martes, 11 de abril de 2023

La fase bisagra de la vida (Una bonita mañana)

No todas las personas deben enfrentarse a ella. No es una etapa de la vida que debamos atravesar obligatoriamente, sino que muchos nos vemos inmersos en ella de pronto, fruto de decisiones y circunstancias que nunca pensamos que, en conjunto, nos convertirían en una bisagra generacional. Me refiero a ese circo de tres pistas con el que a veces deben lidiar los adultos de mediana edad, en medio de dos generaciones que requieren cuidados, atención y consumen prácticamente todo nuestro tiempo: hijos en plena infancia, padres en declive físico y mental que necesitan que nos hagamos cargo de sus cosas, de su día a día, porque ellos ya no pueden (lo cual implica unas cuantas decisiones dolorosas) y, para rematarlo, un trabajo a tiempo completo que les obliga a hacer malabarismos para atender a todo. Cuando te ves ejerciendo de maestro/a de ceremonias en todo ese desbarajuste doméstico y sentimental, ahí te das cuenta: tu vida se ha convertido en una bisagra cuya función es mantener unidos a hijos/as y abuelos/as con padres y madres. Y sobre la generación que está en medio recae la responsabilidad de todo, sin apenas tiempo ni ánimo para retirarse a su espacio, a su intimidad, a sus pensamientos, a sus silencios. La guinda del pastel, la que suele interesar al cine, es cuando, además de todo esto, uno/a se empeña en invertir en su relación, dedicarse a buscar una nueva o --y esto es lo más atractivo para cualquier guión que se precie-- procurarse un orgasmo sin compromiso. La fase bisagra de la vida significa que estás en la intersección de muchos acontecimientos e intereses cruzados y, aunque comprendas y aceptes que te ha tocado acompañar a quienes te precedieron y te sucederán, el esfuerzo que exige puede provocar que te acabes pudriendo interiormente por falta de automimitos.

Leyendo esta entrevista a su directora, es inevitable inferir que Una bonita mañana (2023) es una catarsis fruto de su propia fase bisagra. La vida de Hansen-Løve es, hoy por hoy, una tormenta perfecta: 42 años, divorcio ya no reciente, hija adolescente, hijo pequeño, profesión mediática y absorbente, singular balance biográfico respecto a sus antepasados (padres y abuelos)... Con todo, Mia no se esconde en absoluto: "La película está guiada por una gran tristeza, digámoslo claramente, por un duelo que intento superar escribiendo este proyecto". Sin embargo, el resultado final es muy distinto al que quizá lo puso en marcha: la película irradia una alegría y una positividad que se encastran entre tantas tristezas y sinsabores sobrevenidos...



Una bonita mañana está inspirada, según confiesa la propia cineasta, por otra clase de tristeza, la que intuía en las interpretaciones de Léa Seydoux en las películas de James Bond; pero yo creo que esa tristeza era fruto de su propia mirada triste, fruto de su fase bisagra de la vida y el amor también. Porque, de una endiablada e inexplicable manera, la interpretación de Seydoux es lo opuesto al propósito inicial del filme: es imposible no conmoverse ante sus reacciones, su sensibilidad, su sencillez en la expresión de sentimientos, la ternura que es capaz de aflorar a su rostro casi sin transición, sin que resulte chocante ni forzada... Una bonita mañana será una película buena o mala, será muchas cosas, pero triste, desde luego que no lo es. Es casi la misma combinación de melancolía ante la incomprensión y/o falta de encaje social y de análisis racional a través de los diálogos que hemos visto en la filmografía de Rohmer, al cual Hansen-Løve no se cansa de reivindicar por "la modernidad intacta" de sus películas. Una opinión que comparto al cien por cien, a pesar de que su filmografía sigue provocando en las grandes audiencias (al igual que en el momento de su estreno) un gran rechazo, por considerarlas demasiado anodinas, clasistas, distantes o directamente pedantes. Quienes hablen a través de recuerdos o no hayan visto sus películas, que repasen/descubran sus filmes y luego maticen sus hashtags. Es el mismo estigma que persigue a la obra de Hergé (el creador de Tintín): la irrefutable modernidad de su técnica y la complejidad incremental de sus álbumes queda siempre eclipsada por el conservadurismo político, colonial y hasta racista de su ideología, la cual, inevitablemente, se refleja en sus primeras obras. Muy pocos admiten el largo proceso --que ocupó casi toda su trayectoria-- por el cual reniega y modifica muchas de sus premisas de juventud. Tan ciertas son las acusaciones sobre el tono como inapelables los méritos artísticos y su influencia posterior.

La cosa es que a Hansen-Løve le ha salido una película bonita, como la mañana a la que remite el título: quienes han experimentado la fase bisagra de la vida comprenden perfectamente esos momentos de inefable bienestar, tan imprevistos como fugaces. Un filme intenso al que conviene volver de vez en cuando, especialmente cuando queramos reciclar tristeza en trazas de alegría.

viernes, 7 de abril de 2023

Una pura y genial gamberrada (Oso vicioso)

Elizabeth Banks se ha desmarcado con un filme que se sumerge absolutamente no sólo en la época en la que se ambienta la historia (un suceso increíble pero real que pasó en el estado de Georgia, en 1985), sino en el estilo narrativo y la caracterización de los personajes según las modas de esos mismos años: en corto y claro, el cine ochentero. El resultado es Oso vicioso (2023), una cuidada mezcla de violencia cruda, ridícula y divertida, que recuerda inevitablemente a los primeros y alocados filmes de los hermanos Coen.

Para empezar, el reparto está compuesto por la misma clase de gente ridícula que puebla las películas de los hermanos Marx: personajes caracterizados a base de elecciones y situaciones absurdas que, indirecta e inteligentemente, contribuyen a incrementar la tensión de un relato que sólo el espectador conoce. Y es que, como exige este género alocado, ningún personaje, en ningún momento, se entera realmente de lo que está pasando. Y todo rematado con unos diálogos muy trabajados, basculando constantemente entre el compadreo de los buddy films, las comedias de adolescentes salidorros y el humor raro del cine indie. Ahí va mi momento favorito como ejemplo de todo esto: la esperpéntica huida en ambulancia con la música de un hit ochentero por excelencia, el Just can't get enough de Depeche Mode. Un cóctel muy bien preparado, dosificado y llevado.


La película también recrea con ingenio la forma de filmar el suspense en los ochenta, la que universalizó Steven Spielberg hasta convertirla en un canon narrativo para los milenials que crecieron con los títulos más comerciales y rompedores de sus primeros años. Es una forma de preparar para el susto y de asustar a la audiencia que, en aquel momento, nos pillaba totalmente desprevenidos, y que percibimos entonces como una vuelta de tuerca a lo que habíamos conocido gracias al maestro Hitchcock. Pero ahora, con el ojo entrenado por tanto cine acumulado en las retinas, mayores y jóvenes lo anticipamos sin problema. En esto la directora parece haber renunciado adrede a introducir algún cambio --por coherencia estilística quizá-- que impida que detectemos antes de tiempo todos y cada uno de los estallidos de acción y violencia. Sin excepción.

No es la película del año, pero sorprende por la habilidad en el despliegue de un enredo colosal a partir de una anécdota mínima. Un entretenimiento comercial claramente por encima de la media que merece que le demos una desacomplejada oportunidad.