El primer acierto de esta nueva incursión cinematográfica de los Teleñecos (prefiero esta denominación por razones generacionales) es asumir un esplendor pasado que requiere actualización (ya queda lejos La película de Los Teleñecos (1979), en la que contaron con la colaboración de Orson Welles). El segundo, que todo vale con tal de atraer y entretener al público, y eso incluye ridiculizar algunas convenciones genéricas y otras narrativas como guiño dirigido a los adultos: a) los números musicales son «reales», parte de la acción (los actores admiten «haber cantado»), no forman parte de un tiempo muerto argumental, un contrapunto o un comentario de la historia hasta ese momento; b) acelerar la historia admitiendo que se recurre a una instancia previsible y obsoleta (la secuencia de montaje en la que Gustavo reúne a la pandilla, haciendo un divertido gag a su costa). Disney (la dueña de los Teleñecos desde 2004, excepto de los muñecos del programa infantil Barrio Sésamo) conoce perfectamente las limitaciones de unos personajes que no admiten digitalización, y por tanto se ha dedicado en Los Muppets (2011) a llevar a cabo una operación de rejuvenecimiento argumental y de rostros conocidos, aunque sin derrochar excesiva generosidad en el empeño: su anterior filme dedicado a los muñecos --El Mago de Oz de los Muppets-- es de 2005. Destacar esta vez la presencia de Jack Black y Jason Segel (en plena consolidación de su carrera como actor-comediante), éste último en el triple papel de protagonista, coguionista y productor ejecutivo.
Esta vez son los adultos quienes arrastramos a los más pequeños, espoleados sin duda por la nostalgia de un entrañable momento televisivo de la infancia (recuerdo que lo veía con mi hermano los viernes por la tarde) y el posible establecimiento de un vínculo generacional. Lejos queda el proyecto artístico y el legado de Jim Henson: una alternativa al acaramelado y brillante universo Disney (al que acabó sucumbiendo su obra, aunque él, por fortuna, no viviera para verlo) que involucrara tanto al mundo infantil --Barrio Sésamo (1969-...)-- como el juvenil y el adulto --Cristal oscuro (1982)--. El problema quizá fue que Jim Henson tenía una gran imaginación para concebir personajes, pero no se le daban demasiado bien los guiones...
La película no tiene prejuicios a la hora de ambientar la historia en un imposible mundo ingenuo de los años cincuenta, con decorados, personajes y números musicales al estilo Mickey Rooney (que hace un breve cameo), quizá asumiendo que los principales muñecos --además de Gustavo, la cerdita Peggy, Fozzie, Gonzo-- están demasiado bien definidos en sus personalidades respectivas y no es posible ni conveniente tratar de modificarlos para adaptarlos al presente. Resulta más eficaz centrar el argumento en la recuperación de la fama, la nostalgia del grupo reunido de nuevo, unas canciones y bailes vistosos y conscientemente exagerados, un poco de fina ironía (concesión a los viejunos fans ochenteros) y la necesaria pedagogía socializadora/integradora.
En mi caso la cosa funcionó a la perfección: mis personajes favoritos --Gustavo y los dos ancianos del palco-- mantienen la vitalidad y frescura de su sentido del humor entre desencantado y corrosivo de bajo nivel. Probablemente el chute definitivo de nostalgia se produjo durante el homenaje visual al show televisivo (1976-1981), que arrancaba siempre con el mismo plano, en el que aparecían, por este orden, el perro pianista Rufo y el saxofonista (que nunca habla, y que siempre me ha fascinado por su perfección y sus verosímiles movimientos). Fue verlo recreado en la pantalla y recuperarlo en todos sus detalles, como si lo hubiera visto hacía menos de una semana. La nostalgia es la droga más potente que existe, no en vano la segrega nuestro organismo a petición propia...
2 comentarios:
Si Aristóteles la hubiera conocido, Peggy debería ser una Categoría en si misma.
De la peli mejor no hablar...
anónimo: no me digas que la fuiste a ver!!!! Acabas de anular todo el efecto positivo de "The artist"
Nos leemos!!!!
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