martes, 27 de octubre de 2015

La película de Woody Allen, otra vez (Irrational man)

La de Allen es una filmografía que sirve como pocas de apoyo a la viejuna teoría de autor: por la obviedad con la que recurre a ciertos temas y recursos de estilo cada pocos años, algo así como la radiación de fondo de su instinto creador. Ahora que sabemos que el guión de Misterioso asesinato en Manhattan (1993) se hizo a partir de los fragmentos descartados del de Annie Hall (1977), la comedia romántica que supuso un salto evolutivo más importante para el género en el último medio siglo; ahora que la perspectiva del tiempo nos permite afirmar que Poderosa Afrodita (1995) fue el título que cerró la época dorada del director neoyorquino se pueden observar como nunca los altibajos de su envidiable ritmo de producción anual.

Filmes sosos, flojos o superficiales se intercalan desde entonces con otros en los que parecen revivir los rescoldos del genio de Allen, no para convertir la película en una obra maestra completa, pero sí lo suficiente como para recordarnos que estamos ante un cineasta cuya alargada sombra alcanza desde el cine romántico más comercial hasta el independiente que ni siquiera admite su influencia. El cine de Allen regresa cada dos o tres años al conflicto del hombre culto, acomodado o elitista que descubre de pronto la lujuria obrera y, a través de ella, entra en contacto con una ética y una realidad cuya posición social o laboral le permitían ignorar o desconocer hasta entonces. Donde mejor se refleja es en Match Point (2005), probablemente la culminación de su postmadurez, pero también en Cassandra's Dream (2007) e incluso en Vicky Cristina Barcelona (2008), con la novedad de que es un personaje femenino quien hace ese tránsito: se trata de acordes que contrapuntean alrededor de una melodía principal que apenas cambia. Que esta premisa de la teoría de autor se cumpla no significa que debamos concederle validez universal: puede explicar este caso con facilidad, pero la inmensa mayoría de filmografías no encajan en este patrón.

El tema favorito de Allen es el retrato de ambientes, personas y/o situaciones en los que la moral biempensante (clasista bajo la apariencia de progresismo), racional y culta se enfrenta con otra muy diferente que exhibe una persona ajena a su círculo social y que, a pesar de la atracción que siente hacia ella, amenaza con subvertir su autocomplacencia elitista. Por lo general (hay excepciones dentro de su filmografía) es una joven y atractiva mujer --interpretada por una actriz de moda que se acerca al universo Allen con una mezcla de curiosidad y despiste-- quien encarna esa cambio radical. Al principio la pasión y la novedad suponen un chute rejuvenecedor en las aburridas vidas de los protagonistas, que de esa manera se cuestionan todo lo que consideraban sagrado o fundamental: lecturas, actitudes, decisiones, acciones... Hasta que llega un punto en que aparece el reverso oscuro de una ética de la supervivencia en la que las prioridades vitales y, sobre todo, los egoísmos chocan frontalmente contra la moral abstracta y aséptica del protagonista. Es entonces cuando el hombre --maduro, apalancado, temeroso-- se echa atrás, decide cortar con todo y regresar a su ambiente de siempre; el problema es que no quiere dejar trazas de su equivocación, algo que pueda convertirse en el futuro en una carga insoportable. Para resolverlo, el Allen de los últimos años recurre por sistema al asesinato, empleado con el mismo propósito y contundencia que en las novelas de Highsmith: un acto inmoral que puede acabar o no con una condena judicial, pero que siempre denota una derrota interior. Es una forma eficaz y entretenida de culminar una mirada crítica a ese mundo de profesores universitarios y profesionales liberales que se sienten físicamente atraídos por una alumna o una joven aspirante --de buen ver y desinhibida sexualmente-- con la que espantar el tedio vital que acogota sus angustiadas mentes. Allen viene a decirnos que estos pedantes en el fondo son unos farsantes que justifican sus acciones como una forma de llevar a la práctica esa ética teórica e inaplicable de sus lecturas, convencidos de haber encontrado una oportunidad para ponerla a prueba en la vida real... con resultados nefastos y lunáticos.



En Irrational man (2015) coinciden una vez más todos estos elementos: aquí la buenorra sensual que propiciará el desastre es Emma Watson, y el profesor amargado de turno --más amargado de lo habitual-- es Joaquin Phoenix. El desarrollo dramático tampoco abandona la pauta habitual: escenas y momentos definitorios que desnudan los auténticos motivos de los protagonistas en un crescendo y con un tempo que Allen controla a la perfección. El problema para el espectador que se ha hecho mayor viendo películas de Woody Allen es que es capaz, sin esfuerzo, de adelantar todos y cada uno de sus movimientos, incluso el último y definitivo. Poco más se puede decir de esta película, que apenas aporta variaciones mínimas al catálogo que suele exhibir su director.

Durante un tiempo dejé en barbecho el cine de Allen, cansado precisamente de eso, de su previsibilidad, esperando (inútilmente) que hubiera cambios a mejor; pero Irrational man, el título con el que decidí darle una segunda oportunidad, me ha defraudado. Su director sigue clavado en ese gran nivel, superior a la media, pero que ya hemos visto demasiadas veces. Puede que, al contrario que esas jóvenes actrices que aceptan sustanciales rebajas de sueldo para rodar con Allen con la esperanza de obtener a cambio un poco de barniz de prestigio gremial, los espectadores habituales deberíamos salir y dejar que otros más jóvenes descubran su cine. Ójala ellos encuentren en sus historias algo que les haga remontarse en el tiempo y acercarse a sus grandes títulos; ya que lo que lo que Allen nos ofrece desde hace dos décadas es una larga aunque digna decadencia que no debería empañar nuestra admiración.

Allen es un maestro consumado en poner contra las cuerdas un ambiente que conoció a la perfección durante su juventud, el mismo que ridiculizó en sus monólogos cómicos y en sus primeras películas, y cuya brillante ironía impidió que la crítica le tomara en serio. Es ahora, consagrado definitivamente gracias a una serie de obras maestras indiscutibles, cuando parece que el conflicto interno de sus personajes está mucho más cerca del existencialismo de raíz católica de Rohmer que de un punto de vista laico y republicano al estilo de Voltaire. Lo cierto es que, como en el caso del director francés, sus ideas sobre la praxis política y la coherencia ética no pasan de ser meros rellenos de sobremesa en restaurantes o fiestas elegantes junto al mar. Los buenos deseos burgueses no suelen aventurarse más allá de los postres...



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