lunes, 14 de septiembre de 2015

Sobrevalorada (Whiplash)

El segundo largometraje de ficción dirigido por Damien Chazelle --Whiplash (2014)-- está ambientado de nuevo en el mundo de la música --el primero iba sobre un trompetista de jazz-- y no abandona en ningún momento los límites y expectativas de un género tan especializado: la despiadada lucha por hacerse un nombre en una especialidad artística (esta vez se trata de la batería) que acaba en obsesión. Chazelle ya había rodado un corto con el mismo título y tema, o sea que sabía lo que quería decir y ha tanteado diversas formas de hacerlo.

Además, el filme ha recibido numerosos galardones, especialmente J.K. Simmons --en su papel del profesor Fletcher, extremadamente exigente y desagradable, lo que paradójicamente le sitúa en el centro de gravedad del drama, cuando debería ocuparlo el héroe y aspirante-- y el montaje --de imagen y de sonido--; y además fue recibido como una de las sorpresas de la temporada. Pues bien, ahora llego yo para ampliar el foco con una opinión mucho menos entusiasta: yo no veo nada de todo eso. Sí que hay ciertos detalles de realidad que lo desmarcan de otros filmes similares (la chica ya no está disponible cuando al protagonista le interesa), pero en lo fundamental no se aparta de lo que el público espera: un desenlace inspirador tras una dura pugna contra un rival detestable. Películas como Whiplash son cómodas de ver, porque el qué se sabe de antemano, la única incógnita es el cómo. El filme, además, renuncia a oxigenarse mediante tramas secundarias, incluso deja pasar la ocasión de ahondar en aspectos más complejos (quizá porque restaría fuerza a la idea principal), y aunque la narración posee la contundencia necesaria, todo queda fiado al desenlace final. Si, como espectador, te satisface saldrás contento de lo que has visto; si --como me ha sudecido a mí-- la impresión de conjunto defrauda parcialmente, concluyes que para tan poco ruido no hacían falta tantas nueces.



Whiplash destaca por el personaje de Fletcher, igual que en Oficial y caballero (1982) el duro sargento Foley (Louis Gossett Jr.) es todo lo que queda cuando la historia de amor protagonista va perdiendo vigencia (porque otros actores más jóvenes y de buen ver ponen de moda otro filme casi idéntico); o en La teniente O'Neil (1997) el instructor Urgayle (Viggo Mortensen) es quien acapara la atención del público en cada revisión, puesto que el romance está ya superado. Incluso la popularidad de Darth Vader amenaza con fagocitar la diversidad dramática de Star Wars (1977-...). La diferencia es que en la película de Chazelle no hay nada más aparte del borde de turno, así que Fletcher luce desde el minuto cero y eclipsa casi todo lo demás.

Y sí, el montaje es muy dinámico y efectista, pero no contiene un estilo o hallazgos novedosos, o recursos ya conocidos creativamente reciclados, simplemente hay un buen trabajo de montaje, ágil, sensorial, directo... Nada que no se pueda hacer hoy con una buena mesa digital y que no podamos disfrutar en numerosos títulos, como por ejemplo (así, a bote pronto) Quiero ser como Beckham (2002), que desde luego carece de la intensidad de ésta de ahora, pero el trabajo de montaje está ahí y hace su aportación al servicio del argumento. Precisamente el único efecto de Whiplash realmente impactante no es de montaje, sino fotográfico y de encuadre, similar a los que se pueden disfrutar en Un profeta (2009) o Pequeñas mentiras sin importancia (2011).

Whiplash no es un filme aburrido, al contrario, resulta entretenido y eficaz, lleva y trae al espectador por donde quiere, los retos físicos y la cercanía dramática no resultan ni cargantes ni artificiales... Pero no consigue distanciarse del arquetipo cinematográfico acerca de una superación artística con final ambiguo y fuera de de las normas, de manera que el objetivo se cumpla pero no posea validez. No quiero ser más preciso, aunque creo que lo he sido. Por eso no me parece para tanto el revuelo que armó en su momento, simplemente creo que es una película bien hecha y entretenida, y ya está. Ir más allá de esto son ganas de sobrevalorar un digno trabajo.



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