A veces la sinopsis argumental de un filme es infinitamente mejor que el filme. Gloria (2013) del chileno Sebastián Lelio --El año del tigre (2011)-- es un filme de balance triste, pero meritorio por atreverse a romper unos cuantos tabúes sociales: el primero y más necesario mostrar en pantalla, sin montajes ni encuadres pudorosos, la desnudez y el sexo más allá de la madurez; pero también determinados síntomas de desestructuración intergeneracional (que todos negamos en nuestros círculos familiares pero detectamos enseguida en los ajenos) o, por citar el que a mí más me inquieta, esa preocupante sintomatología de la sociedad capitalista avanzada que le impide o dificulta en extremo compaginar, no ya relaciones duraderas (eso ya está claro que era una leyenda urbana que trataron de inculcarnos nuestros padres), sino las imposiciones que el diseño mismo de la sociedad nos exige como norma de supervivencia. En corto y claro: el desajuste entre nuestra creciente necesidad de espacio personal y el tiempo dedicado al trabajo y logística básica prácticamente no dejan hueco para nada más.
Todas estas cosas las sugiere la película mientras asistimos a un fragmento de vida de la protagonista --interpretada por Paulina García, premio a la mejor actriz en el último Festival de Berlín-- en el que la pauta es la parsimonia narrativa, incluso a veces una cierta lentitud. Quizá sea una estrategia consciente del director para dar la sensación de cotidianeidad, de día a día que se repite en ciclos, pero también se echan de menos algunos momentos intermedios que sacudan al espectador para bien o para mal. En cuanto al contenido, el pegamento que mantiene unidas las escenas es la decepción: por un lado, los hijos de Gloria (emancipados hace tiempo) muestran claros síntomas de desapego; por otro la rutina de los encuentros en bares y discotecas en busca de una pareja que ahuyente el espejismo de la soledad (fugaz y poco gratificante por definición, pero que exige un blindaje sentimental y una gran inversión de tiempo y energía). Todo está ahí, la diferencia es que estamos acostumbrados a que sean treintañeros/as de buen ver y a que todos encuentren su media naranja. Aquí se trata de abuelas y abuelos que reproducen la misma pauta que cualquier otro exiliado del paraíso de la monogamia. La edad no importa (aunque sí el aspecto), pero los rituales y las sensaciones son los mismos. Con otro final, el tono de este texto habría sido muy diferente, pero en Gloria el arte se impone a la realidad, y por eso Lelio echa mano de la metáfora del anciano pavo real con sus plumas blancas (gracias por tu explicación Edu: sin ella no lo habría valorado de la misma manera) y de la canción de Umberto Tozzi que da título a la película (durante el verano en que se puso de moda yo tenía 14 años y me parecía una pastelada integral; hoy, escuchando atentamente la letra, me ha conmovido su poesía. El tiempo transcurrido ha hecho su trabajo sin duda).
Insisto una vez más: es precisamente el derroche energético que invertimos no solamente para procurarnos placer físico, sino en la búsqueda de una conexión mágica interpersonal, lo que provoca que cada vez más gente --en Japón se les conoce como herbívoros, hombres sobre todo, pero también mujeres-- deje de ver el sexo como una fuente de ventajas adaptativas (bienestar físico y mental, sociabilidad, calidad de vida, proyecto vital a largo plazo). Me parece que Houellebecq tenía toda la razón en Las partículas elementales (2006) cuando advertía acerca de las nefastas consecuencias del cortocircuito entre la atrofia del narcisismo hedonista y un deseo de consumo permanente y artificialmente alimentado. A medio camino entre el mundo feliz de Huxley (reproducción asexual en laboratorio, sexualidad socializada a todos los niveles) y la distopía posibilista de Hijos de los hombres (2006) (bloqueo reproductivo sobrevenido y desinterés sexual por causas psicobiológicas), está el paisaje que presenta Gloria con un estilo distante y errático: en ocasiones sale más a cuenta blindar voluntariamente los sentimientos y limitarse al sexo no necesariamente gratificante.
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