miércoles, 3 de abril de 2013

Elogio moral de la inmadurez (Amor y letras)

La segunda película de Josh Radnor --la primera fue la sorprendente Happythankyoumoreplease (2010)-- ha dado muy cerca del blanco, por lo que aviso que este texto va a ser espectacularmente subjetivo.

¿Has estudiado Humanidades o Filosofía y Letras en la universidad? ¿Durante tu etapa universitaria sucumbiste al poder brillante de la literatura, la música, el cine o cualquier actividad artística? ¿Crees que ese enriquecimiento cultural --por iniciativa propia o en alguna asignatura de grato recuerdo-- que te proporcionó te ha modificado interiormente y te ha convertido en un ser humano mejor? ¿Crees que tu destino emocional es encontrar alguien que vibre con las mismas obras de arte que a ti te desarman? ¿Crees que puedes usar tus títulos favoritos como criterio infalible para filtrar posibles relaciones importantes y profundas en un océano de banalidad y superficialidad? ¿Estás, en definitiva, enamorado/a (total, parcial, directa o tangencialmente) de la parte de tu juventud que coincide con tus estudios superiores? ¿Te has dotado de alguna versión homologable y exhibible (selectiva aunque cierta en lo básico) de aquella etapa gracias a una elaborada yuxtaposición de momentos definitorios, que curiosamente guardan significativas semejanzas y/o paralelismos con otros que has leído o visto? ¿Estás en plena catarsis de los cuarenta, a punto de pasarla o (crees que) recién superada? En mi caso todas las respuestas son afirmativas. A cualquiera que haya admitido un solo «Sí» en esta batería de preguntas le recomiendo sin dudar que vaya a ver Amor y letras (2012).

¿Cumples todo los requisitos anteriores pero en lugar de Humanidades has estudiado ingeniería o cualquier otra rama científica? Lo siento chaval, esta no es tu película.



Radnor ha hecho una película para poner en su sitio a todos esos bichos raros que producen las facultades de humanidades de todo Occidente, especialmente hombres, incapaces de admitir que la mayoría de la gente --incluso ellos mismos la mayoría del tiempo-- se rigen por modelos banales, temporales, acomodaticios y previsibles. A esta gente es difícil convercerla --allá por la treintena-- de que es inútil esperar que sobrevenga una revelación universal, súbita y sincronizada que haga comprender a la Humanidad entera (pero especialmente la parte que ellos tienen cerca) que se comporta de forma insoportablemente convencional. Y si además te das de bruces con una jovencita de buen ver, chapada a la antigua, deseosa de conocimiento, simpática y que entra al trapo de tus opiniones sobre arte y literatura, la activación automática del Síndrome de Pigmalión es inevitable.

Amor y letras describe con el aplomo y el verismo de quien forma parte del problema, el limbo idealizante y de eterna espera que define a determinados estudiantes de humanidades, atrapados en la bruma de las obras maestras de la literatura universal, que filtran y etiquetan a los demás por sus opiniones sobre determinadas obras y autores. Personas que ansian sensaciones y momentos absolutos y odian desgastarse en lo cotidiano y doméstico; que todavía creen que una cita perfecta debe culminar en una conversación hasta la madrugada en la que se produce una interacción genial donde ambos descubren una pasión común por García Márquez o vete a saber qué compositor renacentista. Citas llenas de detalles encantadores, únicos y significativos que servirán para que, años después, en plena efervescencia treintañera, ellos puedan componer un relato perfecto de lo que fue el inicio de la relación fuerte, duradera, sensible y, sobre todo, cultivada e inquieta en lo cultural, de la que ahora presumen.

Radnor retrata con humor y sentido crítico toda la galería de arquetipos y tópicos: el entusiasmo inicial, basado en una afinidad mutua por las conversaciones sobre temas profundos desde un punto de vista ligeramente cínico y una implícita, nunca verbalizada, atracción física; la obsesión por recomendar obras o conseguir que se admiren los mismos autores; el desajuste generacional (modas, preferencias de ocio, la manía de comparar todo con el pasado propio); el giro dramático inesperado... Tan sólo patina en un aspecto: la irreal y absurda actitud del protagonista ante la posibilidad de sexo, tanto con una joven estudiante como con una de sus antiguas profesoras (en este caso disculpable porque sirve de excusa para un buen gag y una posterior reflexión).

Amor y letras no es una comedia romántica al uso (como tampoco lo era Happythankyoumoreplease) pero se mantiene peligrosamente cerca. La filmografía de Radnor necesita un giro que le lleve más allá de la prolongación de Ted Mosby --el personaje que interpreta en la telecomedia Cómo conocí a vuestra madre (2005-2013)-- que le ha dado fama y la oportunidad de saltar a la dirección. El filme explota con habilidad y naturalidad situaciones bien conocidas, incorporando un punto de vista humorístico y suavemente crítico, y aunque el desarrollo posterior evita toda complacencia narrativa, en general el argumento no se aleja demasiado de los amoríos y desengaños del género romántico.

Lo mejor de la película es la idea que la pone en marcha: tomando como excusa la realidad semidisfuncional de los humanistas enamoradizos con tendencias narcisistas, Radnor se las apaña para ajustar cuentas con su generación, con la de tantos y tantos universitarios que creyeron encontrar en determinadas obras de arte el sentido último de sus preferencias sentimentales; quizá incluso consigo mismo (la película está ambientada en la universidad de su Ohio natal)

Y por último: gracias Ted Mosby, por conseguir que tu fama televisiva y tus coqueteos con un género consagrado hayan arrastrado a mi hija hasta el santuario de mis versiones originales y no le haya parecido tan mal la experiencia. Hay futuro.




http://sesiondiscontinua.blogspot.com.es/2013/04/elogio-moral-de-la-inmadurez-amor-y.html

1 comentario:

Daniel Huerta dijo...

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