Parece una casualidad digna de sus películas, pero ahí están Bergman y Antonioni casi poniéndose de acuerdo para dejar este mundo y provocar con ello que los departamentos de documentación de los medios tengan el doble de trabajo para desempolvar y actualizar el dossier-homenaje-balance que guardan de todos los grandes has been, así como las últimas entrevistas realizadas.
Bergman es el paradigma del cine espeso y difícil de desentrañar, pero es que además, a ese hándicap, hay que añadir unos temas recurrentes tales como la religión o la muerte. Y encima él mismo no se cortaba al declarar que al ver sus películas se deprimía. El marchamo definitivo de cineasta para iniciados se lo otorgó en 1997 el Festival de Cannes, con ocasión de su cincuentenario, por el premio concedido al cineasta más influyente del siglo XX (el cual ni siquiera fue a recoger, envió a su hija). Aun así, hay películas suyas que entran a la primera y sin necesidad de una sólida introducción temática y estilística (aunque sí armados con una considerable dosis de paciencia ante su ritmo narrativo, que a muchos les parecerá excesivamente lento): Secretos de un matrimonio (1974), Sonata de otoño (1978), Fanny y Alexander (1982); otras, con un poco de barniz previo, también entran: Un verano con Mónica (1952), El séptimo sello (1956), En el umbral de la vida (1957), Persona (1966), Fresas salvajes (1957), donde inventa un flashback (imitado por Allen y Coppola entre otros) en el que el protagonista tiene en el pasado que recuerda el aspecto del presente. Finalmente, otras no hay manera de digerirlas: Los comulgantes (1962), La carcoma (1971), El huevo de la serpiente (1978).
Por su parte, Antonioni no le va a la zaga en cuanto a espesura: la trilogía formada por La noche (1961), El eclipse (1962) y El desierto rojo (1964) (premiadas en Berlín, Cannes y Venecia respectivamente) es un lugar común de las películas raras que hay que ver armado de paciencia. La diferencia con Bergman está en sus temas, mucho más asequibles: la soledad, el desamor, la inadaptación, las diferencias entre clases sociales. Sin embargo Antonioni puede enorgullecerse de otros títulos a los que es muy difícil resistirse: Blow up (1967), acerca de un asesinato fotografiado por casualidad, cuya anécdota ha sido la base de numerosos filmes posteriores (que se lo digan a Brian de Palma); y sobre todo la que yo siempre destaco al hablar de Antonioni: El reportero (1975), cuya anécdota argumental resulta ser un hallazgo insuperable para expresar (sin recurrir a simbolismos ni pedanterías) el vacío de la existencia, y ser capaz de paso de mantener el interés por una historia sin prácticamente claves a las que aferrarse como espectador.
Ambos han demostrado que la narración cinematográfica es capaz de superar ese estilo dickensiano del cine más comercialmente actual (que se ha vuelto recientemente en una mezcla de Marcial Lafuente y Victoria Holt: autores meritoriamente prolíficos pero tremendamente predecibles) y acercarse a ese otro, del que goza la literatura hace tiempo, que ayudaron a parir gente como Joyce, Faulkner o James; y del que se han beneficiado y se benefician gente como Goytisolo, Eco, García Márquez, Bolaño o Saramago. Igual que ellos, cineastas posteriores han podido seguir construyendo y perfeccionando el edificio de la narración cinematográfica: Allen, de Palma, Nolan, Amenábar...
Bergman y Antonioni se esforzaron por transmitir en imágenes cosas tan complicadas como la alienación, la revisión del pasado, la identidad, convencidos (igual que Henry James en sus novelas) de que el estilo es el mejor medio para reflejar el universo psicológico de los personajes. Para ello recurrieron a formas narrativas que huían de las convenciones de los géneros, u optaron por retorcer la trama de una forma tal que el significado (no sin dificultades) surgiera por sí solo sin recurrir a los diálogos. A partir de sus películas más emblemáticas los cineastas actuales saben que pueden aspirar a hacer un cine que resista la comparación con la mejor novela contemporánea más vanguardista y rompedora. Por este lado estoy tranquilo: además de existir margen para seguir avanzando en el terreno de lo cinematográfico, me quedan aún muchas cosas sobre las que escribir.
1 comentario:
Gracias Angie por hacerme comprender (casi sin querer) que debía escribir esta entrada.
Nos leemos!!!
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