jueves, 28 de enero de 2021

¿Reservorio de autenticidad o constatación de una sociedad fracasada? (Nomadland)

El sueño americano ha funcionado como una filosofía práctica de la vida para las clases medias durante décadas. Mientras ha habido clases medias fuertes ha tenido sentido; pero ahora que este grupo va de capa caída y retrocede en los índices económicos y de bienestar, empieza a implicar mutaciones impensables y poco tranquilizadoras. Ya no es una ideología del sentido común, la igualdad de oportunidades y la posibilidad de prosperar a base de esfuerzo, hoy es ante todo una forma de vida marcada por la supervivencia y el recuerdo de un feliz tiempo pasado. El sueño americano se ha acabado asimilando a una variante del estilo de vida outsider, no revolucionario, sí desposeído, no antisistema, sí en los márgenes de la abundancia.

En ese punto exacto se sitúa Nomadland (2020) de la directora estadounidense de origen chino Chloé Zhao, un tercer largometraje que la consolida como una lúcida cronista de su país de acogida al que añade un punto de vista muy personal. El guión se centra en arquetipos humanos y comunidades a punto de disgregarse que, en el pasado, se consideraron el núcleo duro y puro de la identidad de los EE UU, y a los que la película da una doble vuelta de calcetín. Protagonizada por Frances McDormand, una actriz que acumula prestigio y aplomo a cada filme que rueda, el filme retrata la vida de esa clase media que saltó por los aires por culpa de la crisis de 2008. Familias y poblaciones enteras que perdieron sus trabajos y sus casas, abocadas a sobrevivir por la inexistencia del colchón de un estado de bienestar. Fern --McDormand-- es una viuda entrada en años que, después de perder hogar y marido, opta por lanzarse a la carretera y vivir en su furgoneta, en un itinerario de lugares nuevos y fijos (donde sabe que podrá tener un empleo discontinuo, temporal, alienante e hiporremunerado que le permitirá seguir adelante con prácticamente lo puesto).



Pero Nomadland no es solamente una denuncia en segundo plano de todo lo anterior (a Zhao no le hacen falta discursos ni momentos definitorios para dejar caer sus cargas de profundidad), sino que es la historia de los últimos años buenos de una generación que creyó tener un futuro asegurado. Y además sin necesidad de cebarse en sus desgracias, al contrario, los presenta con un delicado respeto, ahondando en sus fortalezas y debilidades, filias y fobias, incoherencias y tristezas. No se trata de dar voz fílmica a una iniciativa política que les haga visibles ante la sociedad y les facilite un techo estable, jubilación digna y/o un entorno afectuoso, sino mostrar las razones que --por una impensable carambola de la vida-- les impele a imitar a los pioneros, a aferrarse a un estilo de vida nómada --con su inevitable puntito de romanticismo libertario-- como última prueba de su dignidad, de su desganada lucha por la vida.

Las vidas de sus protagonistas casi siempre están asociadas a una pérdida, y nadie opta por expresar su rabia o su felicidad a través de la transhumancia motorizada. Para algunos está la esperanza de instalarse cerca de sus hijos y nietos, la garantía de que los días de ir de acá para allá terminarán; pero para Fern es algo más, es la necesidad de sentirse aún con fuerzas para mantener su independencia, lo único que le queda. Nomadland no expresa una filosofía de la vida como elección de vida, y aunque es posible que a la mayoría les agrade la sensación de libertad que destila, muy pocos dejan de añorar su pasado de clase media sedentaria. Apenas les queda una esperanza: que sus descendientes puedan recuperar el terreno perdido por ellos y reconectar --aunque débilmente-- a un sueño americano que debería reciclarse severamente para seguir actuando como estímulo a una nueva generación de estadounidenses.

La historia fluye a través del día a día y con los habituales altibajos emocionales, encuentros imprevistos, descubrimiento de poemas de tremenda fuerza, paisajes deslumbrantes y solitarios, Acción de Gracias sentada en la mesa de buena gente desconocida, de cenas frías en la oscuridad de la furgoneta un miércoles por la noche en medio de la nada, instantes en los que es imposible no sentir penita por Fern y por la gente con la que se cruza en su camino. Zhao no pierde nunca de vista la humanidad de los personajes, ni trata de armar un relato ejemplarizante ni incremental en su dramatismo; es más bien una sucesión de escenas en forma de balance, inoculando al espectador un estado de ánimo, el que justamente busca su directora

Nomadland es un filme que dará que hablar por muchos motivos: su estilo, su punto de vista crítico, su directora, sus imágenes potentes. De entre todas sus bondades yo me quedo con su capacidad para mostrar humanidad a partir de detalles apenas insinuados y con una idea fuerza sobre la que reflexionar: el debate entre la autenticidad a la que se suele acceder tras una debacle vital que nos hace destilar lo mejor de nosotros mismos o el hundimiento para siempre en la irrelevancia y el anonimato. Dura moraleja para un filme con tan pocas estridencias visuales.

domingo, 24 de enero de 2021

Un biopic modélico (Madame Curie)

Desde la sincera y valiente confesión biográfico-política que supuso Persépolis (2007) --primero novela gráfica y luego película-- la carrera como directora de la iraní Marjane Satrapi no ha dejado de consolidarse a base de géneros y estilos bien diferentes, de manera que de esta de ahora --Madame Curie (2019)-- no podría decir si es un retorno a sus admiradas lecturas occidentales y al hecho de que, como su debut creativo, la base del guión sea una novela gráfica, o simplemente se encontró con otra historia que le apetecía contar, a su manera.

Satrapi es de esas personas que, precisamente por haber tenido acceso a la cultura occidental desde fuera, posee una valiosa perspectiva racionalista y crítica acerca de lo que ha producido su pensamiento e ideologías; algo que no logramos los oriundos, que no nos entra en la cabeza que algunas obras clásicas aún se lean en la clandestinidad ni nos acabamos de creer la vigencia y la fuerza que sus postulados tienen en otras partes del mundo. Satrapi y tantos como ella, en cambio, aprecian los valiosos aportes occidentales a la teoría política, la filosofía y la ética, seguramente porque no han crecido con las instituciones a que han dado lugar todas esas cosas. También la ciencia, cuyos descubrimientos han mejorado la vida humana sobre el planeta; y aunque también es un saber con un temible lado oscuro, los beneficios siguen siendo superiores a los altos precios que a veces seguimos pagando. Y el cine, claro; un instrumento idóneo para dar a conocer estas ideas más allá de los ambientes académicos. En Occidente algunos no estamos demasiado convencidos de la eficacia ejemplarizante de la ficción cinematográfica para las audiencias, pero está claro que Satrapi cree firmemente en ella y lo ha demostrado sobradamente en Madame Curie.



El filme es un relato que encaja a la perfección en los requisitos que se esperan de ese cine pedagógico que debe servir de fomento y reflejo a valores que la política ha hecho suyos (dependiendo de la ideología en el poder, por descontado, y de los objetivos electorales del momento): en este caso una biografía ejemplar de la científica polaca Maria Salomea Skłodowska-Curie (más conocida como Marie Curie), ganadora de dos premios Nobel y descubridora de la radiactividad; pero también una apasionada reivindicación de las mujeres que no se conformaron con el lugar que la sociedad de su época les reservaba, buscando igualdad y también reconocimiento a base de talento, voluntad y esfuerzo. La película, además de biográfica, intercala unos breves excursos en los que, a modo de citas al pie de página, se muestran los beneficios a que dieron lugar los descubrimientos de Curie, pero también de los desastres que provocó una mala aplicación de esos mismos descubrimientos. Un didáctico y directo aviso a jóvenes audiencias que distingue a Satrapi de la mayoría de cineastas occidentales, que han renunciado hace tiempo a este estilo pedagógico por considerarlo condescendiente.

Madame Curie no oculta en ningún momento la admiración de su directora por la protagonista del filme ni por el propósito educativo con que narra su vida; y por eso apenas se permite mostrar algún lado oscuro de su biografía (esposa y madre amantísima, gran investigadora, orgullosa de sus raíces), limitándose a algunas fobias y tozuderías menores. Apenas nada debe nublar el brillo de este biopic modélico, aunque insípido desde el punto de vista narrativo. Un filme interesante para las escuelas y los admiradores de la Curie.

sábado, 16 de enero de 2021

Crónica de otra guerra que hemos aprendido a olvidar (Para Sama)

