sábado, 24 de junio de 2023

Principios de interés para el futuro (La amiga de mi amiga)

Castellonense de nacimiento y barcelonesa de adopción, Zaida Carmona debuta en el largometraje dando la sorpresa con un filme hecho a la contra en muchos aspectos que está obteniendo una buena respuesta por parte del público. Como toda debutante sin el apoyo de la industria, su película se ha centrado en su mundo, en lo que tiene más cerca: las amigas, los ambientes en los que se mueven, la ciudad donde trabajan, sus inquietudes vitales... Todo ello presentado con una base argumental explícitamente inspirada en Éric Rohmer --a quien Carmona confiesa admirar mucho--, que alcanza hasta el título (también claramente inspirado en un filme del cineasta francés). Hoy lo llaman autoficción, antes simplemente debut con una propuesta creativa. La amiga de mi amiga (2022) es, por las razones mencionadas, una película fresca, hecha sin medios pero con ilusión, un relato mínimo que pone en primer plano al grupo real de amigas que forman las intérpretes que lo protagonizan (que además hacen de directora, guionista, fotógrafa, productora...), convertidos en personajes (más bien en máscaras de personajes con los que ellas creen tener algo en común). Un filme narrado con un estilo directo, sin artificio o tratamiento y una historia que apenas esboza un enredo (poli)romántico al que constantemente intenta desbordar en cuanto a arquetipos, escenas y reacciones. El resultado sorprende, choca, descoloca; puede hacer más o menos gracia, escandalizar o aburrir, pero es incuestionable reconocer que detrás de La amiga de mi amiga hay una voz que trata de abrirse paso.

La última vez que me entusiasmé con este cine desacomplejado y nuevo en las pantallas españolas fue a principios de los ochenta, con los primeros filmes de Almodóvar (hoy míticos aunque pasados de moda por ferozmente coyunturales); aunque ese deseo de irrumpir en un panorama cinematográfico (que se considera caduco, acartonado o acabado) también lo podemos detectar en filmes como L'orgia (1978) de Francesc Bellmunt, Massa vell per morir jove (1989) de Isabel Coixet o Estiu 1993 (2017). Son películas que expresan un cabreo vital y un deseo de darse a conocer a través de un cambio estético, temático, estilístico (o todo a la vez) capaz de ampliar el territorio de lo que se podía contar: nuevas sexualidades, tribus urbanas, un posicionamiento ideológico y ético sobre el presente. Títulos de anécdota mínima, que se agota casi en su planteamiento, casi siempre ambientados en microclimas sociales emergentes (modos y modas de vida alternativos) y que, como la de Carmona ahora, expresan un estado de ánimo --el del momento de su rodaje-- y por eso hay gente que las recibe con entusiasmo, porque le sirve de inspiración o de afirmación para su propio cambio. Para entendernos: Tesis (1996) o Familia (1996) serían ejemplos de un debut en las antípodas de La amiga de mi amiga; filmes firmemente anclados en una tradición genérica, con un guión lleno de guiños cinéfilos y una producción homologable internacionalmente.


Este cine profundamente amateur es bueno por la sacudida que supone, pero sigue requiriéndose que el público lo perciba como un relato trabajado, la expresión --contundente, irónica, sarcástica, crítica, alternativa-- de un mundo que se desmorona y otro que emerge, de la irrupción de algo nuevo. Estos filmes lo consiguen de casualidad, por detalles, por interpretaciones, por ambiente creativo. Por eso mismo, no pueden ser crónicas anodinas, con diálogos pretendidamente naturales en escenas que se desparraman sin control. Tan sólo detecto una escena de La amiga de mi amiga rodada con un cierto énfasis, con el propósito deliberado de servir de hito en un relato plano, plano, plano: la de la pista de tenis. Aquí sí que se nota la influencia de Rohmer y la verdad es que podría pasar por un fragmento de cualquiera de sus cuentos morales, también se observa la misma sucesión de momentos domésticos, diálogos libres y montaje de mínimos. Puede que el esqueleto de la película sea puro Rohmer, pero no llega a algo que apunte maneras propias, una promesa a futuro. Ejemplo: la cena inicial que sirve de presentación de los personajes, donde todos hablan pero sin que el diálogo o el montaje guíen al espectador hacia los detalles definitorios que se desarrollarán más adelante. Únicamente asistimos a un guirigay de tópicos culturetas del que no sacamos apenas nada en claro. El resto de la película apenas varía este planteamiento: una sucesión de cuadros estáticos donde no hay situaciones cómicas, ni momentos excéntricos; todo lo llena el retrato de unas mujeres que sí, que viven sus vidas, pero sin salirse de unos tópicos que la propia película se encarga de reforzar con su estilo. Ejemplo: la perfomance donde se encuentran las protagonistas, una excusa perfecta para intentar componer algo parecido a un gag o definir las relaciones entre ellas a partir de sus reacciones; pero la cosa se limita a situar la cámara y hacer que se cumplan los objetivos mínimos de comprensión del relato.

