Escribo sabiendo que Jeff Bridges se ha llevado el Oscar por su interpretación en Corazón rebelde (2009), aunque esta información es poco relevante, pues todo indicaba que se cumplían las premisas bajo las que Hollywood suele conceder estos premios: actor de amplia y dilatada filmografía (tres nominaciones como actor de reparto más otra protagonista), película de tema popular y muy estadounidense, protagonista que vive con lucidez su propio proceso de decadencia artística y de deterioro físico, película menor que únicamente se lleva un premio grande (el de interpretación) y otro menor (canción original)... Sin embargo, eso no desmerece en absoluto el trabajo de Bridges, capaz de transmitir lo suficiente sin tener que sobreactuar ni abusar de los silencios. Premio merecido el suyo.
Decidí ir a ver Corazón rebelde porque era la primera película de su director (Scott Cooper). Últimamente estoy en una fase en que, a la hora de decantarme por un título u otro, valoro por encima de lo normal ciertos criterios extracinematográficos: que sea de bajo presupuesto, que suponga un debut en uno u otro sentido, que tenga un argumento novedoso (o por lo menos que esté redactado de una forma amena allá donde lo lea)... Es verdad: convierto en subjetivo un proceso ya de por sí lo bastante subjetivo, pero creo que es una consecuencia de la acumulación y la sobreoferta de estrenos.
La película tiene dos méritos indudables: el primero la narración ligera y poco dada a excesos dramáticos. Todos los personajes se expresan con franqueza, sin necesidad de que tengan que ser sus actos o sus negaciones --como es habitual en estas películas de balance vital-- los que transmitan sus sentimientos, saben lo que quieren y lo dicen a la primera (la única excepción es Colin Farrell, imposible en su papel de cantante). El segundo es la banda sonora --otro gran trabajo de T Bone Burnett, responsable de la multipremiada banda sonora de O brother (1999) de los hermanos Coen-- perfectamente puesta al servicio del argumento, sin diferenciar entre números musicales y escenas habladas (recurso propio del musical), con una buena selección de temas, el uso de las canciones como contrapunto dramático, el minucioso descuido al rodar las actuaciones en directo... Me pregunto cómo se las apañó el autor de la novela en que se basa la película para contar su historia sin el apoyo de la música.
Cosas malas: que se acaban demasiado pronto las cosas buenas que contar. Tanto el desarrollo como el desenlace resultan previsibles, aunque es de agradecer que su director renuncie al tono trascendental y crepuscular, tan habitual en estas historias: el anhelo de una vida más simple, de enmendar en la medida de lo posible los errores del pasado, asumir las limitaciones, final abierto y agridulce... No resulta conmovedor, pero sí sincero y verosímil. Sin el apoyo de la banda sonora (y ahora el Oscar a Jeff Bridges) el filme habría pasado mucho más desapercibido. Puede que incluya la mejor interpretación masculina protagonista del año, pero el drama que la contiene no está a la altura.
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