todo y de todos. Una película que divierte y conmueve, que mezcla con habilidad la tristeza, la coherencia y la esperanza en un porvenir mejor. Un filme que se disfruta de principio a fin.