La canción de Alejandro Lerner dice exactamente lo contrario que el título de esta crónica: y puede que a veces podamos aplicarnos esa máxima, pero en el caso de Mikey Saber --el inefable protagonista de Red Rocket (2022), el nuevo filme de Sean Baker-- quizá sea solamente una posibilidad, un consuelo parcial justo después de tocar fondo en la vida. Un engaño autoinducido propio de personas que intentan reconstruirse creyendo que el obligado y/o típico regreso al pueblo natal les ayudará a remontar por arte de magia; en realidad es más bien un regreso sin convicción, una artimaña para ser aceptados en la comunidad que despreciaron y les vio partir con alivio. Admisión de errores, promesas, propósitos de enmienda... A cada una de estas expresiones hay que añadirle el adjetivo falso. ¿Quién no lo ha hecho alguna vez por desesperación o ambición? Sin embargo, aunque es una pésima estrategia en lo personal, es un magnífico recurso para comenzar películas: volver a casa arruinado, sin dinero, apestando a fracaso, con un pasado conflictivo y/o vergonzoso que se revelará poco a poco, conveniente y dramáticamente dosificado...
Red Rocket cuenta la peripecia de Mikey, un tipo de Texas que se toma un descanso forzoso de su vida laboral (es fornicador público) y considera que es mejor soportar a su exmujer y su exsuegra mientras encuentra la manera de volver al circuito del éxito. En seguida queda claro que Mikey no es de los que se arrepienten y cambian de vida, porque enseguida recupera el antiguo yo que le llevó a huir del pueblo y a buscar el empleo que le hizo famoso: trapicheos con drogas y encuentro casual con un diamante en bruto llamado Strawberry (la típica adolescente con todas las carencias que necesita la industria del porno para seguir funcionando). De un argumento así podría salir un filme moralizante, de esos que buscan asustar a los padres, del estilo de Girl lost. A Hollywood story (2020); o un puro exceso al cansino estilo de Larry Clark, un cine hecho únicamente para escandalizar, llamar la atención y obtener ingresos gracias a la doble moral imperante; pero también una equilibrada mezcla de denuncia social, drama y comedia gamberra. Red Rocket --como no podría haber sido de otra manera-- encaja en esta última categoría, una extraña mezcla que acaba cuajando en una historia entre irónica y sarcástica protagonizada por tiradetes simpáticos al estilo Coen, pero también triste y humana.
En todo este panorama desolador destaca el personaje de Mikey, interpretado por Rex Simon, un actor formado en la televisión y conocido sobre todo por sus apariciones en las tres últimas entregas de Scary movie (2003, 2006, 1013), que se descuelga con una gran interpretación que deja al aire todas las contradicciones del personaje y del mundo que le rodea (egoísta, ingenuo, ambicioso, graciosete, mentiroso). Red Rocket es la crónica de un superviviente que cree saber lo que quiere y cómo conseguirlo sin tener en cuenta a nada ni a nadie, de un hombre desnortado en medio de paisajes desolados por la desigualdad, la pobreza y los delitos menores (y no tan menores). Un ambiente muy similar al que mostraba The Florida Project (2017). De momento, Sean Baker sigue demostrando que conoce a la perfección los entornos que mejor le van a su estilo.
La cosa es que una historia que se desparrama sin control (sin dejar de entretener y conmover), se resuelve de una forma tan incierta como coherente. Pero entonces recuerdas que Red Rocket es un fragmento de la vida de Mikey, el personaje que la película ha construido para nosotros, y aunque no encaje del todo con los estándares de crítica o de alternativa posibles, resulta coherente con lo que hemos visto. No me parece que esto sea un demérito, porque lo cierto es que el viaje que lleva hasta ese final raro ha valido la pena...
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