jueves, 14 de marzo de 2019

Inseminar una idea (Burning)

Basada en el relato Quemar graneros de Haruki Murakami --incluido en el libro El elefante desaparece (1993), y que inevitablemente remite a otro de título similar escrito por William Faulkner: Incendiar establos en 1939--, vale la pena leer el original literario antes de lanzarse a ver Burning (2018): son sólo veinte páginas y permitirán disfrutar mucho más del filme y apreciar el gran trabajo de adaptación, ampliación y mejora del texto llevado a cabo por su director; el sexto largometraje del coreano Chang-dong Lee (el último en ocho años). La película exhibe un equilibrio casi perfecto entre las omisiones interesadas --necesarias para el argumento, algunas ya existentes en el relato de Murakami--, el ocultamiento parcial de las motivaciones de los personajes y el convincente desarrollo del itinerario sentimental de su protagonista (un trasunto del propio Murakami en la época en que escribió el cuento; estoy más que convencido). Que cada cual quite el IVA que considere a esta declaración y siga adelante.

La película narra la peripecia del joven Lee Jong-su (Ah-in Yoo), el cual se reencuentra por casualidad con una antigua vecina y compañera de instituto. Ambos sienten una atracción mutua inmediata, pero antes de que todo cuaje ella --Shin Hae-mi (perturbadora Jong-seo Jun)-- le pide que cuide de su gato mientras ella está de viaje por África. Jong-su va cada día a ponerle la comida, pero nunca ve al gato (incluso el espectador llega a dudar de su existencia), aunque ese tiempo que pasa a solas en la casa incrementa su atracción por ella. Jong-su considera que ese detalle del gato ella lo interpretará como una entrega a cuenta para una futura y probable declaración de amor cuando ella regrese... con Ben, el novio que ha conocido durante el viaje. A partir de ahí serán la personalidad y los actos de Ben los que atraparán a Jong-su y al espectador durante la segunda mitad del filme.



Burning presenta dos partes bien diferenciadas fácilmente identificables, da igual si se ha leído o no el cuento original: los que sí lo han hecho perciben el cambio de registro cuando Ben (Steven Yeun), el enigmático personaje que aparece de la nada, desvela lo que será la clave central de la segunda parte de la historia; los que no lo han leído trazan la frontera tras la primera aparición de Ben, pensando que la cosa va a ir de rivalidades amorosas. Los primeros disfrutarán en esa segunda parte del formidable trabajo de expansión y exégesis de una historia que sobre el papel apenas queda esbozada; los segundos, en cambio, se acoplarán sin problemas a la trama completamente nueva que incorpora el director, en la que consigue mantener la tensión y el extrañamiento respecto a los acontecimientos. Una sugerente escena frente a un crepúsculo semiurbano --igual que en el relato, pero mejorando claramente la localización-- es la que plantea de pronto el giro inesperado de la trama, marcada a partir de ese momento por la obsesión y el deseo. Es como si Murakami hubiera dejado su relato a medias, fascinado por un suceso menor al que no le supo incorporar más que unos trazos de reflexión seudobiográfica; y ahora Lee le ha sabido sacar mucho más partido.

Al final, es como si Murakami, con su relato, hubiera inoculado en Chang-dong Lee la idea de ir más allá de la anécdota inicial; y lo mismo sucede con Ben en un proceso equivalente en la ficción: transmite a Jong-su una idea igual de turbadora y desasosegante. Tanto el trabajo de guión como el argumento van mucho más allá de lo imaginado por Murakami, pero sin contradecirlo en ningún momento: ni el estilo ni el significado último se ven alterados en lo fundamental. Esta adaptación de Lee debería estudiarse en todas las escuelas de cine y masters de literatura como un ejemplo de inteligencia creativa.

