sábado, 12 de abril de 2025

Anatomía de un pendulazo (Regreso a Reims)

«En círculos populares, la política de la izquierda consistía sobre todo en un rechazo muy pragmático de lo que experimentamos en la vida diaria. Era una protesta y no un proyecto político inspirado en una perspectiva global. Incluso si se repetía a menudo que se necesita una buena revolución, esta expresión, de hecho, estaba más ligada a la dureza de las condiciones de vida y al carácter intolerable de las injusticias que a la perspectiva de establecer un sistema político diferente. Ya que todo lo existente parecía haber sido decidido por un poder oculto, la invocación de la revolución aparecía como el único recurso oponible a esas fuerzas que tantas desgracias causaron en la vida de las personas que no tienen nada.

Es en gran medida la ausencia de movilización o de autopercepción como pertenecientes a un grupo social solidario lo que permite que la división racista suplante a la división de clases. La afirmación de ser legítimos ocupantes de un territorio del que se sienten despojados y expulsados. Una afirmación contra quienes se les niega toda pertenencia legítima a la nación, contra quienes negamos los derechos que tratamos de mantener para nosotros. ¿Cómo se formaron estos discursos que transfiguraron los problemas de barrio en una concepción del mundo y en un sistema de pensamiento político? Tal vez fuera una manera, para quienes pertenecieron a una categoría social a la que se recordaba constantemente su inferioridad, de sentirse superiores a personas aún más desfavorecidas, una forma de construir una imagen positiva de sí mismos a través de la devaluación de los demás. ¿Qué ha pasado para que tanta gente empezara a votar por el Frente Nacional? ¿Qué abrumadora responsabilidad tiene la izquierda oficial en este proceso?»

Didier Eribon / Jean-Gabriel Périot



He demorado durante demasiado tiempo el momento de ponerme a ver Regreso a Reims (2021) de Jean-Gabriel Périot, basada en el libro Retour à Reims. Une théorie du sujet (2018) de Didier Eribon, pero en cuanto me he decidido, he quedado atrapado por el tema y su fascinante desarrollo. Se trata de una obra surgida a raíz de la muerte del padre de Eribon, con el que estuvo distanciado durante casi toda su vida adulta (en un conflicto donde seguramente tuvo bastante que ver la orientación sexual del hijo). El libro comienza como una rememoración nostálgica de la infancia en Reims, pero poco a poco se transforma en un ajuste de cuentas político-sentimental con su padre y su madre. Sin embargo, es la cuestión política la que se abre paso hasta convertirse en una síntesis histórica de la evolución ideológica del proletariado francés desde los años cuarenta hasta el siglo XXI. Eribon, tomando como objetos de estudio a sus padres, mediante esa retórica expositiva que caracteriza a la enseñanza en Francia (y que sin duda es la mejor seña de estilo de sus filósofos y científicos sociales), extiende su teoría a la totalidad de la sociedad francesa de la posguerra. El resultado es un relato al que el tiempo y los acontecimientos han dado la razón: el tránsito de las clases trabajadoras occidentales --un auténtico pendulazo-- que las ha llevado desde las reivindicaciones laborales, la mejora de las condiciones de vida, la igualdad, la dignidad --incluso la impugnación a la totalidad del sistema-- hasta convertirlas en un combate contra los débiles (los migrantes, los culturalmente diferentes, los que están por debajo). Un desplazamiento que abarca todo el espectro ideológico tradicional y que no es fruto de ninguna ley evolutiva o una teoría de la historia al uso, más bien un modelo de asalto inédito a las democracias que pretende desactivar las aspiraciones de las masas obreras. Un segundo intento de lo que no se pudo lograr a base de fanatismo y agravios territoriales en los años treinta del siglo XX.

