Lo primero que debo advertir es que no hace falta haber visto las dos películas precedentes de la trilogía basada en las novelas de Robert Ludlum --El caso Bourne (2002) y El mito de Bourne (2004)-- para disfrutar de El ultimátum de Bourne (2007). No hace falta porque, a pesar de que el filme arranca con una breve escena recapitulatoria con que la que se pretende llenar lagunas y preguntas posteriores, lo importante es que el espectador comprenda (y lo hace de inmediato) que se encuentra ante una historia en la que persecuciones y acción salpicadas de tecnología punta se alternan con una trama llena de giros inesperados. Hay muchas películas así, pero no todas son igual de entretenidas (quizá porque cargan excesivamente el peso de su eficacia en una sola de las cuatro patas que he señalado: persecuciones, acción, tecnología y giros inesperados).
El ultimátum de Bourne sigue la estela que inauguró la serie en 2002, en la que a la fascinación por el pasado oculto del protagonista (al que Matt Damon aporta todo su crédito), se unía el contrapunto de una coprotagonista femenina con entidad propia (una Franka Potente bastante perturbadora). El personaje de una turista que accidentalmente se ve envuelta --y cada vez más involucrada-- en una espiral de violencia peligrosa coloca el argumento más del lado del espectador, que queda fascinado y atraído por el personaje de Bourne; mientras que este contrapunto falta en las otras dos entregas (aparte del hecho de que Bourne/Damon llena toda la historia), y es lo que --a mi entender-- marca la diferencia entre la muy buena película que es El caso Bourne, y el buen cine de entretenimiento que ofrecen El mito de Bourne (donde lo más recordado es la espectacular persecución final por Moscú), y El ultimátum de Bourne (destacable por el prólogo en la estación de Waterloo y las escenas de acción en Tánger).
En todo caso, me gusta que se haya puesto de moda un cine-espectáculo donde la acción es más física que digital; el montaje añade más emoción a las persecuciones en lugar de rodarlas en interminables circuitos cerrados de cámaras; el esfuerzo que transmiten las escenas de lucha las hace mucho más interesantes (hemos visto demasiados puñetazos en la pantalla); y donde no se descarta enredar al espectador mediante un argumento elaborado. Es un estilo al que Casino Royale (2006) --la más reciente entrega Bond-- se ha apuntado con gran acierto (de guión y de protagonista, Daniel Craig). De todo esto ofrece (en dosis de desigual efectividad) El ultimátum de Bourne, sin impedir que se pase un buen rato porque es exactamente la película que uno se imagina que va a ver antes de entrar en la sala.
1 comentario:
Me pone muy contento que esta saga goce de buena salud. Creo que el tiempo la pondrá en una alternativa de Bond. Saludos!
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