No puedo terminar sin mencionar el increíble plano secuencia final de la película, y que me recordó mucho (tanto por el estilo, la banda sonora de Mowg y la situación de los protagonistas respecto a la historia) a El amigo americano (1977) de Wim Wenders; una escena cuya tensión interna --potenciada gracias al hábil desplazamiento de la cámara dentro de la acción-- logra que el espectador desee, a cada minuto que pasa, que no sobrevenga el temido corte de plano que acabará con la historia. En definitiva, un filme que sabe ir más allá de un buen original literario. Una adaptación inteligente y contundente. Un filme notable e inesperado.


sábado, 2 de marzo de 2019

Asuntos de mujeres... de Estado (La favorita)

Yorgos Lanthimos sigue afianzando su fama de cineasta moderno con un punto de vista entre experimental y levemente underground, y a cada película que estrena le caen nuevos galardones, Hollywood cada vez le financia con más dinero y, por supuesto, la élite actoral se rinde al extraño encanto de sus guiones. Sin embargo, después de haber visto Canino (2009), Alps (2011) y Langosta (2015), todavía no acabo de encontrar un distintivo o un talento que avale tantos elogios. No son los guiones, puesto que son deliberadamente abiertos e indefinidos (cuando no inacabados); tampoco las apuestas fotográficas y formales que toca explorar en cada título (no me resultan determinantes para la narración ni para la historia). Lo único que destaco son ciertos toques de humor imprevisto y algunos momentos surreales que consiguen hacer más interesante un argumento que no se acaba de revelar en su totalidad ante el espectador. Lo que me da miedo es que esta capacidad de distanciamiento de Lanthimos a través del absurdo acabe atrofiada como la filmografía de Emir Kusturica.

Esta vez, con La favorita (2018) la peculiaridad consiste en un poderoso trío de mujeres protagonistas (modas/derivadas del #MeToo) en un género --el histórico-- en el que lo masculino es un inevitable centro de gravedad (ambientes, actitudes, personajes...). Así que Lanthimos ha hecho lo único que podía hacer para dar visibilidad femenina al filme, que es situar la trama central alrededor de las únicas mujeres de la Europa Moderna que podían eclipsar el poder de lo masculino: las reinas y sus camarillas (sirvientas, asesoras, amantes...). A partir de esta jugada maestra el filme adquiere un tono inédito en un género en el que solemos esperar otras cosas. La película arriesga al presentar el día a día regio con una cotidianidad y una miseria sin complejos, con un toque actual que es quizá lo mejor de la película. La favorita muestra un mundo en el que las mujeres se desenvuelven sin complejos en el mundo desigual que han levantado los hombres, la diferencia es que ellas aportan su propia versión del catálogo universal de desaires, enfados, celos, amores no correspondidos, inseguridades y proyectos frustrados propio de la especie humana. Un drama elemental y eficaz, con numerosos detalles que explican más de lo que muestran, manteniendo en todo momento un deliberado rumbo hacia ninguna parte. Porque al final me parece que el filme derrapa y se estrella: no es que la historia necesite un final obvio y cerrado, pero es como si de pronto su director hubiera renunciado a contar lo que pasa cuando uno de los lados de un triángulo amoroso/destructivo desaparece. Lo normal es que eso obligue a recomponer los equilibrios del amor y del odio. Pero no, en La favorita solo hay una conclusión confusa y desilusionante.



Es fácil --a veces inevitable-- detectar en la película rasgos técnicos y de estilo que en su momento caracterizaron a otros títulos famosos del mismo género, como si el objetivo formal de Lanthimos para este filme consistiera en integrarlos a todos en La favorita, beneficiarse de la potencia visual y estética de estos hallazgos y de los indudables beneficios de la intertextualidad cinematográfica. Así a bote pronto recuerdo haber pensado en Barry Lindon (1975) y su espectacular fotografía a la luz de las velas (un verdadero reto técnico en su momento); en Las amistades peligrosas (1988), por la obstinada y casi irreal crueldad con que se manejan las protagonistas por culpa del amor y los celos; en El contrato del dibujante (1982) por la minuciosa descripción de útiles cotidianos, comportamientos y la moderna visión de la intimidad sexual en una época marcada por el puritanismo y las apariencias. Incluso el uso frecuente de encuadres perpendiculares a la acción y el gran angular me recordaron al Wes Anderson más reciente. Una buena manera de aportar encanto a un argumento que amenaza con caer en la repetición y en constantes vueltas de tuerca a un misma situación.

La favorita no ha confirmado mi mala opinión de Lanthimos tras el fiasco de Langosta, al contrario, lo reivindica como cineasta técnico y con buenas ideas; sin embargo, creo que sus guiones siguen siendo el punto débil de sus películas. Evoluciona con interés, pero sin acabar de encontrar un estilo contundente, acorde con sus historias entre raras, distantes y alegóricas.