Ya me viene molestando un tanto ese desprecio implícito hacia el cine de mero entretenimiento y mero negocio. Esto viene a cuento del artículo 'Imágenes en exposición' de Ángel Quintana en el suplemento Culturas de La Vanguardia del día 26/04/2006, en el que exponía una visionaria teoría acerca de las nuevas vías de difusión que exploran determinados cineastas minoritarios; o dicho de otra manera, de escasa audiencia en las salas cinematográficas. Directores como Kiarostami, Ackerman o Egoyan prefieren las galerías o los centros de arte contemporáneo para presentar sus proyectos, en lugar de someterlos al juicio de los consumidores de a pie. También dicho en otras palabras: es mucho más fácil convencer al comisario de un centro de cultura contemporánea, comprometido de antemano con las vanguardias artísticas de todo tipo, que a un montón de productores y distribuidores preocupados básicamente por la taquilla.
Ni que decir tiene que es una alternativa de lo más prometedora, que abre una vía inexplorada e impensable para la realización cinematográfica. Porque estos montajes "de exposición" son igualmente cine, son también películas, parte de la filmografía de sus autores. Para empezar, quedan dinamitados los géneros, las duraciones estándar, el contexto de visionado... Todo absolutamente vale. Puede tratarse de tanteos narrativos, de pruebas de efecto, que sus creadores quieran foguear previamente a su inclusión en un largometraje convencional, igual que determinados cantantes presentan en concierto sus nuevas canciones antes de incluirlas en su nuevo disco (al menos eso sucedía en épocas anteriores a la debacle de la copia digital); o puede que sean montajes exclusivamente pensados para unos meses y un espacio dado. Todo vale. Quintana plantea incluso la cuestión de quién está más capacitado para valorar los logros de estas nuevas propuestas: si los críticos de cine o los de arte. La verdad es que debo decir que suscribo totalmente la primera parte del texto.
Lo que me vino a molestar es el tufillo clasista que hacia el final deja escapar el autor. Primero aparece el exacto diagnóstico de la evolución de la industria desde 1996: mutación de los cines en multisalas y fomento del cine comercialmente mayoritario ("mientras una nueva generación de cineastas no cesó de experimentar en las fronteras entre la ficción y lo real, los supermercados preferían enriquecerse con la venta de palomitas y la institución cine no se atrevía a que la obras fronterizas y más radicales estuvieran en sus secciones oficiales"). Nada que objetar; diagnóstico certero y verdadero. Sólo siete líneas más tarde asoma con toda su fuerza el prejuicio hacia esta otra forma de distribución: "en caso de sujetarse a los supuestos industriales, la hipotética exhibición de sus películas en los supermercados supondría la pérdida de su singularidad entre los blockbusters para adolescentes y el hedor a palomitas". Ahora ya se trata del hedor a palomitas, ya no es la mera anécdota sobre el negocio que hacen los cines con las palomitas más que con el importe de las entradas.
Por fin estoy donde quería llegar: ¿por qué el cine actual fabricado para los adolescentes es despreciable como género en conjunto? ¿Acaso la actual generación académica de críticos y ensayistas consagrados que copan las revistas cinematográficas no creció embobada por el cine de género estadounidense en programas dobles de serie B? ¿Es que han olvidado su fase de cinefilia precoz, la misma que hubieron de atravesar para llegar adonde están? A mí no me molestan las palomitas en las salas de cine, al contrario, su olor lo asocio al instante con una buena tarde de cine. Lo que me molesta son las películas tontas y garrulas; pero también me fastidian las películas pedantes y descaradamente elitistas. Y siguiendo por ese camino me revienta que el elogio de nuevas formas de exhibición tenga que hacerse a costa de los modelos mayoritarios (e iniciáticos en algunos pocos casos, no lo olvidemos) de exhibición y ocio cinematográficos. Seamos realistas: ¿cuántos cinéfilos han ganado para la causa Kiarostami, Ackerman o Egoyan juntos? Esta gente, en todo caso, son la estación de destino, nunca la de partida.
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