Naomi Klein no es precisamente una outsider, pero a sus textos y conferencias se les aplica --por una parte de los poderes políticos y económicos-- el mismo ninguneo y desdén que a cualquier miembro no reconocido de una elite. En la práctica es como si fuera una antisistema. Esto también vale para las adaptaciones cinematográficas de sus obras. Otra cosa muy diferente --y esto es un problema que afecta al impacto que puedan tener sus textos-- es que los argumentos de la señora Klein dejen amplio margen para cuestionar algunos esquemas causa/efecto. Por estas y otras razones La doctrina del shock (2009) de Mat Whitecross y Michael Winterbottom, por el hecho mismo de ser un documental basado en una obra de Klein, se estrellará contra el muro de autocomplacencia e incredulidad de los que creen --sinceramente o por conveniencia-- que el mercado puede y debe regularse solito y que el empobrecimiento del planeta es una mentira igual de incómoda que el calentamiento global. En Camino a Guantánamo (2006) Winterbottom y Whitecross ajustaron cuentas con el lado oscuro de la política-de-la-seguridad-por-nuestro-propio-bien de la era Bush Jr.; ahora tratan de lograr algo parecido con esa aparente gestión sin ideología --inocua en cualquier caso-- tras la que se agazapa un capitalismo salvajemente globalizado.
Se nota --y mucho-- la base literaria de La doctrina del shock (2007), porque en realidad todo el filme es un discurso --interpretado a una velocidad considerable-- que reordena una determinada secuencia de acontecimientos de la política mundial desde 1973 hasta 2009, encadenando causas y consecuencias dentro de un esquema --el que propone Klein como hipótesis principal-- que reescribe la historia de la economía política contemporánea. La película no describe un giro copernicano ni mucho menos, pero sí da a entender que existe una conspiración en la sombra que trata de arrastrar a las democracias occidentales hacia los principios del capitalismo global en versión Escuela de Chicago. Para ello, documenta diferentes experimentos llevados a cabo por los discípulos de Milton Friedman en algunos países: Chile, Gran Bretaña, Rusia, los países del bloque soviético europeo y culminando con el preocupante proceso de descapitalización de sectores relacionados con derechos básicos del estado del bienestar (incluida la defensa militar en EE UU). Experimentos de economía de laboratorio que tienen en común la existencia previa de derrumbes intitucionales o graves crisis sociales, que si bien en un principio fueron provocados --caso del Chile con Pinochet y la CIA-- después, con la lección aprendida, aprovechaba desastres de todo tipo para justificar y/o naturalizar la necesidad de grandes recortes sociales y reformas desreguladoras del mercado. De ahí el título del filme: uso lucrativo de shocks sociales.
El principal obstáculo de este esquema causal --en el libro y en la película-- es que no se puede demostrar que se trate de decisiones conscientes y explícitas, pues sólo se pueden constatar sus efectos. Lo que sí queda claro es que los gurús de Chicago son buitres al acecho de gobiernos con problemas que arremeten contra todo lo existente con tal de que les dejen la legislación que ellos necesitan para ejercer su versión personal de lo que debe ser un «libre mercado». No descubrimos nada, en todo caso, Klein, Winterbottom y Whitecross ofrecen una secuencia de acontecimientos que permite aclarar el paisaje, apuntando contra ciertos personajes y previniendo en contra de otros. Pienso que habría resultado más efectivo, de cara a la audiencia no especializada, profundizar en las consecuencias (perfectamente documentables con cifras y casos concretos) económicas y sociales de la implantación de la políticas ultraneoliberales de la Escuela de Chicago, porque la historia reciente suministra suficiente apoyos empíricos que corroboran que el objetivo no declarado ni admitido es aumentar los beneficios y las prebendas de las elites económicas a costa del empobrecimiento general y el aumento escandaloso de las diferencias entre ricos y pobres. Bastaría con un simple gráfico que mostrara la diferente presión fiscal para las rentas del trabajo y las del capital.
Después de las evidencias que presenta el filme (donde también cabrían Islandia, Irlanda, Grecia, Portugal y --probablemente--España) no entiendo cómo puede haber gente que vote a las derechas sin pertenecer a la elite económica a la que representan. Al problema de desenmascarar al poderoso, prometeica tarea en la que se ha embarcado Klein, y también los directores de La doctrina del shock, hay que sumar la ímproba labor de quitar la venda a esas clases medias atrapadas en la bruma del precio, en la ¿eficacia? del voto de castigo a las izquierdas mediante el voto a la opción contraria o en el egoísmo enquistado del que no tiene prácticamente nada y quiere que su patrimonio de supervivencia sea gestionado con la misma ligereza fiscal que la de los multimillonarios (como si las rebajas fiscales constantes y el mantenimiento del estado de bienestar no fueran las dos caras de la misma moneda). El intervencionismo estatal debería limitarse --según esta gente-- a que en la Operación Salida no hubiera obras en las carreteras, carriles infinitos en las autopistas --sin peaje-- y eliminación de limitación de velocidad. Con estas medidas, los atascos --el único y verdadero problema de la sociedad occidental-- no se producirían. Lo peligroso de esta actitud es lo extendida que está: resultará letal combinada con el inmenso poder de una elite a la que se la suda el resto del planeta (medio ambiente, habitantes y todo lo que se le ponga por delante de su interés).
Klein realiza un grande y sincero esfuerzo por difundir sus ideas, tratando de que calen en la sociedad civil y favorezcan un cambio de rumbo político. Todo vale en este empeño: libros, declaraciones, conferencias, entrevistas... su público es esa otra clase media más socializada con El Sistema que aún cree que el cambio es posible. No desde arriba, pero sí con información y análisis (nunca se ven políticos ni empresarios de primera fila, a no ser que traten de obtener un rédito intangible). Capaces de detectar los errores, la corrupción y las mentiras del poder, y también de realizar un análisis certero, lo único que le falta a Klein y a sus seguidores es encontrar la grieta que permita introducir actitudes y prácticas que incomoden a los poderosos hasta el punto de forzar un cambio real. Todo lo demás es proselitismo o demagogia. Y es que, de un tiempo a esta parte, se extiende la sensación de que no son suficientes las reformas legislativas que se llevan a cabo siguiendo los «conductos reglamentarios», porque resultan extremadamente lentas e ineficaces. Es necesario encontrar --tiene que existir, hay que encontrarla; de lo contrario mandémoslo todo a la mierda-- una grieta que permita apalancar reformas estructurales y cambios en los conceptos de compromiso público, modelo de crecimiento, democracia interna, igualdad de oportunidades, sostenibilidad y responsabilidad social, porque tal y como los manejamos ahora NO SIRVEN PARA NADA.
La doctrina del shock no es mejor ni peor que cualquier documental crítico con el poder, pero hace bien en atrevese a levantar otra realidad y provocar un primer nivel de movilización: el cabreo documentado.
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