lunes, 9 de mayo de 2022

Un filme directo, al cuerpo y a la mente (El triunfo)

La advertencia Basada en hechos reales es el equivalente cinematográfico del clásico Fumar mata en los paquetes de tabaco. Hace tanto tiempo que lo ponen que ha perdido todo su valor como consejo médico contundente, no sirve para que ningún fumador no encienda el siguiente cigarrillo. En el cine sucede algo parecido: el aviso acerca de una realidad previa a la ficción de la película apenas actúa como beneficio o demérito. Total, ya hemos empezado a ver la película cuando nos enteramos de ese detalle; y además es casi seguro que una información como esa no determinará el estilo o los recursos empleados ni afectará a nuestra valoración de conjunto. Tampoco creo que el equipo artístico y/o el técnico hubieran hecho su trabajo de forma diferente por esa razón. En mi caso, como suele pasar, me puso en guardia, pero ignoré la señal y seguí adelante, hasta el punto de olvidarla por completo a los diez minutos. En lo que respecta a El triunfo (2020) de Emmanuel Courcol --su segundo largometraje en la dirección-- lo único importante es que algo que pasó en Suecia el 28 de abril de 1986 sirvió de inspiración para hacer un buen guión y una película notable (y también un monólogo teatral --Moments of reality-- al escenógrafo que vivió la experiencia en primera persona: Jan Jönson).

Y aunque la película ganó con todo merecimiento el premio europeo a la mejor comedia, los momentos divertidos no dejan de estar contenidos, sin permitir que se pierda de vista la dura realidad de la prisión (y también, por qué no decirlo, de la capacidad limitada del arte para rehabilitar a los seres humanos. No es que no sirva, pero lo que puede conseguir es más bien poco). Y al revés también: cuando asoma el drama, Courcol no deja que se adueñe del relato y se las arregla para devolver la historia al delgado y difícil equilibrio de unos reclusos que logran llevar de gira su versión de Esperando a Godot, incorporando al texto original la paradoja de unos actores privados de libertad representando el absurdo de la vida moderna ante un público que goza de libertad y asiste conmovido al espectáculo de unas personas que volverán a prisión cuando todo acabe.


No estamos ante la típica historia donde todos los personajes se van transformado para mejor en una progresión impecable (con una ligera y anticipable caída aparente en el tercio final), sino ante un baño de realidad para todas las partes que intervienen: los reclusos aprenden el valor del sacrificio por algo que no necesariamente les acortará la condena ni les reportará dinero; la directora de la prisión comprobará los enormes beneficios de una actividad en la que, si no se invierten demasiadas horas (que es lo que hace ella), no servirá para mucho, y finalmente Étienne Carboni --interpretado por Kad Merad, a quienes todos recordamos en su papel en Los chicos del coro (2004)--, un actor de segunda que descubre que la base del equilibrio emocional y de la creatividad es la sinceridad que surge directamente de la experiencia. El triunfo es, ante todo, una combinación de situaciones cuidadosamente escogidas que tienen la virtud de hacer que personajes --debido a una interacción semiforzosa durante tanto tiempo-- y audiencias --por las implicaciones éticas y pedagógicas que sugiere-- salgan modificados de la experiencia.

Filme inteligente, didáctico y crítico, pero también directo y sencillo. El triunfo es una oda a la esperanza, al (limitado) poder transformador del arte y a una profesión expuesta como pocas a lo público, en la que el subidón inefable de los aplausos (lo he experimentado tangencial y fugazmente como actor aficionado) justifican prácticamente todo lo demás. No hace falta hacer grandes concesiones a la ficción, optar por una positividad forzosa o finales autocomplacientes, basta con una manipulación ingeniosa y lúcida de la realidad para armar una buena comedia. Una buena película incluso más allá de la buena comedia.

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