viernes, 15 de abril de 2022

Fábulas de la incomunicación (CODA. Los sonidos del silencio)

Mi padre fue sordo desde los catorce años --secuela de una escarlatina mal curada-- hasta el día de su muerte. Sin duda eso determinó su carácter y su forma de entender y relacionarse con el mundo que le tocó vivir. Por eso seguramente es aún más revelador que una película tan discreta como CODA. Los sonidos del silencio (2021) --también discreta ganadora de los Oscars, a pesar de obtener tres premios nada desdeñables-- me haya tenido tragando saliva toda la tarde. Un simple recurso técnico me hizo comprender de golpe lo que fui incapaz de interiorizar durante décadas a pesar de tenerlo delante y tener que convivir con ello. Lo admito: no supe empatizar con esa desventaja a la que mi padre se enfrentó con valentía hasta lograr homologarse laboralmente en un ambiente no adaptado ni preparado para integrar plenamente su discapacidad. Dicho esto, debes descontar al menos un 10% a mi valoración global de la película.

De entrada, estamos ante un filme que ha encandilado a audiencias y a jurados (en Sundance arrasó como nadie nunca lo hizo, logrando un consenso unánime entre los diversos comités de jueces). Pero también ante uno de esos remakes de éxitos no estadounidenses a los que Hollywood nos tiene acostumbrados y que, en general, nos parecen poco originales, subproductos creativos, una innecesaria necesidad de demostrar que ellos pueden perfeccionar cualquier buena película. Estas versiones juegan con la ventaja de conocer de antemano la reacción del público y, en esa segunda guionización, introducen pequeños cambios y mejoras. La cosa suele quedar bien --Tres hombres y un bebé (1987), Sin reservas (2007)--, otras veces más bien reguleras --Funny games (2007), The Upside (2017)-- y el resto, directamente mal: Vanilla sky (2001), La huella (2007). El caso de CODA. Los sonidos del silencio --segundo largometraje de su directora, Sian Heder-- yo lo encajaría en el segundo grupo. Por tres motivos: 1) ha hecho una adaptación literal, casi plano por plano en algunas escenas cruciales, del original francés --La familia Bélier (2014)--, sin aportar apenas cambios; 2) encaja todas las líneas argumentales exactamente en el mismo y predecible esquema dramático y 3) endosa a los protagonistas esas características del cine indie que busca triunfar comercialmente y distinguirse del mainstrean (sensibles, guapitos del montón aunque con una innegable sensualidad, introvertidos y con dificultades para salir al mundo), hoy prácticamente convertidas en un cliché.


La historia está explicada en un formato al que las audiencias llevan años habituadas, básicamente porque lo han mamado en esos telefilmes de tarde de domingo y en series de países emergentes que se han hecho fuertes gracias a los canales temáticos en abierto; un formato convertido casi en un género en sí mismo con una potente y floreciente industria detrás (financiación, equipos creativos, incluso un incipiente star system propio). Todos los elementos de este esquema narrativo están más que probados y perfectamente codificados, y CODA. Los sonidos del silencio no deja de aprovechar los que mejor le convienen en cada momento: presentación de personajes, planteamiento de conflictos en varios ámbitos (personal, familiar, comunitario) que se desarrollan en paralelo, desencuentros, momentos definitorios, personajes perfectos --Mr. V., el profesor de canto--, ironía indie; superación de las barreras iniciales, alineamiento de todas las piezas y, por descontado, mascletá intensa y muy bien dosificada...

En definitiva , una especie de Wiplash (2014) amable, sin borderíos ni cinismos que espanten a las audiencias no acostumbradas al cine independiente. Pura sensibilidad que, gracias al hándicap de la sordera, tiene todos los números para atrapar, pero no para convencer.

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