Los Estudios Culturales (más conocidos en el mundo académico anglosajón como Cultural Studies), permanecen anclados en/obsesionados con los sutiles mecanismos del poder y sus «intolerables» efectos en la sociedad civil, especialmente todo lo que tenga que ver con discursos públicos sobre etnias, comunidades, grupos sociales o minorías. Asumen la complejidad y sutilidad de sus argumentaciones como premisas que no necesitan demostración, así que sus análisis entran directamente a desvelar paradojas, elementos ocultos, correlaciones inéditas... Los Estudios Culturales son algo así como el reto ideal para todo científico social que desee presentarse ante el lector como un «experto» que ha necesitado largos años de estudios superiores y superespecializados para llegar adonde cree estar: en la cima del conocimiento humano en lo que se refiere a su cada vez más reducida parcela del saber.
Los discursos públicos que escogen estudiar resultan estar (y siempre son ellos los primeros en darse cuenta) cuidadosamente diseñados desde arriba, por una élite política que conoce exactamente el nivel justo de manipulación sutil que debe aplicar para conseguir el efecto deseado. Los fenómenos observados, de forma sospechosamente casual, se las apañan para estar a la altura del enigma/problema planteado por el autor. A veces los no iniciados debemos ser corregidos porque el experto ha descubierto que el «auténtico» significado estaba oculto, disimulado, o es otro muy distinto al atribuido por la ignorante mayoría. No es extraño que sigan leyendo y citando constantemente a Foucault, retorciendo sus palabras para que expresen lo que necesitan en sus argumentaciones: imperceptibilidad, ideologías latentes, enquistamiento, necesidad casi genética de conceptualizar, subversiones de pronto reveladas, objetivos injustos tras declaraciones aparentemente bienintencionadas... Un panorama que pide a gritos un especialista debidamente preparado.
Cuando el objetivo del análisis son películas este es precisamente el argumento esgrimido para justificar una plúmbea síntesis enciclopédica de los dispositivos técnico-estilísticos de la narración cinematográfica, incluyendo la obligada advertencia que recuerde al incauto que los razonamientos y las pruebas no se basarán únicamente en meros contenidos del filme, sino en encuadres, bandas sonoras, efectos de montaje... En la práctica esto no sucede, pero semejante rodeo conceptual sirve de paso para colar una premisa básica de los Estudios Culturales cinematográficos: los discursos narrativos del cine tienden siempre a la complejidad, a la latencia, y su fin es la aculturación forzosa o la propaganda más o menos consciente y/o descarada. Es curioso cómo pasan de puntillas por el hecho fundamental de que el arte narrativo es, principalmente, comunicación, y que --para resultar eficaz-- requiere eliminar la ambigüedad y optar por la simplicidad.
En sus conclusiones nunca se admite o sugiere la posibilidad, por remota que sea, de que la naturaleza del poder pueda ser en realidad banal, miserable, improvisada, y que los fines no vayan más allá de meras intenciones coyunturales o egoístas. Tampoco se plantea la posibilidad de que los discursos sean el fruto de individuos que no representan a ningún segmento o facción del poder establecido, sino a intereses u obsesiones particulares, expresados por motivos biográficos, artísticos, personales, incoherentes y/o casuales.
Y así es como los Estudios Culturales siguen fabricando refinados moldes (en forma de sesudos ensayos), llenando librerías y bibliotecas con las más diversas y curiosas explicaciones a todo tipo de realidades sociales. Al igual que en las famosas construcciones imposibles de Escher, en cuanto uno mira atentamente, comprueba que los vértices y los ángulos no encajan, son incompatibles con los fundamentos de la física y de la perspectiva. Lo mismo sucede con los difusos límites de sus teorías.
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