Regreso a Reims es la crónica de un pendulazo inducido por las elites pastosas con el objetivo de vaciar y/o arrancar el debate sobre las condiciones de vida y la desigualdad y redirigirlo hacia quienes, hace apenas unos años, eran considerados aliados en la lucha revolucionaria por parte de los trabajadores (y que ahora los rechazan porque amenazan su forma de vida, su cultura, sus oportunidades laborales). Una gigantesca manipulación que ha salido bien y encima ha conseguido vaciar ideológicamente a la izquierda tradicional. Una izquierda que se quema entrando al trapo de la defensa identitaria que también sirve como excusa para acusarles de wokismo. El libro y la película ofrecen una triste lección de realismo, un aviso a navegantes, la constatación de que existen unos límites para la práctica política, de las consecuencias que implica traspasarlos. La tentación de seducir con promesas espurias al vulnerable, al desinformado, al ambicioso sin recursos, al injuriado, al derrotado, es una tentación demasiado grande. Las clases subalternas, por el hecho de ser el grupo más numeroso, poseen la llave para el acceso al poder a través de los votos (a los dictadores que prefieren la violencia les basta con la violencia y la represión), y tras el tremendo fracaso que supuso para las elites dar su apoyo a partidos extremistas, han comprendido que mejor convencer a las masas con un sucedáneo del doblepensamiento orwelliano: utilizando las mismas palabras que los demócratas, les aseguran que el bienestar, la decencia y la seguridad de su mundo están en peligro de desaparición. Y el culpable es el de siempre: el recién llegado, el que no tiene nada... el rival más débil, el más fácil de abatir para quienes lo tienen todo. El capital se ha adueñado de la política no para dominar territorios, ni siquiera pueblos; les basta una legión de tontos útiles que voten las leyes que eliminen los obstáculos a la acumulación de riqueza. Lo importante es que la bronca entre los subordinados no acabe nunca, que las escaramuzas parezcan victorias. Para eso hay que alimentar sin descanso el debate público con polémicas ridículas y/o inexistentes. Da igual que sea necesario despertar a la bestia del racismo o de la violencia paramilitar porque todo lo que no sirva para mantener los privilegios se la trae floja.


El documental comienza centrado en las formas de la vida cotidiana, los espacios y rituales de socialización obrera en la posguerra francesa, siempre a partir de situaciones experimentadas por Eribon en su propia familia: las relaciones amorosas, la tolerancia limitada en rituales de acercamiento, los límites implícitos, los momentos en los que se evidencian las diferencias de clase... Un panorama que revela cómo en aquellas democracias victoriosas el ascensor social estaba, si no bloqueado, al menos estrictamente condicionado. Pero llegaron los sesenta, cuando la juventud se plantó exigiendo sus demandas para el futuro: algunas de ellas políticas, es cierto, pero especialmente relacionadas con liberación de las costumbres y la moral sexual. Ahí se produce la quiebra definitiva con las generaciones que vivieron durante toda la primera mitad del siglo XX. A partir de ese momento, llegan nuevas conquistas: la cristalización ideológica del feminismo, la libertad sexual, la sensualidad y el ocio como nuevos ejes para el desarrollo de la personalidad... De todas esas aspiraciones se contagió la política, puesto que la juventud comprendió que semejantes cambios sólo podrían sostenerse gracias a partidos progresistas. Comenzó entonces la etapa de la gran ilusión de la izquierda francesa, que culminó con la victoria de Mitterand en las presidenciales de 1982, y que las clases trabajadoras interpretaron como un triunfo largamente postergado, conseguido finalmente mediante una revolución legal, la materialización de un proceso que había tardado casi un siglo en ver la luz. Por fin, pensaron, habían logrado situar a un líder que iba a legislar para la modificación igualitaria de las reglas de juego capitalista. Así lo vivió la familia de Eribon, y muchísimas más en toda Francia.

