domingo, 30 de marzo de 2025

El abismo entre los sueños y las ilusiones (La luz que imaginamos)

Segundo largometraje de la directora india Payal Kapadia, La luz que imaginamos (2024) se ha proyectado en la mayoría de festivales del planeta, pero es significativo que haya triunfado bastante más en los occidentales que en los asiáticos. Estamos ante un filme que retrata el mundo de las mujeres desde el punto de vista de las mujeres en un mundo de hombres que funciona desde el punto de vista de los hombres, exactamente como le gusta retratar el Oriente a los occidentales: desde nuestros propios principios de igualdad, cortocircuitando con los atavismos culturales en sociedades atrapadas en la tradición, señalando ciertos principios --dramáticos-- de progreso en las protagonistas. Una endiablada combinación de religión, patriarcado y capitalismo desregulado que ha desembocado en una sociedad tremendamente jerarquizada en lo social donde las mujeres se ven obligadas a posicionarse en disyuntivas imposibles: aceptar un matrimonio impuesto por la familia o encontrar el amor verdadero al estilo occidental (también les sucede a los hombres, pero no suelen protagonizar este tipo de historias). ¿Qué se supone que es mejor? ¿Cumplir con un programa de vida preestablecido por la tradición o apostar por un subempleo que mantenga su esperanza de independencia económica que es poco probable que llegue fuera de un arreglo matrimonial? Ante este panorama, las mujeres indias, en el siglo XXI, siguen buscando grietas que les permitan sobrevivir de acuerdo con sus deseos. En estos enfrentamientos, la realidad suele ganar la mayoría de las veces; el cine, en cambio, gana casi siempre, se beneficia de un filón dramático que demuestra su vigencia más allá de los ciclos políticos y culturales.

El filme narra la historia de tres mujeres atrapadas en unas vidas que acabarán entrelazadas, mostrada por una cámara que no sale de su día a día, exponiendo en la pantalla las causas de su dolor, su infelicidad, su falta de oportunidades. Nunca se expresan esos motivos mediante escenas definitorias o directas, sino que es el espectador quien debe reconstruirlos a partir de los diálogos y las situaciones (la manera habitual de incorporar la sutileza al estilo). Son tres mujeres que abren sus sentimientos y se ayudan, siempre cuidando de no traspasar los límites que les impone (y que conocen de sobra) la tradición cultural y la modernidad laboral, que les permite trabajar pero no decidir sobre sus vidas. Atrapadas en esta pinza letal, intentan encontrar una existencia más allá de la sumisión familiar mientras van sorteando a los hombres que las abordan constantemente para obtener de ellas toda clase de cosas (casi nunca amor sincero e igualdad de trato).


Prabha (Kani Kusruti) es enfermera, y su marido --designado por la familia sin que ella tuviera voz ni voto-- está en Alemania desde hace un año y prácticamente han perdido el contacto; Anu (Divya Prabha), también enfermera, se ha enamorado de un musulmán, y aunque sabe que eso es un obstáculo familiar y social de primer orden, no renuncia a dejar fluir un amor oculto al que no entiende por qué debe renunciar. Por último, Parvaty (Chhaya Kadam) es una viuda amenazada de desahucio después de haber vivido durante décadas en una casa de repente ilegalizada. La película teje lentamente sus existencias en Mumbai; todo lo que sucede y todo lo que vemos está mostrado desde su punto de vista. La mirada femenina llena la pantalla, encerrada por voluntad narrativa en ese universo paralelo que forman las mujeres (las de la India seguro, las de todas las mujeres del planeta, probablemente) dentro de ese otro mayor que las contiene (el de los hombres) que irrumpen en sus vidas y las atraen hacia ellos para vaciarlas de contenido, casi siempre provocando infelicidad. También, a veces, acercándose con tacto y sensibilidad, pero sin mostrar del todo sus intenciones (como hace el doctor Manoj, que corteja a Prabha aunque está casado).

Mumbai, como dice Prabha en un determinado momento, es la ciudad que les permite ilusionarse con el sucedáneo de vida independiente que proporciona el trabajo; pero no soñar, ya que no hay un futuro en la precariedad que las rodea, nunca se darán las condiciones para alcanzar el estatus que la tradición les reserva. Aun así, esa misma ciudad que las devora lentamente, supone un alivio respecto a la vida que llevaban en sus poblados de origen. En Mumbai, al menos pueden trabajar, entrar en contacto con los hombres de forma más libre, creer que podrán encontrar un amor no contaminado por el interés, el engaño o la lujuria. Sólo cuando las tres mujeres deciden acompañar a Parvaty a su pueblo sienten que pueden tomarse un respiro, aliviar toda esa presión laboral y sentimental. En definitiva, comenzara a preguntarse qué es lo que quieren. Regresar con la familia equivale a un fracaso, admitir que necesitan su ayuda para encontrar su lugar en el mundo. Puede que acaben regresando a Mumbai, pero lo harán seguramente desde una convencimiento nuevo, quizá dispuestas a sacudirse de encima el paternalismo masculino desde una posición más firme.

La luz que imaginamos se las apaña para revelar con lentitud y un tacto exquisitos el pasado de estas mujeres, envolviéndonos de paso su cotidiana resignación. Y, una vez completada la inmersión, nos alegramos con sus pequeñas rebeldías, nos ilusionamos con los futuros que aún no han llegado a imaginar. Una toma de conciencia apenas iniciada, lo justo para saber que algo cambiará. En otros países, hay otras luchas. Las que relata la película, son las que son.

No hay comentarios: