Arturo Pérez-Reverte será todo lo rarito que se quiera, pero con la serie literaria de Alatriste ha conseguido levantar un género de aventuras y entretenimiento dignísimos, y de paso hacer que numerosos lectores no sintiéramos vengüenza al leer sobre nuestra historia imperial sin renunciar a la épica, tan devaluada por el franquismo y ciertas perspectivas políticas llenas de mala conciencia y falso progresismo. La amenidad de las tramas, el lenguaje y la documentación perfectos, y la elección nada gratuita de una época de clara decadencia (ideal para despachar con nostalgia crítica y un cierto tono existencial acerca de un pasado que unos decenios antes era de puro esplendor) son algunos de los elementos que explican su éxito. Pero sin duda el mejor ingrediente que puede aportar un género es que sea crepuscular, y si no que se lo digan al western, y ahí Alatriste lo sabe explotar con maestría. Si con todos estos antecedentes no había motivo suficiente para una adaptación cinematográfica no sé qué es lo que hace falta.
Ahora viene cuando hablamos de la película. Sí, es cierto, no es obligatorio que transmita el espíritu de las novelas o de su protagonista, ni siquiera es necesario que sea fiel al argumento de las novelas. Lo importante es que sea una buena película, que entretenga y que, dado su tema, sea emocionante y amena. Pues lo siento por los que se han conformado con lo visto en Alatriste (2006), hayan leído o no los libros de Pérez-Reverte, porque es una pálida sombra de lo que podría haber sido, ya sea como adaptación fiel o como adaptación libre pero entretenida. Ni una cosa ni otra.
Estoy de acuerdo con los que opinan que está mal contada (la dedicatoria de Díaz Yanes a Ray Loriga imagino que es un agradecimiento por su ayuda en el guión) y mal montada; porque no veo claramente las causas y las consecuencias encadenando las diferentes escenas, algo imprescindible en una película de género (y Alatriste lo pretende ser, por ahí no paso). Después está el empeño en meter en un solo filme lo mejorcito de las seis tramas novelescas, que sinceramente creo que desborda la acción de la película (aunque lo entiendo porque es la mejor manera de dar una visión global del personaje protagonista); yo hubiera apostado por un único argumento parcial, sin cerrar tramas, como si se tratara de una primera incursión dentro de este género completamente nuevo, esperando que quizá el éxito inicial animara a rodar otras y así consolidar la serie en la pantalla, al estilo de una saga como las de Hollywood. Pero no. Lo que hay es una sucesión de escenas, unas mejores que otras, algunas muy bien resueltas, otras no tanto, que en la última hora se hacen ciertamente aburridas. Ni siquiera el épico final es capaz de mejorar la impresión última.
Los medios puestos a disposición de Díaz Yanes han sido impresionantes y adecuadamente empleados, desde los actores --debo decir que Mortensen me parece una elección muy acertada para el protagonista, tanto para el personaje como para la promoción internacional de la película, y su esfuerzo en doblarse a sí mismo, a pesar de las absurdas críticas de algunos iluminados, me parece que no sólo es loable sino que su voz gutural le cuadra muy bien a Alatriste--, hasta la ambientación, el vestuario, la fotografía y todas esas cosas. Tan sólo en un aspecto se ha renunciado en lo técnico y en lo presupuestario, y no entiendo por qué: la parafernalia digital, imprescindible para dar emoción y realismo a las escenas de batallas, o determinados encuadres. No sé si es una renuncia expresa de Díaz Yanes, en su preferencia por un cine analógico, o por una opción estética consecuente. En su lugar tenemos una película rodada exclusivamente en plano medio y primer plano que quizá pretenda ofrecer un punto de vista cercano a los personajes, pero que pierde sin duda en espectacularidad, algo a lo que ninguna película de género puede renunciar si busca el éxito.
Puede que esperara mucho de este Alatriste cinematográfico, tanto como lo que me proporcionaron las novelas, quizá por eso siento que el resultado ha quedado devaluado sin merecerlo.
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