Así que no puedo dejar de constatar el valor como debut de La amiga de mi amiga, su mérito como posicionamiento, su intento de actualización del estilo rohmeriano. Pero me parece que, visto lo visto, Carmona aún tiene que acabar de encontrar algo así como la interacción genial entre lo que quiere expresar, reivindicar y narrar.

jueves, 15 de junio de 2023

El boom del Zoom (Language lessons)

Sin duda, el principal mérito de esta película es haberse completado con tanta brillantez a partir de tan pocos medios: narrativos, técnicos y de equipo. En el primer bloque, destaco el formato de relato a través de pantallas --al estilo de Searching (2018), pero con un argumento diametralmente opuesto--, encajando todos los sucesos en una serie de videoconferencias entre dos únicos personajes (en la época del rodaje, medio mundo acabábamos de salir del confinamiento por la covid, así que sin duda ese encierro forzoso sirvió de inspiración). En cuanto a los medios técnicos (el segundo bloque), el filme tira de los justos y estrictamente necesarios: mínima dotación de cámaras, espacios domésticos que sirven únicamente como fondos de pantalla, un buen de montaje y una selección de sonidos de aplicaciones móviles de sobras conocidas para hacer olvidar que es una película, no un móvil en nuestras manos. Y por último, el tercer bloque, el equipo: la actriz principal --Natalie Morales, de origen cubano y nacida en Miami-- que además dirige, coescribe el guión y produce; el actor principal --Mark Duplass-- es el responsable de la otra mitad del guión (un poco como sucedió con Ethan Hawke y Julie Delpy en las dos últimas entregas de la trilogía Antes del... (1995, 2004, 2013) de Richard Linklater) y también de la producción. Un director de fotografía, una editora y un montón de colaboraciones desinteresadas. No puedo no volver a mencionarlo: esa combinación técnico-artística que hace del cine independiente y de debut estadounidense algo único en este planeta.


Una profesora de español para extranjeros que vive en Costa Rica es contratada por el miembro más alocado de una pareja gay de Miami como regalo inesperado. De manera que, ya en la primera escena, tenemos a los protagonistas en una escena autoexplicativa que nos dice de qué va la historia y cómo va a ser narrada. Por razones muy parecidas comprendemos de inmediato que la historia que cuenta Language lessons (2021) transitará obligatoriamente por un género trillado, así que no esperaremos sorpresas por ese lado. Una vez aceptado esto, es fácil dejarse llevar por la anécdota entre triste, divertida y alocada que intercala las lecciones y unas cuantas conversaciones asíncronas --inapropiadas, reveladoras, anticipatorias--, las mismas con las que parece que el planeta se siente tan a gusto últimamente.

Así que estamos ante un filme original, inteligente, sencillo, transparente que, sin duda, en el momento de su distribución, fue recibido como un producto de ficción resultado del parón mundial obligado y que algunos --como Morales-- superaron a base de imaginación. Language lessons insufla algo de optimismo al comprobar que, de aquellos días monótonos y extraños --sobre todo a medida que se alejan en el tiempo--, pudo surgir algo inteligente, divertido, nuevo y sensible. Para quienes la revisen con años de distancia, siempre quedará la originalidad formal para compensar esa significación coyuntural que se perdió por el camino...