Cuando, con el paso de los meses, se vio claro que el socialismo trataba de hacer reformas pactando con el gran capital, se abrieron las primeras grietas en las esperanzas de los votantes de la izquierda. Además, la ideología ultraliberal liderada en esos mismos años por Thatcher y Reagan sirvió de inspiración y señuelo para un crecimiento ilimitado a costa de quebrar los consensos sociales tradicionales: desregulación legislativa, eliminación de controles al capital, erosión consciente y sistemática del poder de los sindicatos. Es entonces cuando cristaliza la tremenda decepción que llevó a la decadencia imparable del Partido Comunista (que aún hoy existe, pero parapetado tras nuevos partidos y coaliciones que oculten sus siglas) y, en general, de toda la izquierda. Sus votantes quedaron huérfanos de representación, sin proyecto revolucionario, contemplando un futuro en el que se habían desvanecido todas sus aspiraciones. Algunas facciones, convencidas de que sólo la violencia podría acabar con los privilegios y las injusticias, optaron por la radicalización nihilista. El consenso social estaba muerto. Fue entonces cuando comenzó la estrategia de la ultraderecha para atraer a las masas obreras que necesitaban para abandonar la marginalidad, ganar elecciones y alcanzar el poder (esos mismos obreros a los que habían despreciado durante décadas), fomentando la división (el desprecio al emigrante, aliado hasta entonces en la lucha anticolonial y revolucionaria) y el individualismo (mejora del poder adquisitivo, beneficios individuales, aceptar la jerarquía y la ética clasista de la meritocracia). En ese preciso instante comienza El Pendulazo (ahora sí, e mayúscula, pe mayúscula), una transición ideológica nunca vista en la historia contemporánea y que anuncia un nuevo equilibrio de fuerzas en conflicto, el germen mismo de las sociedades poscapitalistas. El documental, en este punto, describe la toma de conciencia de familias pobres y desengañadas como la de Eribon, que ven que sus nuevos barrios de vivienda social se llenan de migrantes más pobres que ellos, los cuales, poco a poco, van convirtiéndose en mayoría, viendo cómo los barrios se transforman en suburbios. Es entonces cuando los comunistas veteranos buscan huir, distanciarse de esa misma precariedad de la que un día consiguieron salir, haciendo bueno el discurso de liberalismo, que premia a quienes reniegan de la lucha obrera y aceptan las nuevas reglas de la desigualdad natural del capitalismo. En ese tránsito, los exmilitantes comunistas, como la propia madre de Eribon, comienzan a votar en secreto al Frente Nacional de Le Pen, defensor de la expulsión de migrantes, la autarquía económica y, de paso, el regreso a las formas más patriarcales, gazmoñas y pacatas de la socialización. Un proceso difícilmente predecible que hemos visto replicarse con idéntico éxito en todo el planeta. Este pendulazo es una condición suficiente para llevar al poder a los partidos radicales, xenófobos y ultraliberales. Asistiremos a cambios drásticos y traumas de los que acabaremos arrepintiéndonos, incluso quienes lo apoyaron desde abajo, precisamente los primeros en ser sacrificados.


La historia que finalmente explica Regreso a Reims va mucho más allá de una evocación nostálgica del pasado familiar, es la descripción de una metamorfosis social alucinante que, irónicamente, ha dejado intactas las desigualdades de los medios de producción. Quienes aún creemos en un progreso acumulatorio basado en la racionalidad, nos sentimos removidos en lo más hondo de nuestras convicciones. Nos negamos a creer que haya podido producirse semejante cambio de bando tan incongruente, contradictorio y absurdo; tiene que tratarse de una mala interpretación de los síntomas, una manipulación, una distopía concebida para la ficción. Pero la realidad es tozuda: el incremento de votos de la ultraderecha proviene del apoyo de las clases trabajadoras. Estamos convencidos de que se están disparando un tiro en el pie, pero es que no nos damos cuenta de que sus aspiraciones ahora son otras: reducir la competencia ante unos trabajos escasos y mejorar los sueldos ante la mejor demanda. Es la actitud que mejor se adapta al momento de transición que le conviene al capital: asumir la demanda creciente de trabajadores que son poco a poco reemplazados por tecnología. Los cómplices necesarios perfectos.

Es cierto que el balance social y político del comunismo revolucionario ha sido un fiasco desde el punto de vista histórico: un ideario bien armado que tiene todas las ventajas y un único inconveniente, existir únicamente en los libros y en las declaraciones de intenciones. Pero lo que ha conseguido diluir definitivamente su fuerza ha sido una alianza antinatural cuyos devastadores efectos fueron, precisamente, los que en 1945 dieron paso a una sociedad de posguerra que huía del horror y trataba de compatibilizar capital y trabajo digno. Eribon es un investigador sagaz --y Jean-Gabriel Périot un adaptador competente-- que ha tenido el valor de poner a su familia como arquetipo de este viaje desde la izquierda a la derecha reaccionaria que las clases populares hemos protagonizado poniendo más de una vez cara de circunstancias. No entro a valorar la legitimidad de este movimiento, lo único que digo es que esta jugada maestra de elites y minorías radicales llevará décadas revertirla.

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