Dicen que enero es el mes más negro del año. Quizá porque es cuando más fuertes y recientes están nuestros propósitos para el año recién estrenado y cada mala noticia nos parece más grave de lo que en realidad nos parecería en --pongamos por caso-- octubre, con el año encarando su final. Los reveses y las decepciones en enero son un aviso, una bajona, un más de lo mismo. Por la fecha de publicación de este texto, es obvio que me siento así porque he visto Para Sama (2019), el documental de Waad Al-Kateab y Edward Watts que se estrenó en noviembre de 2020 y que habla de una guerra civil --la de Siria-- que comenzó en 2011 y que apenas ha dejado huella en nuestra memoria de occidentales. Lo de enero es una eventualidad que afecta exclusivamente a mi impresión personal de la película; lo de la guerra civil tiene unas implicaciones más jodidas y oscuras y sobre ellas pasaré de puntillas. En esta clase de testimonios incómodos el retraso en el acceso a las audiencias mayoritarias es un factor y una realidad tan ilustrativos como preocupantes.

Para Sama narra el día a día de Waad, una estudiante de economía en la universidad de Alepo que se implicó desde el principio en las protestas de 2011 contra el régimen de Bashar al-Assad y que --por un cúmulo de circunstancias políticas y personales-- acabó en el epicentro del asedio a esta ciudad en sus meses más negros, cuando la aviación rusa bombardeaba los hospitales de los insurrectos sin piedad (algo muy parecido pasó en Sarajevo, cuando los serbios decidieron bombardear los mercados en hora punta para hacer más daño y provocar el pánico entre la población). Entonces Waad tomó una decisión: grabar cada día un fragmento de su vida y la de las gentes que pasaban a su alrededor (en la práctica, heridos y familiares que llegaban al hospital), no sólo como testimonio, sino como pliego de descargo para Sama, su hija nacida en pleno conflicto y atrapada --por decisión de sus padres-- en medio de una guerra cruel que ella no pidió y que sufre sin ser culpable, arte ni parte. Waad cree que esas imágenes algún día podrían servir para hacer comprender a su hija las razones que llevaron a ella y a su padre a permanecer en Alepo cuando eso equivalía a una condena a muerte, o una muerte en vida. Un montaje de este metraje se ha convertido en un documental de la británica Channel 4, en el testimonio de un dolor y una violencia que --en su día-- nos llegaron como tantos otros a través de los informativos, día sí día también, pero por lo visto sin la necesaria fuerza o repugnancia; hace falta --una vez más-- un relato humano que esta vez sí aporta Para Sama.



No es solamente la crudeza de sus imágenes, es la irrupción en una intimidad que no nos gusta mirar de frente: niños que ven morir a sus hermanos en el suelo del hospital, padres que no aceptan que sus hijos han sido arrancados de su lado por una bomba; pero también la valentía de unos sanitarios y médicos que --a pesar de la falta de medios y del ninguneo internacional-- se esforzaban por atender a todas esas personas. Las palabras de Waad tratan de explicar unas escenas devastadoras, para ella y para todos, aún no para Sama. Su única esperanza en medio de esa pesadilla es que un día comprenda el porqué de sus razones y de lo que ella considerará una injusticia. Para el resto de la humanidad apenas es una inmersión en la realidad que ni los informativos ni los discursos políticos se atreven a encarar porque es injustificable y cuestiona su existencia misma tal como la conocemos. Puede que con algo de distancia y frialdad pudiéramos comprender el contexto de la guerra en Siria si Para Sama incorporara un análisis geopolítico, pero las imágenes captadas por Waad se imponen, nos obligan a decidir entre mantener o retirar la mirada. En estas condiciones es difícil posicionarse más allá de lo instintivo. Cuesta digerir ciertas verdades, pero también encajar nuestra impotencia en algo que, con la debida información, podríamos comprender, defender y combatir. Una situación que podríamos llegar a experimentar en primera persona por un azar de la historia o por culpa de cafres electos. Nuestro bienestar es frágil, el premio de una lotería que aún no sabemos que disfrutamos hace décadas.

Para Sama es un filme duro y desmoralizador que reafirmará a las audiencias más comprometidas e informadas, que repelerá a quienes odian que las películas les saquen de su zona de confort y les obliguen a posicionarse en algo que creen que sucede por culpa de otros, incluso de las propias víctimas. Aun así, es mejor dedicarle los cien minutos que dura y reaccionar de alguna manera que pasar de ella y seguir como estamos.