El género de animación infantil vive momentos convulsos: cuando parece que se ha generalizado y digerido por parte del público el uso del ordenador como herramienta necesaria y suficiente en estas películas (ya nadie se sorprende de ni menciona la calidad de los detalles ni nada por el estilo); cuando también parece que las tres grandes compañías estadounidenses --Walt Disney, Fox y DreamWorks-- han normalizado su producción (y en algunos casos aumentado) y definido básicamente sus principales señas de identidad en cuanto a personajes e historias; y cuando, finalmente, se estrenan más películas para niños que nunca y el mercado amenaza con la saturación o la especialización; pues entonces llega Píxar (la auténtica responsable del cambio de modelo recién producido) y se hace con las riendas de Disney (que en realidad es quien paga por hacerse con Píxar y coloca a su dueño, Steve Jobs, al frente de la mismísima Disney. Eso es "negociar" una compra).
Y para acabarlo de rematar John Lasseter (nuevo responsable de animación de la pixarizada Disney) anuncia que va a reabrir la recién cerrada división de animación manual, de la que Disney se deshizo deprisa y corriendo, como si cambiar lápices por ordenadores fuera suficiente para dar por cerrado el tema de su amenazadora crisis creativa. ¿Se trata de una broma o de un auténtico reto?
Nos encontramos ahora mismo en un impasse en el que todas las miradas están puestas en los responsables de Píxar recién desembarcados en Disney: en primer lugar por ver si el anuncio de Lasseter es una apuesta de renovación que incluye revitalizar los dibujos animados de toda la vida (demostrando que la herramienta de trabajo es lo de menos, como los japoneses se encargan de recordarnos estreno tras estreno) y, en definitiva, ver en qué acaba todo esto. Y en segundo lugar, la incertidumbre de saber si Píxar seguirá en plena forma, ofreciendo películas con guiones únicos y personajes entrañablemente reales, manteniendo por lo menos los niveles alcanzados con Buscando a Nemo (2003) y Los increíbles (2004), sin dejarse intimidar por las imposiciones de todo gran estudio (y más en el caso del conservador Disney).
Me parece que el verdadero reto de Píxar hoy por hoy consiste en desmarcarse de títulos como Ice age 2. El deshielo (2006), que no aportan nada absolutamente, que aburren una vez que se comprueba que no hay argumento y cuyo único objetivo consiste en ofrecer a los niños mucha acción y mucho movimiento, por absurdo que éste resulte. Madagascar (2005), Robots (2005) y Chicken little (2005) fueron los tres estrenos del pasado año de los estudios en competencia y tienen en común esa misma total falta de sensibilidad y mínimo de contenidos. Mientras tanto, Píxar vela sus armas y trata de reinventarse y de domesticar al dinosaurio que la acaba de absorber. Ice age 2. El deshielo, entre tanto, demuestra que el cine infantil estadounidense amenaza con convertirse en un desierto. Por mi parte, únicamente espero que la creatividad de Píxar no se vea afectada, así como los proyectos que tuvieran en marcha; y que finalmente se anuncie su regreso a la producción. Y que no nos defraude Steve Jobs, porque Ice age 2. El deshielo sí lo hace.
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