sábado, 20 de marzo de 2021

El iceberg oculto (The assistant)

The assistant (2019) es el debut en el largometraje de ficción de Kitty Green y muestra lo que todo un gremio sabe pero pocas se atreven a contar. No ofrece una denuncia directa, no se apunta al espectáculo mediático, no recurre al estilo ante el cual reaccionan las grandes audiencias, no sitúa el drama en el primer plano, no hay glamour. Me temo que es tan concreto y tan directo lo que explica que sólo se verán interpelados quienes han formado o forman parte de las bambalinas del cine. No fue en el momento de su estreno una debacle social ni un bombazo, quizá porque sin estridencias y demasiados sobreentendidos dejaba caer su carga de profundidad.

Estamos ante una buena película del género all in one day (todo en un solo día), con sus hitos dramáticos mínimos, sus resoluciones de última hora, su final necesariamente abierto, su falta de contexto en el retrato de los personajes, su ausencia de planteamiento y perspectiva ante el problema que se intuye pero nunca se menciona. El filme narra el día normal de una joven que trabaja como asistente en la oficina de un importante productor cinematográfico (trasunto clarísimo del condenado Harvey Weinstein, personaje al que, como a todo buen monstruo del género, nunca conseguimos ver cara a cara). Explotación, jornadas interminables, ausencia de derechos, complicidad, miradas hacia otro lado... Nada que los tópicos sobre el medio no hayan mostrado en infinidad de filmes; la diferencia es que ahora el #MeToo ha puesto en evidencia el back office de una industria que vive del brillo y se ha negado a enfrentar sus miserias. Con la excusa de la creatividad y de las apuestas de riesgo parece que todo vale, cuando resulta que muchas víctimas se quedan por el camino, y no me refiero a intérpretes, autores o cineastas, sino a técnicos, ayudantes y meritorios.


No es el egoísmo, ni el abuso, ni el machismo; es un ambiente de trabajo absolutamente despiadado naturalizado durante décadas en todos los estratos implicados, hasta el punto de que, quienes lo sufren en primera persona, lo consideran una fase necesaria para adquirir experiencia y hacerse ver/valer. Por eso The assistant no va más allá de un día de trabajo de una chica que hace de todo y aguanta de todo por un (im)probable reconocimiento laboral. No es sólo que a las pantallas lleguen únicamente el 1% de las películas, es que el 99,97% de las personas que trabajan en ellas no consiguen mantenerse en el negocio/gremio. Más allá del tópico estadounidense de la jovencita ingenua e inocente que llega a la gran ciudad para triunfar en el cine --como retrata en toda su crudeza Girl lost: a Hollywood story (2020)-- se abre un abismo de ausencia de derechos laborales, injusticias, abuso y acoso...

Después de ver The assistant hay que descartar de una vez por todas ese otro tópico rancio, pasado de moda y peligroso: que a los artistas se les aplica otra ética, que su desordenada y caótica vida es la condición necesaria para su genio y por eso se les debe perdonar todo. Que gilipollas como Weinstein hayan producido con buen ojo grandes filmes que hemos adorado y defenderemos ante terceros no significa que no exista otra manera mejor de hacerlos.

lunes, 1 de marzo de 2021

Descorchar el pasado (Happy Old Year)

Soy un rookie absoluto en lo que respecta al cine tailandés (en mi nube de palabras clave no existía hasta que he publicado este texto) y aunque es imposible que pueda hacerme una idea de conjunto, lo cierto es que me alegro de haber acertado con la puerta de entrada que el azar me ha brindado. Me he estrenado con Happy Old Year (2019) de Nawapol Thamrongrattanarit, candidata de este país al mejor filme extranjero en la anterior edición de los Oscar, aunque no llegó a finalista.

Puedo entender perfectamente qué hace que las audiencias occidentales se sientan atraídas por esta película: exhibe una anécdota y un estilo narrativo que beben directamente de la tradición más pura y ortodoxa del cine indie. Protagonista introvertido y con dificultades de relación y comunicación, reto de superación personal y creativo que abarca todo el argumento, momentos que rozan la perfección, humor sutil a partir de interacciones sociales, dosificación deliberada de la información al servicio de la trama principal, recursos dramáticos y estéticos bien conocidos (reacciones tardías, planos fijos y sin apenas movimiento para los momentos más intensos, rótulos para pautar la historia), narración occidentalizada... Es como si el mismísimo Hal Hartley hubiera colaborado como consultor-asesor en todos estos ámbitos. Happy Old Year replica a la perfección aquel cine indie de finales de los ochenta y principios de los noventa que exhibían con seguridad su alternativa estética y sentimental al cine comercial para públicos masivos. Ahora --con tanta acumulación de títulos y cineastas debutantes-- cuesta más encontrar esa originalidad, en parte también porque la mayoría de estas aportaciones fueron debidamente fagocitadas y tuneadas por las grandes producciones. La cosa es que filmes como el de Thamrongrattanarit nos retrotraen a una época en que historias como la de Jean encandilaban por su novedosa simplicidad --¡Qué lejos aquel Sexo, mentiras y cintas de vídeo en 1989!--, su habilidad para retorcer una trama mínima y extraer de ella un relato.


Happy Old Year habla de lo que sucede cuando nos enfrentamos a nuestro pasado; ya sean los objetos que acumulamos (la familia de Jean es un ejemplo extremo), o las personas que lo pueblan ya para siempre sin remedio. Las excusas primeras para enfrentarse a él son las de siempre: limpiar, deshacernos de lo aleatorio, autoconvencernos de que el menosismo (Douglas Coupland dixit;) es una filosofía útil de la vida, y gracias a él el orden y la simplicidad reinarán en nuestras vidas sin esfuerzo. Puede que esto sirva al principio para encontrar la fuerza para aligerar de trastos nuestra casa --y si no que se lo digan a Marie Kondo--, pero desde luego con las personas es bastante más complicado, y todavía más con los ex. Básicamente porque confundimos el orden externo con la higiene mental, y creemos que con un poco de parafilosofía y feng shui mezclado con coaching inspiracional está todo hecho, pero no es así. Nuestros recuerdos y demás restos materiales son objetos letales, capaces de devastarnos si nos pillan en un momento flojito de nuestra vida, como le pasa a Jean cuando decide descorchar su pasado. Aun así, la idea inicial y el proceso de completarla que guían el filme de Thamrongrattanarit siguen siendo dos atractivos de primera para los relatos cinematográficos que crecen en los fértiles márgenes de la industria. Aquí, en EE UU y en Tailandia.

Al final, la lección que extraemos de Happy Old Year está a la altura de las expectativas en cuanto a introspección y superación sentimentales; y también perfectamente en sintonía con el tono que suele ofrecer el género con el que se alinea: podemos purgar (con la excusa del orden) nuestros recuerdos, pero nunca borrar completamente el pasado. Por eso cuesta tanto que desaparezca el dolor. Un filme meritorio que, a pesar de un arranque titubeante, se acaba imponiendo a base de coherencia estética y originalidad.