sábado, 15 de junio de 2024

Jugársela cuando, cómo y donde toca (La vida de los demás)

A la espera de la nueva película de Mohammad Rasoulof --La semilla del higo sagrado (2024), presentada en Cannes--, terminada a toda prisa ante la inminencia de su detención y que provocó su precipitada salida de Irán, me lanzo a ver La vida de los demás (2020), que es el filme con el que comenzaron sus problemas con la justicia de la república islámica. Básicamente porque se atrevió a poner y decir cosas en una pantalla que la mayoría sólo susurra en ese país. No todos tenemos el valor de hacerlo; pero él sí, y por eso se pasó buena parte de 2022 en la cárcel, encerrado con Jafar Panahi, otro cineasta represaliado por sus películas. Las circunstancias de la vida han otorgado a Rasoulof el penoso honor de ser admirado por ser una víctima de la censura y la persecución política, por expresar sus discrepancias críticas, a través del cine. Y no sólo la disidencia, también sus dotes narrativas brillan con luz propia, capaces de eclipsar cualquier otra instancia del filme cuando es necesario.

La cosa es que su estilo recuerda mucho al del polaco Krzysztof Kieslowski, que durante un breve tiempo en los ochenta fue considerado algo así como la voz moral y cinematográfica de Europa, básicamente por sus planteamientos éticos con indudables ecos cristianos. Su miniserie Decálogo (1989-1990) tuvo tanto éxito que dos de los episodios más impactantes se convirtieron en largometrajes: No amarás (1988) y No matarás (1988), este último se alinea precisamente con el tema principal de La vida de los demás. La cosa es el tanto el polaco como el iraní comparten el gusto por la lentitud en la exposición, la presentación de los personajes y el conflicto y, por supuesto, en la revelación de los motivos ocultos o diferidos. De los dos, es Rasoulof quien mejor parece haberse adaptado a las narrativas que exigen las audiencias de su tiempo, modulando mucho mejor los objetivos de su crítica y la forma dramática de presentarla (el polaco, en cambio, se perdía en paradojas morales y no conseguía perfilar del todo protagonistas y/o situaciones verosímiles). Estoy convencido de que sus películas aguantarán mejor el paso del tiempo que las de Kieslowski.


La vida de los demás se compone de cuatro episodios con un asunto latiendo de fondo: las terribles consecuencias personales y familiares que provoca la pena de muerte. Aparte de la brutalidad que se ejerce sobre el condenado, toda ejecución arrasa la vida de las personas que hay alrededor (arrepentimiento, dudas, dolor, silencio, mentiras...). El primero sin duda es la más demoledor porque no se ve venir en absoluto su final; a las otra tres, aunque no rebajan la tensión ni el interés, se intuye más o menos el centro de gravedad del drama. Insisto: Rasoulof no rueda su película en la tolerante Francia ni en los securizados EE UU, sino en el interior de un régimen autoritario que utiliza una deformada idea de la religión para aplicar justicia. Ese simple detalle potencia aún más el efecto de un guión contundente y directo y de un equipo técnico y artístico que se ha jugado literalmente la vida (y la de sus familias) para hacer la película.

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